LA ALEGRÍA DE MORIR MATANDO
Matar, matar, matar y volver a matar, matar, matar y volver a…
No voy a insistir más, porque creo que ya habrán pillado la idea, el concepto de lo que es mi vida. Vivo para la única certeza absoluta en la vida de todo ser humano: su irremediable final. Porque la vida no es más que un accidente, un anómalo paréntesis en un universo que está prácticamente muerto. Millones de planetas orbitando alrededor de las estrellas y es posible que no exista la vida en uno de cada mil… Lo leí en una revista y aunque no soy científico y no entiendo de estas cosas, les invito a que piensen en ello. Reflexionen y piensen un poco por ustedes mismos para variar.
Pero voy a decirles algo para lo que no hace falta ser científico sino tener un poco de cabeza: la vida es la gran putada, una broma de mal gusto. Sé de lo que hablo.
Decid lo que queráis. Hablad de lo maravillosa que es la vida, del amor y de la amistad, de las ilusiones, de los placeres, del sol que brilla y de los niños que cantan bajo el arco iris… Estupideces. He visto morir a demasiada gente para engañarme con semejantes cursilerías para idiotas. Algún día os llegará la muerte y entonces gemiréis de terror. Cuando la vida se os escape como el aire que sale de vuestros pulmones, entonces veréis todos vuestros sueños como lo que realmente fueron y os parecerán tan estúpidos que no podréis entender cómo pudisteis creer en ellos alguna vez. Odiaréis a vuestros seres queridos hasta la nausea porque ellos seguirán viviendo cuando de vosotros no quede ni el recuerdo. Querréis llevaros el mismo mundo a la tumba con vosotros pero comprenderéis vuestra insignificancia. Sobre todo, lo más importante es que desearéis no haber nacido jamás para sufrir tanto, cuando sepáis que no sois más que arena escurriéndose entre los dedos de Dios…
Allá vosotros si queréis vivir con vuestras mentiras. Ayudando a otros a abandonar este valle de lágrimas me preparo para mi propia muerte porque sé que la muerte es el final de la vida y también su sentido. ¡Qué terrible paradoja!
Quizás ahora comprendáis por qué hago lo que hago…
Recuerdo a una de mis víctimas. Nada especial en principio: un empresario que había cometido el error de hacer negocios equivocados con personas equivocadas y tomado la decisión, más equivocada todavía, de no cumplir con sus obligaciones con la rapidez necesaria. A mi lado estaba “el Charro”, un tipo regordete y vulgar, pero gracioso no obstante. Él llevaba el volante mientras yo cargaba mi pistola.
Le vigilamos desde el coche mientras bajaba de un bonito Audi. De la mano llevaba a la que debía ser su hija, una niñita de unos seis o siete años. Fue muy tierno cuando la cogió en brazos para darle un beso. Conmovedor y también estúpido, muy humano.
Ocurre que yo también soy humano y estúpido y me enternecí. Esperé a que la niña entrase en la escuela antes de bajarme del coche. Fue muy fácil acercarme a él por la espalda sin que se diese cuenta. Sonreía cuando le reventé la nuca…
No le compadezcan porque tuvo mucha suerte. Vivió feliz hasta el instante final, sin conocer la angustia de la muerte que nos lleva sin preguntarnos. Murió con una sonrisa en los labios y un pensamiento de amor sincero y puro. ¡Hombre afortunado! Yo mismo le envidio. ¿Cómo podría no envidiarle si sé que algún día moriré con el pecho atravesado y desangrándome como un cerdo o con las costillas rotas después de una paliza fenomenal? Los detalles no importan mucho. Vosotros también moriréis, quizás de forma más tranquila, en la sala de un hospital. Pero moriréis gimiendo, con un último pensamiento de odio, igual que yo, odiando todo lo que ahora os parece bueno y hermoso.
-¿Sabes? Creo que he hecho mi buena acción del día –le comenté al “Charro” más tarde, ya en el coche.
Aunque estaba quitándome las salpicaduras de sangre de la cara con un pañuelo, noté que me miraba con extrañeza.
-¡Buena acción del día dice! ¡Si le has reventado la olla, cabrón!
-Tan sólo adelanté la muerte inevitable y le ahorré sufrir…
-¡Capullo! ¿Y su hija? ¿No crees que sufrirá?
Sonreí con algo de condescendencia. Sabía que iba a decirme eso. ¿A que vosotros también habéis pensando en ello?
