viernes, 18 de noviembre de 2011

Calabazas en el Trastero - Monstruos de cine

Recupero la actividad, no sólo escribiendo sino también leyendo y criticando a mis compañeros.

He aquí una humilde escala de los relatos de la revista Calabazas en el Trastero dedicada al tema Monstruos de Cine, de mejor a peor según mi humilde criterio. Como es natural, ha resultado especialmente difícil decidir los primeros y los últimos puestos. Seguramente cambiaría el orden de volver a revisar la lista...

Finalmente he elegido Rocks de Andrés Abel como el mejor relato. Creo que aporta un buen toque de frescura, entretenimiento e impactante final a la antología.

Así ordenaría los relatos de mejor a peor según mis preferencias:

Rocks - Andrés Abel
El pianista - Raelana Dsagan
El ángel mudo - Elena Montagud [Yume]
Los extraños - Enrique Lugo de Gregorio
Alguien que me cuide y que me quiera - Ignacio Cid [Leolo]
La última duda del sr. M - Darío Vilas
La xenomosca - Carlos L. Hernando
Canciones piratas - Luis González Moreiro
El monstruo en la pantalla - Juan Carlos Colorado Fernández
El ojo de los dioses - Juan Ángel Laguna
El informe - David Marugán
El titular - Javier Lacomba Tamarit


viernes, 14 de enero de 2011

Ilusionado otra vez

No, no fue un buen año el pasado en cuanto a mi afición literaria se refiere. Comencé con el loable propósito de escribir una novela pero sin saber realmente qué quería escribir, ni siquiera qué género me apetecía más. Fue un año en el que escribí poco y para rematar la faena perdí alrededor de 20.000 palabras escritas por un accidente con mi memoria USB a principios de año.

Todo esto excusará por qué he dejado mi bitácora tan abandonada últimamente. Sin embargo vuelvo a sentirme ilusionado porque ahora sé qué quiero escribir y me apetece muchísimo. Va a significar bastante trabajo y un esfuerzo de documentación considerable pero quiero hacerlo. De pronto vuelven las ganas de escribir y este año sí quiero hacerlo. Es ahora o nunca. Puedo y quiero hacerlo.

Un abrazo y que la inspiración también os llegue a vosotros si no os ha llegado ya.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Libros al Trastero: Roma eterna

Tan útil para el lector es recomendar un buen libro como desaconsejar uno malo y con ese propósito surge mi serie de críticas Libros para el Trastero, que en un principio pensé llamar “Libros para la hoguera”... pero por malo o mediocre que pueda ser un libro no merece ese destino. Mejor busquémosle acomodo en el fondo de la estantería o el trastero.


ROMA ETERNA

Título: Roma eterna

Autor: Robert Silverberg

Género: Novela Histórica, Ucronía

Nota: 40 / 100

Lo mejor: el autor es uno de los grandes de la ciencia ficción

Lo peor: la novela histórica no es su género...

Edición: Ediciones minotauro, tapa blanda. 400 pags.

Precio: 18 € aprox.

La caída del Imperio Romano ha hecho correr ríos de tinta escrita e impresa para el género historiográfico. Es imposible decir si la caída fue inevitable pero sí estoy seguro de la inevitabilidad del tema para ese subgénero en auge que es la ucronía. En Roma eterna el Imperio Romano no cae sino que sobrevive y cambia la historia de Occidente.

La pregunta es si Robert Silverberg era el escritor más adecuado para este propósito. El talento es un requisito cumplido porque Silverberg es uno de los mejores escritores vivos de ciencia ficción. Alas nocturnas y Muero por dentro son novelas que disfruté mucho, también la menos conocida Tiempo de cambios. Pero los escritores tienden a centrarse en algunos géneros porque entiendo que cada uno tiene sus propias reglas y una ucronía no es ciencia ficción, por mucho que algunos se empeñen en considerarla tal, sino novela histórica. No es extraño que Harry Turtledove, considerado el mejor autor de ucronías, sea un profesor de Historia o que Javier Negrete, que se desempeña con acierto en géneros tan dispares, sea un filólogo enamorado del mundo griego.

