jueves, 26 de noviembre de 2009

Libro recomendado: La luz del diablo

LA LUZ DEL DIABLO - Roberto Malo


Hay libros que es mejor no empezar si tienes algo pendiente que hacer y éste es uno de ellos. Lo comencé con la intención de leer uno o dos relatos antes de salir un sábado por la noche... y no lo abandoné hasta terminarlo con la sensación de que había sido muy corto.
Nunca creí que me pasaría con una antología de terror (no es mi género) pero el común denominador de estos relatos no es el terror (no lo son todos aunque sí la mayoría) sino el estilo peculiar de Roberto Malo. Tan expresivo en el lenguaje oral (muy majo a pesar del parecido con el asesino de Psicosis en la foto), comprobé que era capaz de trasladar esa capacidad al papel. No siempre ocurre. Yo mismo, lo confieso, me expreso mejor en el lenguaje escrito que en el oral.
El humor sarcástico y la capacidad de sorprender e impactar es común a todos los relatos. También las notables pinceladas de humor verde... El erótico tampoco es mi género pero después de haber disfrutado este libro me atreveré con Los guionistas, novela en forma de guión del mismo autor sobre el cine pornográfico. Dicho lo cual, apuntaré que la capacidad de sorprender y divertir no significa que el autor no demostrara también la habilidad de conmover. Por último, diré que el autor prefiere el uso de las oraciones breves y la eficacia con que las utiliza derriba otra de mis ideas preconcebidas.

Pero creo que cada relato bien merece un breve apunte:

El fin de la felicidad - El relato más convencional de la antología... y precisamente por ello el más atípico. No sé si fue escrito con la intención de despistar sobre lo que viene después pero es un bonito relato y bastante tierno.
Los favores se pagan - ¡Y tanto que se pagan! Porque el diablo es muy cabroncete, casi tanto como el lector. Se acabaron los sentimentalismos del primer relato.
La escena definitiva - ¿Cuál es la mejor escena del cine porno? Para una pregunta tan difícil nada mejor que uno de los relatos más ingeniosos del libro y quizás mi preferido.
La luz del diablo - Quizá el relato más convencional de terror, pero esto poco importa si la historia está tan bien escrita como aquí.
La fiesta - Podría decir lo mismo que del relato anterior. Entretenido hasta el final, estos relatos parecen escritos todos por el príncipe de las tinieblas...
Ojos extraños - Un relato divertido para que nadie piense (si todavía lo piensa a estas alturas del libro) que el terror está reñido con el humor.
Contactos - Todos hemos ojeado alguna vez esas páginas de contactos tan "interesantes" de los periódicos. ¿Pero cómo son los que contratan esos servicios? Un relato con muy mala leche, así que me gusta.
Billete mortal - Que sea el relato que menos me gustó no significa que sea malo: todo lo contrario, el nivel medio es bastante alto.
Lluvia sangrienta - El relato premiado del libro. No es el mejor para mi gusto pero entiendo que sí lo sea para los amantes del género. Muy notable en cualquier caso, aunque eche en falta el toque verde.
La revista acusadora - Para variar, un relato sobre padres e hijos. A mí también me hubiera gustado tener unos padres tan modernos...
El cuento mutilado - Gamberro, muy gamberro, así que me encantó este relato tan verde con intriga y un digno final.
La revelación - Cruel, terrible y, no obstante, muy divertido. Hubiera premiado este relato en lugar del anterior pero imagino que estoy algo pervertido. La lujuria y el terror unidos con un cierre final muy digno.

lunes, 23 de noviembre de 2009

El verbo prodigioso

Aquí el relato con el que participé en el TodoLeyendas de Sedice... y quedé en el puesto 37. No fue una buena elección para ese certamen y, sin embargo, no le guardo rencor y hasta le tengo mucho aprecio. Quizás arriesgué demasiado con el estilo atrevido y un episodio tan poco conocido como la Primera República.