-Su hija crecerá y vivirá con el mayor amor a su padre. Le recordará como un ser bueno todos los días de su vida, desde hoy hasta el último. Piénsalo. De haber vivido, ella le hubiera olvidado al hacerse adulta. Conocería a otros hombres, tendría sus proyectos y su propia vida, en la que su padre acabaría no siendo más que una visita obligada por navidades y poco más que un incordio. Ahora recordará para siempre al hombre que la quiso más que ningún otro…
Me había emocionado, lo confieso. Me sentía bien conmigo mismo por haber hecho algo realmente bueno. Permanecimos en silencio un rato pero mi colaborador no podía estar mucho tiempo callado.
-¿Sabes de que me acuerdo? De aquel tío al que le hice un agujero en la cabeza. ¡Se podía ver a través de ella!
Solté una carcajada.
-¡¿Pero qué gilipollez me estás contando?! Si le agujereas a un tío la cabeza, los sesos se desparraman y tapan el agujero. Es imposible que quede el hueco… ¡Es un hecho científico!
-Tú di lo que quieras pero yo te digo que podías mirar por la cabeza de ese tío como si fuese la mirilla de una puerta.
-Jajaja, a veces pienso que tendrías que dedicarte a escribir esas historias que cuentas, como esos autores aficionados de Internet. Seguro que ganabas el puto premio Planeta… ¡Eso si supieras escribir tu nombre!
-¡Vete a la mierda! –me dijo, pero sin parar de reír, casi pensé que íbamos a estrellarnos de tanta carcajada como dábamos los dos.
Supongo que estos momentos hacen que la vida sea algo más soportable. No era tan mal tipo el Charro, a pesar de su grasienta cara de mierda. Sólo decía gilipolleces el muy anormal pero sabía decirlas con gracia y eso tiene su mérito. Sí, el mundo perdió un gran humorista el día que le metí un cuchillo entre las vísceras.
***
Se me ocurren muchos motivos para matar y ni uno sólo para perdonar la vida que no sea la propia debilidad. Soy sincero cuando digo que nunca podría quitarle a un ser humano la inmortalidad… Si yo supiera que mis víctimas vivirían para siempre de no ser por mí no podría hacer algo tan espantoso. Tengo mis principios y si les cuesta comprenderlos, se pueden ir a tomar por el culo porque creo que lo que digo es razonable e inteligente. Yo no hago más que adelantar lo inevitable, ¿tan difícil es de entender eso? ¿Tan duras son sus molleras?
Siempre que mato a otro ser humano, siento también una grandísima curiosidad por saber qué siente, por descubrir qué puede haber en ese último instante que precede a la muerte.
Es increíble cómo los seres humanos pueden aferrarse a sus vidas. No hago más que pensar en el tipo al que eliminé anteayer. ¿Cómo podría definirlo? Quizá diciendo que era la última bazofia de la tierra. Imaginen a un drogata de mierda con las mejillas chupadas, el rostro demacrado, el cabello sucio, tan asqueroso todo él, en fin, que hubiera preferido chupar un escupitajo del suelo a darle la mano.
¿Qué tipo de vida podía tener? Sin familia ni amigos, malviviendo en una pocilga, sin más anhelo que algo que meterse por la nariz o por la vena con una jeringuilla usada.
Pero quería vivir. Tirado en el suelo, gemía y suplicaba vivir mientras le apretaba con el pie el pecho. Tenía su gracia verlo mover los brazos y piernas mientras lloriqueaba, sin atreverse a tocarme porque sabía que, de haberme arrugado el pantalón siquiera, lo hubiera matado de un balazo sin pensármelo. Pensé en un escarabajo panza arriba, una cucaracha intentando ponerse de pie, revolviendo las patas como un gilipollas. Igual de asqueroso.
-¡Por favor, tío! ¡No me mates, no soy más que un drogata de mierda! ¡No te he hecho nada!
Me aburría pero también sentía curiosidad.
-¿Qué sientes ahora que vas a morir? –le pregunté, y me miró con cara de subnormal, incapaz de entender.
-¡Tío, te lo suplico! ¡No me mates! ¡Perdóname! ¡Haré lo que quieras!
Solté un bufido de fastidio. Le apreté más con el pie, pisándole casi en el cuello. No tenía más que pisotearlo y chafarlo como a una cucaracha.
-¿Qué es la muerte? –le insistí.
No sé si me comprendió pero se transformó entonces. Dejó de suplicar y su lamentable rostro dejó de gesticular y pareció casi digno. Lo que vi entonces no era cobardía pueril sino comprensión de que todo había terminado para él. ¿Comprendió que su vida no valía lo que un klinex, que no me importaba más que una mierda de perro?