La ambientación en Roma eterna es realmente superficial y a los pocos conocimientos históricos necesarios para ambientar la novela se añade la dificultad de saber interpretar la Historia para hacer conjeturas sobre lo que podría haber sido. Silverberg es un imaginativo escritor de ciencia ficción pero no parece cómodo aquí. Una lástima porque el significado de la caída del Imperio Romano para Occidente ha sido origen de grandes debates. Simplificando posturas, los “anti-romanos” afirman que la Edad Media no fue tan oscura como parece y puso las condiciones necesarias para el surgimiento de la burguesía y de los modernos estados nacionales. Roma hubiera sido lo China para el Oriente: un gigante poderoso pero despótico e inmovilista. Los “filorromanos” defienden lo contrario: la caída del Imperio fue una desgracia para Occidente, que tardó siglos en recuperarse y frente a la Pax Romana, los países que surgieron de las ruinas del Imperio pelearon despiadadamente entre sí hasta el mismo siglo XX.

El debate histórico no puede ser más interesante pero Silverberg elige la peor opción: la neutralidad. El Occidente alternativo no avanza más lento ni más rápido ni es más pacífico o más inmovilista. Ocurren algunos hechos singulares pero no cambian lo esencial. Cambiando las fechas al calendario cristiano podemos encontrar paralelismos poco creíbles entre lo ocurrido en ese mundo alternativo y el nuestro. Los escasos cambios son además poco creíbles.


Concluyendo, Roma eterna no es más que una colección de relatos anecdóticos que van de lo curioso a lo mediocre pero sin llegar nunca a lo notable. Silverberg es un buen escritor pero la novela histórica no es su género y se muestra tan incapaz con la ambientación como con la interpretación histórica. También Asimov se sintió atraído pero, intuyendo que no era el género más apropiado para él, escribió su saga Fundación. Robert Silverberg debería haber tomado ejemplo del maestro y dejado el asunto para alguien más diestro con la novela histórica porque el autor de Alas nocturnas no será, espero, recordado por este libro.

jueves, 16 de septiembre de 2010

El galeote

Un relato no muy largo (1.400 palabras) que pese a su título no es histórico sino más bien simbólico, casi existencialista.


EL GALEOTE


¿Cuál fue su delito? ¿Fueron cinco o diez monedas de plata? No lo recuerda y tampoco importa. Aquel gordo mercadel al que se las robó no trabajó en toda su vida lo que Volgrod ha sufrido en cada hora de castigo desde entonces. Esas monedas hace mucho ya que fueron pagadas con unos intereses usurarios que avergonzarían al mismísimo diablo.

¿Qué vale el sudor del hombre, su libertad o su alma? Encadenados a sus bancos, los hombres pronto dejan de ser hombres y se convierten en bestias envilecidas a las que, a diferencia de las verdaderas bestias, no se les permite siquiera gozar de la luz y la caricia del sol, de la libertad de correr sin rumbo, de respirar el olor del viento y de la hierba. Aquí no pueden más que respirar el hedor de la muerte, de la madera vieja y del sudor de los demás desgraciados. No necesitan cerebro, el mazo del tambor piensa por ellos. Ese tambor marcará su destino durante los días, meses y años que sobrevivan. Volgrod nunca ha sabido qué han hecho sus compañeros de infortunio porque donde no hay humanidad no hay verdadera camaradería.