EL VERBO PRODIGIOSO


Terminados los festejos, que son sobrios porque hay poco que celebrar, se abren para nosotros las puertas del Parlamento en el dos de enero de 1874, sexto año de la Revolución Gloriosa, llamada así primero con esperanza y luego con sarcasmo. Cuatro presidentes se han sucedido en menos de un año y muchos no creen ya en la supervivencia de la República. Encontraréis a Castelar, ahora presidente, y a sus predecesores Salmerón y Pi i Margall pero no a Figueras que, abrumado por los problemas de una nación en el caos, prefirió abandonar una tarea que superaba sus fuerzas. Cuando le busquen responderá con un enérgico “Váyanse a tomar por el culo”.

Disculpad tan poco memorables palabras porque, aunque groseras, expresan el sentir de muchos españoles que no tienen la elocuencia de tantas mentes ilustres. Es más, se diría que sus señorías sólo se escuchan a sí mismas en discusión permanente y no siempre desinteresada. Tenéis que prestar atención si queréis percibir entre el murmullo de los diputados otro murmullo que a Madrid llega como un eco de todos los rincones de España. Escuchad el murmullo que no cesa de un pueblo descontento, de unas esperanzas nunca satisfechas y de unos españoles que, despojados de su Imperio, se enfrentan a menudo con rabia y dolor...

Hasta que todos callan porque Don Emilio va hablar, el que para sus contemporáneos fue el hombre del verbo prodigioso y para nosotros, que no conservamos registro sonoro de su voz, el hombre de los grandes bigotes. Porque, en un siglo que es para los bigotes lo que el XVIII había sido para los peluquines, no hay bigote como el suyo, con las puntas vigorosas como cuernos de toro, cubriendo casi la mitad inferior de su inteligente rostro de ojos vivaces.

Claro que no es su mostacho lo que despierta la admiración de contemporáneos, incluso de sus adversarios, sino su prodigioso verbo. Tan brillante como Pi i Margall, el gaditano tiene la gracia de la que carece el catalán para hacer que sus discursos no sólo sean bellos sino que no dejen indiferentes a nadie. Acaso algo tenga que ver el proverbial gracejo andaluz con el don de la palabra de Castelar. No hay otro orador como él, ni siquiera entre tantas mentes preclaras, y el timbre de su voz es modulado y perfecto para exponer con gracia natural.

Sin excesivos preámbulos, Castelar habla de los males que asolan a España, que podrían resumirse en uno solo, el de la guerra, en un país en caos que hace demasiado tiempo que no conoce la paz. El reaccionario rey Carlos ha regresado de más allá de los Pirineos para organizar su Corte en Estella. Adorado por su séquito de boinas rojas, hace acuñar moneda con su efigie y manda sobre buena parte del país. Suyas son de facto las Vascongadas, donde la República se limita a las cercadas capitales, así como Navarra y las serranías del Maestrazgo y Castellón. Sus ejércitos se pasean por Cataluña y hasta por tierras castellanas, pues en la ciudad de Cuenca, tan cercana a la capital, acaban de alzarse los carlistas.

Pero si los boinas rojas campan a sus anchas por el noreste de España, la República no encuentra reposo en el sur. Allí el Cantón de Cartagena es un nido de corsarios. Impacientes, más ansiosos de derribar el viejo orden que de colaborar con la República, los cantonalistas han abortado la Constitución federal que dicen defender con el fuego de sus baterías. Valencia, Alicante, Málaga… Las costas levantinas son bombardeadas por los que fueron los mejores barcos de la armada y que ahora enarbolan la roja bandera de los cantonalistas en sus pabellones, roja como la sangre que riega España en nombre de algún ideal. Las demás potencias piden explicaciones al gobierno republicano por esta nueva Argel levantada en tierras murcianas.

Quizás se os antoje ocioso recordar a sus señorías el permanente caos en que vive la nación pero ni siguiera estos males bastan para unir a los republicanos. Muchos aguardan la réplica de Margall y, sobre todo, la de Salmerón, ahora enemistado con Don Emilio.

Éste insiste con ese estilo repetitivo que le es tan propio y que, lejos de ser monótono, martillea las conciencias y levanta pasiones. La unidad nacional debe comenzar por la unidad de los mismos republicanos. Pide un voto de confianza para salvar la República y para salvar la República no existe atajo al amargo pero necesario camino de la guerra. Explica que la República no puede permitirse un cambio de líder con la diplomacia que le es propia, temeroso de los celos y recelos de sus compañeros.