Recuerdo esos ojos. No puedo olvidar esos ojos llorosos y con venillas rojas brillando de una manera extraña. Miré en ellos y la vi… Dios, me sobrecojo recordándolo. Vi la sombra de la propia muerte reflejada en sus pupilas.
-¿Qué es la muerte? –pregunté de nuevo.
No me contestó y no creo que pudiera explicármelo. Le apreté el cuello con el pie hasta que se asfixió pero el brillo de la muerte permanecía en sus cadavéricas pupilas cuando abandoné su cadáver… Sí, ese capullo de mierda sabía algo que yo quisiera saber antes de que llegue mi momento. Daría cualquier cosa por saberlo antes.
***
Estoy confuso. No puedo entender nada y tengo miedo como jamás lo he tenido en la vida. Todavía no puedo creer que me esté pasando.
-Le digo que es imposible –le insistí, resistiéndome a creerlo-. Tiene que haber algún error, doctor.
-Lo siento pero el análisis es concluyente: no hay duda de que se trata de cáncer. Lo siento por usted.
Se lo tomaba con mucha calma el muy hijo de puta, tanta que me dieron ganas de darle una lección allí mismo y dejarle un poco de trabajo extra a quien se encargara de la limpieza del hospital... No, no valía la pena. Al fin y al cabo, yo sentía la misma tranquilidad a la hora de liquidar a mis víctimas y no había tanta diferencia entre él, un médico, y yo, un asesino a sueldo. Ambos hemos hecho de la muerte una vocación y matar es nuestro oficio, sólo que yo lo hago más rápido y mejor.
¿Pero cómo podía ser aquello? Hubiera querido explicarle que los tipos como yo no morimos de cáncer. Morimos atravesados por una bala, apuñalados, envenenados o, en fin, de alguna forma que resulte entretenida. No me asusta morir así, ya me he jugado el pellejo muchas veces y sé lo que es una bala metida en la carne, pero sentir que la vida te abandona mientras agonizas en la soledad de un hospital durante meses, impotente… Sé que nadie irá a visitarme cuando mi vida se apague. Ni siquiera habrá entierro. Yo quiero morir mirando a mis enemigos a los ojos, odiando con todas mis fuerzas, no lloriqueando en un hospital mis penas como una patética nenaza.
De nuevo pienso en aquel empresario al que liquidé. ¡Qué suerte la suya! Vivió sin pensar en la angustia de la muerte y ésta se la llevó un día, simplemente. Así es como quisiera morir yo pero no dejo de pensar en la muerte que ya ha empezado. Me falta el valor imaginando mi muerte. Moriré como un puto perro en un hospital, echado en una cama sin fuerzas, arrastrándome ante cualquier médico de mierda para suplicarle esperanza, llorando…
Oh, Dios, me da diarrea sólo de imaginarlo. Esto no puede acabar así, esa zorra que es la muerte no se saldrá con la suya.
***
Rechacé someterme a quimioterapia.
En vez de eso decidí que iba a morir con la pistola en la mano, haciendo algo digno de ser recordado. Iba a pescar un pez verdaderamente gordo, uno de ésos que nadie que no tuviese algo de perturbado mental intentaría pescar. Pero no tenía nada de perder y sí bastante de perturbado mental.
Y allí estaba yo, soportando con paciencia un soporífero discurso mientras observaba todos los detalles de mi alrededor.
-Porque sólo desde el marco de la legalidad y siempre con los instrumentos del Estado de Derecho podremos conseguirlo…
Todos empezaron a aplaudir y yo también aplaudí un poco por disimular, apretando las mandíbulas con fuerza para reprimir un bostezo. Nunca había imaginado que fuera posible aburrirse tanto. Me di cuenta de que el que estaba a mi lado dormitaba y sólo despertaba cuando oía los aplausos para unirse al entusiasmo general.
Indiferente a la mierda del discurso, mi interés estaba en los policías, bien situados alrededor del jefe para que su presencia no perjudicase su imagen ante las cámaras. Mi esperanza era pillarles desprevenidos ante un ataque suicida, y actuar con rapidez. Quería morir haciendo algo grande y lo conseguiría. Lo que me preocupaba es que no tendría tiempo para apuntar al candidato. Sólo podía confiar en mi magnífica puntería pero, acabase con él o no, daría que hablar.
