jueves, 31 de diciembre de 2009

Se acabó el 2009

El último día del año es siempre un buen día para intentar resumir el año, sobre todo en cuanto a la aficióń a la escritura que me hizo fundar este blog. Me confieso insatisfecho en cuanto a que podría haber escrito bastante más y que necesito disciplinarme pero ha habido cosas muy positivas y es el momento de hacer buenos propósitos para el año nuevo.
Quiero felicitaros a muchos y temo olvidarme de alguien. No me olvidaré de Sol, mi buena amiga, y que tanto necesita que la anime cuando ella me ha animado tanto en el pasado y la enviaré un besazo hasta Valencia. Tampoco de Andrónicus, a quien agradeceré otra vez sus numerosos y valiosos comentarios en este blog a quien debo una visita, por cierto. Todos mis compañeros de OcioZero, esa web levantada por el ánimo del optimista y entusiasta Akhul. A él y a Pedro Escudero y Uriel quiero desearles además mucha suerte con su proyecto editorial Saco de Huesos. Aunque Pedro ha sido recientemente afortunado con la paternidad y no necesita muchas felicitaciones... Un especial abrazo para los mañicos Nachob y Ftemplar.

En fin, muchas felicidades para cuantos os debo un agradecimiento por vuestros apoyos y comentarios.

Feliz año 2010

lunes, 21 de diciembre de 2009

El juguete de Reyes

Parece que este año los Reyes han venido antes (supongo que la competencia de Papa Noel, que llega con diez días de adelanto como infame esquirol, tiene mucho que ver). El juguete es un e-book, e-reader o libro electrónico, que todos sabéis a qué me refiero. ¿Mi impresión después de haberlo probado? Pues que esto es el futuro. Comprendo el encanto de los libros pero lo práctico, cómodo y barato se acaba imponiendo. Como escritor aficionado intuyo que le sacaré un gran rendimiento para revisar mis borradores y leer los escritos de los colegas. Una verdadera maravilla el aparatito, oigan.
En fin, creo que tendré mucho que hablar de estos aparatos porque van a marcar un antes y un después.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¡Por fin me dieron Calabazas!

Y aquí estoy, tan satisfecho de que me hayan dado Calabazas... Calabazas, con mayúscula, es la revista antológica de terror trimestral que la nueva editorial Saco de Huesos está sacando. "Revista" es una palabra que puede llevar a engaño porque realmente es un libro y con un formato y diseño muy buenos, que nadie piense por un instante en un legajo de hojas grapadas porque estamos ante gente eficiente y que le echa bastantes ganas. Echadle un vistazo:
Calabazas en el trastero

Precisamente por eso tenía muchas ganas de ser seleccionado entre los 13 relatos y no es fácil cuando reciben cerca de 200 relatos, cribados con un sistema anónimo para evitar amiguismos. Fracasé en los dos primeros números y en el tercero ni siquiera llegué a escribir un relato sobre Poe. El nivel de la revista había ido in crescendo y empezaba a desmoralizarme... Hasta que la semana pasada supe que mi relato El sastrecillo y el hombre cangrejo estaría incluido. También reconozco que este relato supera mis dos intentos anteriores. El terror es un género que se me resiste y últimamente estoy descubriendo que es mucho más meritorio de lo que creía.

Espero que comprendáis mi alegría y que me permita recrearme para variar en mi modesto logro. Tengo unas enormes ganas de echarle las manos al ejemplar que me corresponde.


jueves, 26 de noviembre de 2009

Libro recomendado: La luz del diablo

LA LUZ DEL DIABLO - Roberto Malo


Hay libros que es mejor no empezar si tienes algo pendiente que hacer y éste es uno de ellos. Lo comencé con la intención de leer uno o dos relatos antes de salir un sábado por la noche... y no lo abandoné hasta terminarlo con la sensación de que había sido muy corto.
Nunca creí que me pasaría con una antología de terror (no es mi género) pero el común denominador de estos relatos no es el terror (no lo son todos aunque sí la mayoría) sino el estilo peculiar de Roberto Malo. Tan expresivo en el lenguaje oral (muy majo a pesar del parecido con el asesino de Psicosis en la foto), comprobé que era capaz de trasladar esa capacidad al papel. No siempre ocurre. Yo mismo, lo confieso, me expreso mejor en el lenguaje escrito que en el oral.
El humor sarcástico y la capacidad de sorprender e impactar es común a todos los relatos. También las notables pinceladas de humor verde... El erótico tampoco es mi género pero después de haber disfrutado este libro me atreveré con Los guionistas, novela en forma de guión del mismo autor sobre el cine pornográfico. Dicho lo cual, apuntaré que la capacidad de sorprender y divertir no significa que el autor no demostrara también la habilidad de conmover. Por último, diré que el autor prefiere el uso de las oraciones breves y la eficacia con que las utiliza derriba otra de mis ideas preconcebidas.