Pero a nadie se le escapa que Castelar no es el mismo hombre que disertaba en la Real Academia de la Historia. Su oratoria es vigorosa pero menos florida y más pragmática. Su voz ha perdido la musicalidad de antaño y suena más dura. No es que haya perdido fuerza su verbo, en absoluto, sino que, del mismo modo en que las manos del artesano se encallecen en su labor, Castelar ya no es el hombre que hablaba de ideales y para idealistas. Ha cambiado y eso algunos no pueden perdonárselo.

Como el mismo Nicolás Salmerón. El almeriense, que antes fue amigo y apoyo de Don Emilio, es ahora adversario y replica que sueña cada día con la democracia y no quiere esperar. Está cansado de los reclutamientos masivos y de las medidas excepcionales. ¡Tantos años esperó una oportunidad de salir del estéril régimen de la reina Isabel! Ahora el deseo de un gobierno realmente democrático y surgido del pueblo y para el pueblo no puede esperar.

Réplicas y contrarréplicas alargan el discurso hasta la madrugada pero, no temáis, que no os mantendré en vela. Con las primeras horas del alba se vota por fin la permanencia del presidente. Por apenas un puñado de votos es rechazada.


Ved un hombre derrotado, al que, tras horas de desvelo, las fuerzas le abandonan. El verbo más brillante de su tiempo no es capaz de expresar su desolación y sus oídos no oyen cuando sus colegas comienzan la votación para elegir a su sucesor.

Lo que sí oye es el rumor de que el general Pavia se ha sublevado nada más conocer la noticia y está de camino. Un joven diputado, suponemos que un idealista, llama a resistir y permanecer en sus asientos pero muchos se largan ya en discreta retirada. No habrá un quinto presidente y no esperan a escuchar el fuego de los fusiles. El pánico se desata cuando asoman los primeros tricornios. Comprendo vuestro asombro viendo a tan respetables prohombres trepar por sus escaños con la agilidad propia de una edad más inocente, ¡y algunos hasta se descuelgan por las ventanas como mozalbetes cogidos in fraganti en una travesura! El general, sarcástico, recuerda a sus señorías que pueden irse por la puerta... Más serio, se dirige a Castelar, que permanece en su sitio, y le ofrece el gobierno. Porque Pavia no es un monárquico sino un militar cansado del caos y de discusiones parlamentarias. Castelar le merece su confianza y basta con que le diga una palabra para que sea presidente de la República.

Pero no se sorprende cuando Castelar se niega y, aunque lamenta su decisión, le respeta más por ello. Ha puesto el poder a sus pies pero Castelar no quiere seguir el camino de la nueva República Francesa, construida sobre la sangre de la Comuna apenas un año antes. Los horrores de decenas de miles de revolucionarios fusilados en París y otros tantos enviados a fenecer en las cárceles de la Guyana le estremecen... No, él nunca podría y declina otra vez el ofrecimiento. Quizás sea un error y quizás pudiera salvar a la República pero siente miedo de sí mismo.

Cansado, muy cansado, abandona el Parlamento y nosotros le acompañamos con nuestra invisible presencia. A la salida se acerca a Margall, que también aguardó con valor a Pavía. Conciliador, le dirige la palabra cuando no tiene sentido ya la enemistad, que, por otra parte, nunca sintió por un hombre a quien respeta y aprecia.

-¡Quién podría imaginar esto!

-Sí, quién podría imaginarlo. Usted no, desde luego.

La voz de Margall responde afilada y dura, con odio incluso. Castelar no intenta demostrar su inocencia porque el odio de los que antes fueron sus compañeros le hiere más, incluso, que el triste final de un sueño. ¿Es que ni siquiera en la desventura pueden los españoles abandonar sus diferencias? Sólo le queda la esperanza de que sus compatriotas aprendan de la dolorosa Historia, que él tanto ha estudiado, y nosotros, privilegiados viajeros del presente, no le quitaremos esa esperanza.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Hispacon 2009

HISPACÓN 2009: CRÓNICA DE UNA DIVERSIÓN GARANTIZADA

Parece mentira. Todo un año esperando este encuentro entre amantes de la literatura y del sano entretenimiento y finalmente había llegado la Hispacón. Y ahora (¡cómo pasa el tiempo!) es agua pasada pero quedan los recuerdos y las amistades, que es lo que importa. Las anécdotas y el regusto de haber pasado tres días sin más preocupación que debatir sobre literatura, cine y cualquiera de las cosas que valen la pena quedan ahí. La Hispacón se ha convertido en una ocasión para que los que de alguna forma vivimos en este mundillo literario virtual estrechemos lazos más allá de la pantalla.