Tampoco puede pensar en ello. No hay tiempo ni ganas para pensar. El hombre al que antes llamaban Volgrod y al que ahora el cruel capataz sólo se dirige con insultos, es un hombre fuerte como muy pocos. Aún tiene mucho que aguantar, si no enferma, antes de que sus poderosos brazos empiecen a flaquear. Pero no hay salvación para él ni para ningún otro en el banco de una galera. Jamás se acostumbrará a vivir en el infierno porque no es más que un ser humano que sufre más allá del lacerante tormento físico. Porque Volgrod ya no es el mismo que antaño. Los cabellos, antes rojos y radiantes como la flor de la amapola, le caen repugnantes y enmarañados hasta los hombros. El fuego de sus ojos grises se ha extinguido. Su expresión resignada no es la de un tigre sino la de un buey uncido a su yugo, tan fuerte como manso y estúpido, que primero entrega su fuerza a su amo y después su propia carne. Cada movimiento lo sufre como el anterior. Cada movimiento absorbe todas las energías de su cuerpo y por eso no puede preguntarse qué son el espíritu y la voluntad.


-¡Alto! -grita el capataz, que ha dejado de golpear el tambor.

Nadie necesita una segunda orden. Los condenados se dejan caer sobre sus rodillas, jadeando como perros sedientos. Sienten demasiado dolor para disfrutar realmente de su descanso, astutamente calculado para mantenerlos con vida un poco más pero no para que recuerden lo que es ser humano. Unos a otros se pasan los pellejos con agua enrarecida, que sabe mal y mata a casi tantos condenados como el propio esfuerzo criminal al que les obligan. No obstante a ellos les sabe a nectar y ambrosía.

¿Qué es espíritu? ¿Qué es voluntad? La voluntad es una chispa que prende la hierba seca, un rayo impredecible que cae del cielo para tocar la tierra. Esa chispa prendió la rabia, un fuego incontenible en el interior de Volgrod, y no sabemos por qué. El galeote tira del gancho al que está encadenado su brazo izquierda con todas sus fuerzas. El gancho parece oxidado y algo débil pero las venas brotan por sus robustos brazos como enredaderas alrededor de las columnas de un templo abandonado pero todavía vigoroso. Aprieta los dientes para que no escape el dolor... ¡y arranca por fin el gancho de su sitio!

Intenta hacer la misma hazaña con el gancho derecho pero no lo consigue. Su voluntad sigue encendida y piensa rápido. Mira al capataz y grita:

-¡Eh, capataz!

El increpado tarda en reaccionar, ninguno de aquellos miserables se atreve jamás a dirigirle la palabra, y mira con disgusto al esclavo:

-¿Cuál es tu problema, perro pelirrojo?

-Es que esta bebida es tan fresca y deliciosa que me han dado ganas de joder... y me han dicho que tu culo de sodomita es tan grande y prieto como tu tambor.

El capataz queda paralizado. Jamás había oído a aquella escoria reír y cuando habla tiene que gritar para hacerse oír entre las carcajadas.

-¡Silencio, perros, he dicho que silencio u os mato a palos! ¡Vas a ver quién jode a quién, grandísimo bastardo pelirrojo! ¡Te joderé a latigazos y luego te meteré por el culo la maza del tambor!

El esclavista camina hacia Volgrod con el látigo en la mano y la cara roja como la de un borracho. También tiene el entendimiento torpe como el de un borracho por la pura rabia. Lo que el esclavista no sabe es que Volgrod tiene un brazo libre y con eso le basta. Rápido como un leopardo, lanza al aire la cadena que pende de su muñeca izquierda y los eslabones se enredan en el cuello del capataz. Un hombre que se cree seguro es un hombre que en un segundo ha perdido su libertad. Volgrod tira del brazo hacia sí y el capataz cae al suelo como un perro a los pies de su amo.