Pero creo que cada relato bien merece un breve apunte:

El fin de la felicidad - El relato más convencional de la antología... y precisamente por ello el más atípico. No sé si fue escrito con la intención de despistar sobre lo que viene después pero es un bonito relato y bastante tierno.
Los favores se pagan - ¡Y tanto que se pagan! Porque el diablo es muy cabroncete, casi tanto como el lector. Se acabaron los sentimentalismos del primer relato.
La escena definitiva - ¿Cuál es la mejor escena del cine porno? Para una pregunta tan difícil nada mejor que uno de los relatos más ingeniosos del libro y quizás mi preferido.
La luz del diablo - Quizá el relato más convencional de terror, pero esto poco importa si la historia está tan bien escrita como aquí.
La fiesta - Podría decir lo mismo que del relato anterior. Entretenido hasta el final, estos relatos parecen escritos todos por el príncipe de las tinieblas...
Ojos extraños - Un relato divertido para que nadie piense (si todavía lo piensa a estas alturas del libro) que el terror está reñido con el humor.
Contactos - Todos hemos ojeado alguna vez esas páginas de contactos tan "interesantes" de los periódicos. ¿Pero cómo son los que contratan esos servicios? Un relato con muy mala leche, así que me gusta.
Billete mortal - Que sea el relato que menos me gustó no significa que sea malo: todo lo contrario, el nivel medio es bastante alto.
Lluvia sangrienta - El relato premiado del libro. No es el mejor para mi gusto pero entiendo que sí lo sea para los amantes del género. Muy notable en cualquier caso, aunque eche en falta el toque verde.
La revista acusadora - Para variar, un relato sobre padres e hijos. A mí también me hubiera gustado tener unos padres tan modernos...
El cuento mutilado - Gamberro, muy gamberro, así que me encantó este relato tan verde con intriga y un digno final.
La revelación - Cruel, terrible y, no obstante, muy divertido. Hubiera premiado este relato en lugar del anterior pero imagino que estoy algo pervertido. La lujuria y el terror unidos con un cierre final muy digno.

lunes, 23 de noviembre de 2009

El verbo prodigioso

Aquí el relato con el que participé en el TodoLeyendas de Sedice... y quedé en el puesto 37. No fue una buena elección para ese certamen y, sin embargo, no le guardo rencor y hasta le tengo mucho aprecio. Quizás arriesgué demasiado con el estilo atrevido y un episodio tan poco conocido como la Primera República.


EL VERBO PRODIGIOSO


Terminados los festejos, que son sobrios porque hay poco que celebrar, se abren para nosotros las puertas del Parlamento en el dos de enero de 1874, sexto año de la Revolución Gloriosa, llamada así primero con esperanza y luego con sarcasmo. Cuatro presidentes se han sucedido en menos de un año y muchos no creen ya en la supervivencia de la República. Encontraréis a Castelar, ahora presidente, y a sus predecesores Salmerón y Pi i Margall pero no a Figueras que, abrumado por los problemas de una nación en el caos, prefirió abandonar una tarea que superaba sus fuerzas. Cuando le busquen responderá con un enérgico “Váyanse a tomar por el culo”.

Disculpad tan poco memorables palabras porque, aunque groseras, expresan el sentir de muchos españoles que no tienen la elocuencia de tantas mentes ilustres. Es más, se diría que sus señorías sólo se escuchan a sí mismas en discusión permanente y no siempre desinteresada. Tenéis que prestar atención si queréis percibir entre el murmullo de los diputados otro murmullo que a Madrid llega como un eco de todos los rincones de España. Escuchad el murmullo que no cesa de un pueblo descontento, de unas esperanzas nunca satisfechas y de unos españoles que, despojados de su Imperio, se enfrentan a menudo con rabia y dolor...