-… Conseguir un Estado de Bienestar, justicia, solidaridad… Legalidad… Equidad… Convexidad…
No tenía nada en contra de aquel hombre –la política me la sudaba- pero aquello empezaba a ser algo personal. Le había elegido simplemente porque era un pez gordo pero cada vez tenía más ganas de terminar con aquella letanía. O actuaba con rapidez o acabaría tan sobado como el tipo que se sentaba a mi lado.
-Competitividad… Constitucionalidad… Barbaridad…
Demasiado para mí. Decidí que era entonces o nunca. Mientras la muchedumbre aplaudía todo lo que decía el hombre que no iba a ser presidente, me levanté e hice como si fuera a marcharme.
Saqué la metralleta oculta al tiempo que me volvía. Una verdadera maravilla por lo pequeña y manejable y fabricada en España. Oí un chillido. Aunque manejable, no era la mejor arma para apuntar pero disparé con rapidez… y acerté el blanco más importante de lo que me quedaba de vida. El hombre que, definitivamente, no iba a ser presidente cayó fulminado.
Lo había hecho tantas veces que ahora lo hacía sin pensar, sólo por instinto. Disparé a quemarropa a los prosélitos que tenía más cerca de mí y unos cuantos más quedaron heridos o muertes. Se desató el terror. Corrían a toda prisa, pisoteándose, tropezando con los asientos.
Olvidé a la multitud. Un policía me estaba apuntando y me hubiera disparado de no ser yo más rápido que él. En ese momento sentí algo que había sentido ya antes, una bala atravesándome de parte a parte como una loncha de queso.
Me agaché, buscando refugio detrás de unos asientos, sintiendo la sangre húmeda de una pierna. Pero era demasiado importante lo que estaba haciendo como para preocuparme por una hemorragia. Me asomé un instante y disparé otra ráfaga. Creo que acerté al tipo con gafas, un político, que acompañaba al hombre que pensaba que sería presidente.
Sentí más impactos en mi cuerpo y caí de rodillas al suelo. Pero si creían que era suficiente para acabar conmigo se equivocaban. Disparé y otros dos policías cayeron. Solté una carcajada de alegría porque iba a morir como siempre había querido: matando.
Nunca me había sentido tan vivo
Cuando caí por fin al suelo, desangrándome a través de los cuatro nuevos orificios (¿o eran cinco?) que tenía mi cuerpo, entonces la vi. Oía chillidos y gritos pero todo lo que ocurriera en ese mundo me daba igual.
La estaba viendo. Por fin contemplaba a la muerte en todo su esplendor. Reí como un niño porque no sé si la había imaginado como la parca con su guadaña pero nunca la hubiera imaginado así... Esa zorra era algo inimaginable… Era…
Pero creo que será mejor que lo descubráis por vosotros mismos.
5 comentarios:
Como decimos en mi tierra, y traduciendo la expresión de un modo que no creo que sea corriente en castellano, "me pasas la mano por la cara".
Aunque es final es previsible una vez sabes lo del cáncer, y he de decir que esperaba algo distinto, me sorprende con qué ligereza y sencillez tejes tu narrativa. La parte del drogadicto es la que más lo representa.
En fin, que leyendo lo que escribes se me va cualquier ambición de ser buen escritor. Esta genialidad con los temas, esta inventiva, es un bien muy preciado en el gremio, y por desgracia carezco en gran medida de él.
Que nunca se agoten las fuentes de tu inspiración, Solharis.
Andronicus dixit
Sí, el final es previsible y más por el título. Aunque parezca raro, primero se me ocurrió el título y luego me inventé una historia. La parte del drogadicto también es mi preferida.
Me alegro de que te guste pero no que te desanimes. Es cuestión de practicar mucho. Incluso la inspiración es más práctica -creo yo- que instinto.
Muchas gracias por tu comentario, Andronicus.
Cada vez mejor. Enhorabuena. Engancha desde el primer renglon.
Un beso
SOL
Fabuloso, Solharis.
Me encantan estas historias de asesinos, y la facilidad con la que te pones en la piel del sicario es, cuanto menos, memorable...
te seguiré leyendo ;)
PD: ¿Me permites enlazarte desde mi blog para tenerte siempre a mano?
No sabía que tuvieras blog, Caronte. Me pasaré por allí y claro que puedes poner un enlace a mi blog. De hecho te lo agradeceré y creo que voy a poner yo también enlaces, a tu blog también si no te importa.
Siempre me ha fascinado este tipo de personajes... Tú que me has leído lo sabes bien.
Un placer verte por aquí.
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