Necesita la llave que guarda en una bolsita en la cintura. Otro tirón y le parte el cuello. Ya no es más que un fardo del que tira hasta las llaves están a su alcance. Se libera y pronto su compañero coge la llave para hacer lo mismo. Los galeotes que todavía permanecen atados increpan e insultan a los que se liberan... Uno de los mercenarios desciende por la escalerilla para averiguar qué es esta algarabía. Porta una espada corta y Volgrod sólo un látigo. Le basta el látigo para desarmarle y las manos desnudas para matarle. Estampa su puño en las costillas de su opresor y éste se desploma. Volgrod se ríe y se ríe aún mas del propio sonido de su risa. ¡Había olvidado lo que era reír! ¡Había olvidado lo que significaba el gozo y quebrar y aplastar con los propios puños los huesos y la carne de otro hombre!


Salen ya a cubierta los galeotes como un rebaño de potros enloquecidos por la tormenta. Los mercenarios no son más de quince y los galeotes les rodean pero éstos dudan en atacar. Sólo Volgrod tiene la espada corta que arrebató al mercenario y precisamente sólo él confía en enfrentar las manos desnudas y el odio contra el acero. La masa carece de voluntad propia sin un líder. Volgrod asesta el primer golpe y los perros se arrojan detrás de él.

¡Qué error tan grande encerrar a un lobo salvaje entre perros! Los hombres comos Volgrod no pueden ser domesticados; para ellos no hay más pacificación que la propia muerte. El capitán del navío lo entiende demasiado tarde, cuando la espada corta del bárbaro se hunde en su vientre como un cuchillo en un trozo de manteca.


Muchos galeotes yacen ahora muertos sobre la cubierta pero sus antiguos amos les hacen compañía. Los pocos estúpidos que piden clemencia son arrojados al mar con las manos atadas. Muy pronto los esclavos liberados han olvidado a sus compañeros, y ríen y se abrazan. Todo ha ocurrido tan rápidamente que nadie diría que son los mismos que un rato antes remaban con el mismo entusiasmo que un hombre obligado a cavar su propia tumba. Todo les parece posible y no existe más límite que la línea del horizonte. Sólo necesitan un líder, un caudillo que les ordene lo que ellos desean para que muchas voluntades se hagan una sola.

-¿Y ahora qué? -pregunta uno.

-¡Ahora el mar es nuestro! -clama Volgrod, con un nuevo timbre en su potente voz que hace que a algunos se les erice el cabello al reconocer a su líder natural.

-¿Tú? ¿Por qué tú?

-¿Por qué yo, preguntas, perro? Porque yo os prometo que haré de esta chusma que sois el terror de toda la costa. Porque yo os prometo aventuras y luchas; os prometo botines de plata y seda; os prometo cerveza de malta y vino especiado; porque yo os prometo riquezas y también mujeres deshonestas que os ayuden a malgastarlas.

-¿Piratas? ¡Los piratas son condenados a muerte! -recordó un cobarde.

-¡Sí, yo os prometo también la muerte! ¡Yo os prometo que habrá una soga fuerte con un lazo corredizo para cada uno de vuestros cuellos! ¡Pero también os prometo, que sea mil veces maldito por los dioses si miento, que bien habrá valido la pena!


FIN


martes, 24 de agosto de 2010

El putero que vino de las estrellas



Un relato de humor, por supuesto...


EL PUTERO QUE VINO DE LAS ESTRELLAS

Dedicado a Paul, el más sabio entre los invertebrados.


De verdad, hacértelo con un gmork no es algo agradable. Lo digo por experiencia, si no no estaría escribiendo esto. Nueve poderosas extremidades son demasiadas extremidades para una chica semidecente como yo. Tenía el cuerpo más machado que después de una sesión con el fisio y la piel como un mantel blanco con topos rojos por los chupetones de las ventosas. Había esperado a que todas mis amigas tuviesen un rollo con un extranjero antes que yo y por fin lo había probado. A lo más que había llegado era a chupársela a un nigeriano por unos canutos y me moría de ganas por hacérmelo con alguien de más allá de Alfa Centauro. El sexo con extranjeros es cool o, al menos, es diferente. Además hoy no eres nadie en la uni si no has intercambiado fluidos con un alien (perdón, quería decir extranjero, que sé que no les gusta que les llamen así), así que les demostré a las zorronas de mis amigas (besos, os quiero, guapas) que yo no era una estrecha dejando que aquel visitante de las estrellas me ensanchara los siete agujeros de mi cuerpo. Y no me preguntéis cuáles eran el cuarto, quinto, sexto y séptimo porque ni yo misma había sabido que existían hasta entonces. Además yo no escribo esto por morbo sino para compartir mis sentimientos. Por favor, no me seáis cerdos.