Hasta que todos callan porque Don Emilio va hablar, el que para sus contemporáneos fue el hombre del verbo prodigioso y para nosotros, que no conservamos registro sonoro de su voz, el hombre de los grandes bigotes. Porque, en un siglo que es para los bigotes lo que el XVIII había sido para los peluquines, no hay bigote como el suyo, con las puntas vigorosas como cuernos de toro, cubriendo casi la mitad inferior de su inteligente rostro de ojos vivaces.

Claro que no es su mostacho lo que despierta la admiración de contemporáneos, incluso de sus adversarios, sino su prodigioso verbo. Tan brillante como Pi i Margall, el gaditano tiene la gracia de la que carece el catalán para hacer que sus discursos no sólo sean bellos sino que no dejen indiferentes a nadie. Acaso algo tenga que ver el proverbial gracejo andaluz con el don de la palabra de Castelar. No hay otro orador como él, ni siquiera entre tantas mentes preclaras, y el timbre de su voz es modulado y perfecto para exponer con gracia natural.

Sin excesivos preámbulos, Castelar habla de los males que asolan a España, que podrían resumirse en uno solo, el de la guerra, en un país en caos que hace demasiado tiempo que no conoce la paz. El reaccionario rey Carlos ha regresado de más allá de los Pirineos para organizar su Corte en Estella. Adorado por su séquito de boinas rojas, hace acuñar moneda con su efigie y manda sobre buena parte del país. Suyas son de facto las Vascongadas, donde la República se limita a las cercadas capitales, así como Navarra y las serranías del Maestrazgo y Castellón. Sus ejércitos se pasean por Cataluña y hasta por tierras castellanas, pues en la ciudad de Cuenca, tan cercana a la capital, acaban de alzarse los carlistas.

Pero si los boinas rojas campan a sus anchas por el noreste de España, la República no encuentra reposo en el sur. Allí el Cantón de Cartagena es un nido de corsarios. Impacientes, más ansiosos de derribar el viejo orden que de colaborar con la República, los cantonalistas han abortado la Constitución federal que dicen defender con el fuego de sus baterías. Valencia, Alicante, Málaga… Las costas levantinas son bombardeadas por los que fueron los mejores barcos de la armada y que ahora enarbolan la roja bandera de los cantonalistas en sus pabellones, roja como la sangre que riega España en nombre de algún ideal. Las demás potencias piden explicaciones al gobierno republicano por esta nueva Argel levantada en tierras murcianas.

Quizás se os antoje ocioso recordar a sus señorías el permanente caos en que vive la nación pero ni siguiera estos males bastan para unir a los republicanos. Muchos aguardan la réplica de Margall y, sobre todo, la de Salmerón, ahora enemistado con Don Emilio.

Éste insiste con ese estilo repetitivo que le es tan propio y que, lejos de ser monótono, martillea las conciencias y levanta pasiones. La unidad nacional debe comenzar por la unidad de los mismos republicanos. Pide un voto de confianza para salvar la República y para salvar la República no existe atajo al amargo pero necesario camino de la guerra. Explica que la República no puede permitirse un cambio de líder con la diplomacia que le es propia, temeroso de los celos y recelos de sus compañeros.

Pero a nadie se le escapa que Castelar no es el mismo hombre que disertaba en la Real Academia de la Historia. Su oratoria es vigorosa pero menos florida y más pragmática. Su voz ha perdido la musicalidad de antaño y suena más dura. No es que haya perdido fuerza su verbo, en absoluto, sino que, del mismo modo en que las manos del artesano se encallecen en su labor, Castelar ya no es el hombre que hablaba de ideales y para idealistas. Ha cambiado y eso algunos no pueden perdonárselo.

Como el mismo Nicolás Salmerón. El almeriense, que antes fue amigo y apoyo de Don Emilio, es ahora adversario y replica que sueña cada día con la democracia y no quiere esperar. Está cansado de los reclutamientos masivos y de las medidas excepcionales. ¡Tantos años esperó una oportunidad de salir del estéril régimen de la reina Isabel! Ahora el deseo de un gobierno realmente democrático y surgido del pueblo y para el pueblo no puede esperar.

Réplicas y contrarréplicas alargan el discurso hasta la madrugada pero, no temáis, que no os mantendré en vela. Con las primeras horas del alba se vota por fin la permanencia del presidente. Por apenas un puñado de votos es rechazada.