Ahí estaban los viejos conocidos. Con Nachob (José Ignacio Becerril) y Uriel (Miguel Puente) tengo la suerte de tener contacto aquí en Madrid. Pero ahí estaba Akhul/Patapalo (Juan Ángel Laguna), con quien tenía la espinita clavada de no haberme podido encontrar en su última visita a Madrid. También Ernesto Fernández y Palabras (Ángel Vela), la pareja de sevillanos que había animado las noches de la Hispacón anterior y que volvía reforzada con caras nuevas como Guybrush y Canijo (Manuel Mije). Tampoco olvido entre los nuevos a Felix Royo y Pilpintu (Eva), llegados para demostrar la creciente aportación que hace la web de OcioZero a este evento. Ah, y Kawaku (Michel) el hermano de Akhul y tan parecido en entusiasmo como en simpatía, que no en corpulencia... Mención especial merece Ftemplar o Fer (Fernando), un viejo y a la vez nuevo conocido. Encontré en el mundo real el mismo derroche de amabilidad y entusiasmo que en el foro, una persona con la que basta tratar un poco para sentir que la has tratado desde hace mucho tiempo. Viví esa sensación de acomodo en casa de Nachob con su familia y es que uno no se siente forastero entre los maños.

Después de este breve recuento, en el que temo olvidarme de alguno, alguno se preguntará qué se hace en una Hispacón más allá de la amistad. Bien, puedes conocer a escritores y editores de ese mundillo que se resiste a que la llamada literatura “de género” sea patrimonio extranjero. Este mundillo de las pequeñas editoriales que apuestan por el producto nacional es fascinante y vale la pena. No encontrará el lector en la Hispacón a Planeta, Timun Mas o La Factoría de Ideas. No es chouvinismo sino defender lo nuestro y también el esfuerzo y el talento y el arte y la creación frente al marketing y el negocio de las grandes editoriales.

Es un objetivo muy grande para pequeñas editoriales como AJEC o Equipo Sirius. Admirable la labor de Raul Gonzálvez, editor de AJEC con quienes compartimos sobremesa. Y Saco de Huesos, la pequeña editorial que Akhul y Uriel han levantado y que bien merece que le dedique un artículo propio. Siento envidia de tanto entusiasmo, lo confieso.

Por supuesto compré muchos libros que intentaré reseñar a medida que vaya leyéndolos. Aunque uno ha llegado terminado a Madrid. Se trata de La luz del diablo de Roberto Malo, a quien debo una reseña y una mención porque tuvo la amabilidad de regalarme Los guionistas cuando supo que su libro me había servido de diversión y descanso la última noche, en la que tomé algo de descanso en la habitación del hotel.

Desde luego hubo conferencias. Edgar Allan Poe, las últimas tendencias del terror, la colonización espacial, la llegada de los e-books... Es mucho lo que se puede aprender y ver tanta gente respecto a la anterior Hispacón me alegro especialmente, en particular por la gente joven que nos rodeaba, y es que ver a gente tan dispar, desde adolescentes a ancianos, reunidos por las aficiones comunes no es nada común. Allí estábamos los jóvenes de espíritu.

La Hispacón es literatura pero las noches son muy largas después de las conferencias... Aunque debo advertir a quienes traten de aguantar el ritmo de los sevillanos. Y las largas sobremesas, tan necesarias para paladearse con la abundante y excelente gastronomía oscense, que si Huesca es una ciudad humilde comprobamos que se puede comer como un rey. ¡Pues no saben los oscenses lo que es la buena vida! Comer, beber y hablar en buena compañía de literatura, cine o cualquier otra cosa que valga la pena, desde el desayuno hasta la noche (o en el caso de los sevillanos desde la llegada a la estación hasta la salida). ¿Es que se puede pedir más? ¿Es que hacen falta más razones para venir a la Hispacón?

Y ahora la pregunta: ¿para cuándo la próxima Hispacón...?


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