Estaba dolorida después de una noche loca pero el dolor de mis brazos y piernas temblorosas no eran nada comparado con el dolor de mi corazón. Tenía muchas dudas de si había hecho bien. Apenas le conocía. Le había encontrado a la salida de Madrid, en la carretera de La Coruña. Habíamos intercambiado unas pocas palabras:

-Hola, me llamo Ana y soy estudiante de exobiología de veintitrés. El carbono es la base de mi estructura orgánica.

-Hola, yo soy conductor de un carguero intergaláctico y tenemos mucho en común porque también yo me compongo de carbono. Como gmork que soy, jamás podrías pronunciar mi nombre. Ah, procedo de una estrella de la constelación de Sagitario.

-¡Qué guay, yo soy capricornio! Me parece que somos compatibles.

Él se río un poco con los tubos por los que emitía su voz. Yo no sabía qué era eso de la constelación de Sagitario. La astronomía nunca fue lo mío. Pero sigo.

Nos fuimos a un lugar íntimo que había sido un puticlub de los de antes, de cuando los tíos no habían descubierto el placer de las abducciones rectales en la M30, que ahora llaman la carretera profunda. Apenas hablamos durante el polvo. Verle desnudo había sido un poco chocante al principio. La piel verdosa impresiona mucho pero luego se la chupé y era como mascar un chicle de clorofila. No había estado del todo mal. Cuando te lo haces con un gmork la lubricación es cosa hecha porque el alien está viscosillo. Es como tirarse a la piscina en todos los sentidos.

Ahora era de día y yo sufría de arrepentimiento y resaca.

-¿Qué te ocurre, cariño? -me preguntó con su voz melosa.

-Nada -le respondí, porque una chica decente se dejaría arrancar las uñas pintadas con unos alicates antes de contestar a esa pregunta. ¿Cuándo aprenderán los tíos?

En vez de eso esperé algunos minutos para empezar a agobiarle con los reproches:

-Es sólo que no estaba segura. Fue todo tan rápido y somos especies tan diferentes. No sé, es que no sé si esto está bien. Quizás sea antinatura que especies tan diferentes se mezclen...

Hablaba para mí misma porque hablarle a la cara a un alien sin cabeza es complicado e inquietante. Los nueve tentáculos brotaban directamente de una esfera azul verdosa y no dejaban de agitarse. De pronto se me ocurrió que me había tirado a un pulpo. Sí, aquello había sido como hacérselo con Paul, aquel cefalópodo profético con el que España y la humanidad vivieron el cénit de la civilización, los últimos años de gloria antes de que llegaran los aliens y convirtieran la Tierra en un garito intergaláctico. ¿Eso era lo máximo a lo que podía aspirar un terrícola? ¿A hacérselo con un cefálopodo espacial para pagar la carrera? No exagero. Pregunten, hoy es casi imposible encontrar a un universitario, camionero o guardia civil que no haya sido abducido. Es difícil encontrar un empleo que valga la pena. Toda la Tierra era un puticlub de mierda y yo me había dejado follar por un pulpo. Me eché a llorar.

-¿Por qué lloras preciosa?

-¡Mírate, me he dejado follar por un cefalópodo espacial!

-Sin faltar, guapa, que servidor no es un vulgar molusco. ¿Sabes? Tengo sentimientos y vértebras dentro de estos tentáculos.

-Lo siento, pero es que tenía tantas ilusiones... Quería esperar a conocer un chico adecuado y me gasté el dinero de los papis en las dichosas fiestas de la facu.