Ved un hombre derrotado, al que, tras horas de desvelo, las fuerzas le abandonan. El verbo más brillante de su tiempo no es capaz de expresar su desolación y sus oídos no oyen cuando sus colegas comienzan la votación para elegir a su sucesor.

Lo que sí oye es el rumor de que el general Pavia se ha sublevado nada más conocer la noticia y está de camino. Un joven diputado, suponemos que un idealista, llama a resistir y permanecer en sus asientos pero muchos se largan ya en discreta retirada. No habrá un quinto presidente y no esperan a escuchar el fuego de los fusiles. El pánico se desata cuando asoman los primeros tricornios. Comprendo vuestro asombro viendo a tan respetables prohombres trepar por sus escaños con la agilidad propia de una edad más inocente, ¡y algunos hasta se descuelgan por las ventanas como mozalbetes cogidos in fraganti en una travesura! El general, sarcástico, recuerda a sus señorías que pueden irse por la puerta... Más serio, se dirige a Castelar, que permanece en su sitio, y le ofrece el gobierno. Porque Pavia no es un monárquico sino un militar cansado del caos y de discusiones parlamentarias. Castelar le merece su confianza y basta con que le diga una palabra para que sea presidente de la República.

Pero no se sorprende cuando Castelar se niega y, aunque lamenta su decisión, le respeta más por ello. Ha puesto el poder a sus pies pero Castelar no quiere seguir el camino de la nueva República Francesa, construida sobre la sangre de la Comuna apenas un año antes. Los horrores de decenas de miles de revolucionarios fusilados en París y otros tantos enviados a fenecer en las cárceles de la Guyana le estremecen... No, él nunca podría y declina otra vez el ofrecimiento. Quizás sea un error y quizás pudiera salvar a la República pero siente miedo de sí mismo.

Cansado, muy cansado, abandona el Parlamento y nosotros le acompañamos con nuestra invisible presencia. A la salida se acerca a Margall, que también aguardó con valor a Pavía. Conciliador, le dirige la palabra cuando no tiene sentido ya la enemistad, que, por otra parte, nunca sintió por un hombre a quien respeta y aprecia.

-¡Quién podría imaginar esto!

-Sí, quién podría imaginarlo. Usted no, desde luego.

La voz de Margall responde afilada y dura, con odio incluso. Castelar no intenta demostrar su inocencia porque el odio de los que antes fueron sus compañeros le hiere más, incluso, que el triste final de un sueño. ¿Es que ni siquiera en la desventura pueden los españoles abandonar sus diferencias? Sólo le queda la esperanza de que sus compatriotas aprendan de la dolorosa Historia, que él tanto ha estudiado, y nosotros, privilegiados viajeros del presente, no le quitaremos esa esperanza.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Hispacon 2009

HISPACÓN 2009: CRÓNICA DE UNA DIVERSIÓN GARANTIZADA

Parece mentira. Todo un año esperando este encuentro entre amantes de la literatura y del sano entretenimiento y finalmente había llegado la Hispacón. Y ahora (¡cómo pasa el tiempo!) es agua pasada pero quedan los recuerdos y las amistades, que es lo que importa. Las anécdotas y el regusto de haber pasado tres días sin más preocupación que debatir sobre literatura, cine y cualquiera de las cosas que valen la pena quedan ahí. La Hispacón se ha convertido en una ocasión para que los que de alguna forma vivimos en este mundillo literario virtual estrechemos lazos más allá de la pantalla.

Ahí estaban los viejos conocidos. Con Nachob (José Ignacio Becerril) y Uriel (Miguel Puente) tengo la suerte de tener contacto aquí en Madrid. Pero ahí estaba Akhul/Patapalo (Juan Ángel Laguna), con quien tenía la espinita clavada de no haberme podido encontrar en su última visita a Madrid. También Ernesto Fernández y Palabras (Ángel Vela), la pareja de sevillanos que había animado las noches de la Hispacón anterior y que volvía reforzada con caras nuevas como Guybrush y Canijo (Manuel Mije). Tampoco olvido entre los nuevos a Felix Royo y Pilpintu (Eva), llegados para demostrar la creciente aportación que hace la web de OcioZero a este evento. Ah, y Kawaku (Michel) el hermano de Akhul y tan parecido en entusiasmo como en simpatía, que no en corpulencia... Mención especial merece Ftemplar o Fer (Fernando), un viejo y a la vez nuevo conocido. Encontré en el mundo real el mismo derroche de amabilidad y entusiasmo que en el foro, una persona con la que basta tratar un poco para sentir que la has tratado desde hace mucho tiempo. Viví esa sensación de acomodo en casa de Nachob con su familia y es que uno no se siente forastero entre los maños.