-Podrías haber trabajado...

-No me jodas más todavía, una cosa es dejarte follar por un pulpo viscoso y que te magree con sus nueve tentáculos y otra despachar hamburguesas en el MacDonalds como hace una desgraciada de mi clase. Una tiene dignidad, ¿sabes?

-Lo sé, no quería enfadarte. La verdad es que he disfrutado mucho.

Me envolvió por la cintura con un tentáculo frío pero amoroso. No era tan mal tipo después de todo aunque me temo que los tíos son todos iguales, hayan nacido en la Tierra o en un planeta de la constelación de Sagitario.

-Entiendo que para los humanos sea duro pero esto es el libre comercio, preciosa. Cada planeta produce aquello para lo que está mejor dotado y vosotros os dedicasteis a cargaros vuestros recursos naturales. Además tenéis la piel tan suavecida y parecéis tan frágiles que dan ganas de abrazaros, mordisquearos y penetraros.

Me reí un poco:

-¿Te gusta mi piel?

-Sí, me encanta. Me haría una cartera con ella porque es tan suave que me pasaría derramando mis flujos seminales todo el día sobre ti, amor mío. Jeje, recuerda quien me decía anoche que era su caballero jedi y pedía más mientras la abducía.

-Eres un encanto. La verdad es que eres muy dulce.

-Gracias. Ah, he confirmado la transferencia a tu cuenta corriente. Espero que tengas suficiente pasta para el resto de la carrera.

-No sé yo...

Tenía mis dudas y con razón. Me gastaría la mitad en ropa en tres mises y follándome a un wookie pero en aquel momento parecía mucha pasta.

Salimos de la cama con tranquilidad. Compadecí a la desgraciada que tuviera que hacer la cama porque parecía un colchón de agua por los dichosos fluidos seminales.


No pasó mucho tiempo antes de que me dejara abducir otra vez. El siguiente extranjero con el que me lo monté fue un wookie pero no fue lo mismo. Para nada. Creía que aquel primo lejano de Chewbacca sería dulce como un osito de peluche pero estuvo gimiendo de forma espantosa mientras me follaba y lo más excitante fue pasar las dos semanas siguientes vomitando bolas de pelo como un gato porque el muy cabrón se empeñó en que le hiciera una mamada.

No, no fue lo mismo. Porque del que jamás puedes olvidarte, ay, es del primero. No tuve valor para buscar a mi amado cefálopodo. Cuando quise hacerlo era demasiado tarde. Para entonces aquel pulpo que se paseaba los jueves y viernes por la carretera de La Coruña había pagado ya la carrera de toda mi promoción. Jamás volví a verle pero algo me había quedado de él. Lo descubrí diecisiete meses después del polvete. Al hacerme un análisis descubrí que mi gastrointeritis era un embarazo. Es difícil encontrar un alien compatible para procrear pero los gmorks son una de esas raras excepciones. Dentro de mí había un pulpito deseando vivir.

La verdad es que no ha sido fácil criar a mi Cthulín. Todavía existen muchos prejuicios contra las uniones interraciales. Para mi padre fue especialmente duro aceptarlo, él, que tanto le gustaba el pulpo a la gallega. Ahora me ayuda, como mi madre, en todo lo que puede. Por la mañana le llevan al acuario y al mediodía le dan su cubo con peces vivos para que se alimente. Ctulhín es un niño tan normal y sano como cualquier otro de su edad. Por eso quiero decirles a todas esas madres que temen que sus pequeños aliens les desgarren el útero y el pecho para abrirse paso a la vida que vale la pena, que se puede sobrellevar y hoy día no es un trauma sobrevivir después de que metan tu cabeza en un frasco de nutrientes. Recordad que el aborto es antinatural y ofende a Dios. Amigas, decidle sí a la vida y poned un alien en vuestras vidas.

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