Después de este breve recuento, en el que temo olvidarme de alguno, alguno se preguntará qué se hace en una Hispacón más allá de la amistad. Bien, puedes conocer a escritores y editores de ese mundillo que se resiste a que la llamada literatura “de género” sea patrimonio extranjero. Este mundillo de las pequeñas editoriales que apuestan por el producto nacional es fascinante y vale la pena. No encontrará el lector en la Hispacón a Planeta, Timun Mas o La Factoría de Ideas. No es chouvinismo sino defender lo nuestro y también el esfuerzo y el talento y el arte y la creación frente al marketing y el negocio de las grandes editoriales.

Es un objetivo muy grande para pequeñas editoriales como AJEC o Equipo Sirius. Admirable la labor de Raul Gonzálvez, editor de AJEC con quienes compartimos sobremesa. Y Saco de Huesos, la pequeña editorial que Akhul y Uriel han levantado y que bien merece que le dedique un artículo propio. Siento envidia de tanto entusiasmo, lo confieso.

Por supuesto compré muchos libros que intentaré reseñar a medida que vaya leyéndolos. Aunque uno ha llegado terminado a Madrid. Se trata de La luz del diablo de Roberto Malo, a quien debo una reseña y una mención porque tuvo la amabilidad de regalarme Los guionistas cuando supo que su libro me había servido de diversión y descanso la última noche, en la que tomé algo de descanso en la habitación del hotel.

Desde luego hubo conferencias. Edgar Allan Poe, las últimas tendencias del terror, la colonización espacial, la llegada de los e-books... Es mucho lo que se puede aprender y ver tanta gente respecto a la anterior Hispacón me alegro especialmente, en particular por la gente joven que nos rodeaba, y es que ver a gente tan dispar, desde adolescentes a ancianos, reunidos por las aficiones comunes no es nada común. Allí estábamos los jóvenes de espíritu.

La Hispacón es literatura pero las noches son muy largas después de las conferencias... Aunque debo advertir a quienes traten de aguantar el ritmo de los sevillanos. Y las largas sobremesas, tan necesarias para paladearse con la abundante y excelente gastronomía oscense, que si Huesca es una ciudad humilde comprobamos que se puede comer como un rey. ¡Pues no saben los oscenses lo que es la buena vida! Comer, beber y hablar en buena compañía de literatura, cine o cualquier otra cosa que valga la pena, desde el desayuno hasta la noche (o en el caso de los sevillanos desde la llegada a la estación hasta la salida). ¿Es que se puede pedir más? ¿Es que hacen falta más razones para venir a la Hispacón?

Y ahora la pregunta: ¿para cuándo la próxima Hispacón...?


viernes, 16 de octubre de 2009

Ucronía: Pequeña camarada

Otro relato sobre ucronías, esta vez más humorística y, a mi humilde juicio, más original que la anterior. El comunismo ha derrotado finalmente al capitalismo... o no.



PEQUEÑA CAMARADA


Todas las niñas la querían. Todas se paraban en la calle para contemplar su más preciado deseo detrás de un escaparate. La muñeca de Rosa Luxemburgo, el juguete de moda que no podía faltar en la casa de ninguna pequeña proletaria. Reproducción fiel de la heroína popular, con cinco uniformes diferentes, hacía que a las pequeñas proletarias les brillasen los ojos, pero era al hablar cuando hacía que éstas no pudieran contener más las ganas de pedírsela a sus papas. La muñeca podía hacer feliz a cualquier niña diciendo algo como:

-¡Adelante, camaradas proletarias! ¡Luchad con la sección femenina por los derechos de la mujer y del pueblo trabajador!

Ah, y por supuesto incluía en su repertorio la celebérrima frase de la heroína de las niñas:

-¡Más vale morir de pie que vivir de rodillas!

Aquello había sido demasiado para la pequeña Olga, que veía con atención el boletín informativo para la infancia en su televisor. Emocionada, había ido enseguida a tirarle del pantalón a su papá:

-¡Solicítala y rellena el formulario, batiushka [papá]! ¡Yo también quiero ser una buena camarada como mi amiga Raquel, que la tiene!

-Cielo, no hace tanto te compré la muñeca de la Pasionaria…

-¡Pero esa sólo sabe decir que los fascistas deben ser exterminados! ¡Yo quiero ser una buena proletaria! ¡Cómprala, papá, por favor!

-Bueno, quizás el camarada Marx te la traiga este Noviembre si te portas bien…

La niña suspiraba y callaba, confiando en que el camarada Marx la recompensase el Cinco de Noviembre con su deseo. La noche de la jornada gloriosa, la del aniversario del triunfo de la Revolución Bolchevique sobre el zarismo capitalista-judeo-fascista Marx visitaba las casas de los pequeños para recompensar con regalos a los que habían sido buenos camaradas…

Desgraciadamente el padre de Olga no era tan previsor como lo había sido el filósofo alemán. Todos los años se hacía el mismo propósito de enmendarse y hacer las cosas con tiempo pero todos los años se encontraba con que el Cinco de Noviembre estaba a la vuelta de la esquina y no tenía aún los regalos porque no había cumplimentado dentro de plazo los correspondientes formularios. Ahora no le quedaba más alternativa que divagar de un Centro de Almacenamiento y Distribución a otro para que los funcionarios negasen siempre con la cabeza y le dijesen que la ansiada muñeca estaba agotada.

Sí, su labor de funcionario ejecutivo en el departamento de maquinaría agrícola pesada le tenía siempre ocupado, o ésa era la disculpa que se daba a sí mismo. Pero no menos cierto era que un buen camarada debía ser tan buen trabajador como padre.

En fin, ya no tenía remedio el problema. Estaba tan desolado que no hacía más que mirar al brillante suelo del Centro de Almacenamiento y Distribución. Un desconocido le cogió del brazo y le dijo de pronto:

-¡¿Es que no me reconoces, camarada Iván?!

Iván levantó la vista y sonrió:

-¡Privet, camarada Pedro! ¿Qué haces aquí?

-Pues nada, estoy con mis hijos mientras mi mujer se reúne con sus camaradas de sección femenina. Hemos ido a ver una película y estos pequeños camaradas quieren pedirle algo a Marx...

-¡Venga, papá! ¡No está bien hacer esperar al camarada Marx!

Los cuatro -Iván, su amigo Pedro y los dos hijos de éste- siguieron caminando por el centro. Por fin encontraron la cola de niños que aguardaban para pedir su premio. Un individuo disfrazado de Marx, con su barba postiza, puro y su elegante traje negro, escuchaba los deseos de los chavales.

El primer niño de la cola se adelantó unos pasos y alzó el puño mientras le decía, algo intimidado:

-¡Saludos, camarada Marx!

-¡Saludos, pequeño camarada! ¿Has sido bueno este año?

-¡Sí, Marx, he sido bueno! ¡Me dieron una estrella en aritmética y fui héroe escolar del mes en matemáticas!

El presunto Marx sonrió:

-Bien, así me gusta. ¿Y qué es lo que quieres?

-Quiero ese soldado por control remoto de las Brigadas Internacionales, y ese otro de las fuerzas especiales soviéticas de Afganistán, que tiene tanque además, y el videojuego en el que hay que destruir las ciudades capitalistas...

-Son muchas cosas, ¿no crees? Recuerda que debo premiar a todos los buenos camaradas.

Le dio un cariñoso abrazo y enseguida una niña ocupó su lugar.


Cuando por fin los hijos del camarada Pedro pudieron solicitar sus premios, dejaron el Centro de Almacenamiento y Distribución. Fuera, la madrileña Avenida de las Brigadas Internacionales estaba engalanada como siempre para celebrar el Noviembre Glorioso: estrellas doradas colgadas en ristras, iluminando las calles por doquier, tantas como banderas rojas; enormes carteles de los camaradas Marx, Lenin y Stalin; el himno de la Internacional entremezclándose con el himno de Riego y el himno Soviético. En fin, era toda la parafernalia típica del Noviembre Glorioso, que entusiasmaba a los niños pero no a Iván, que tenía otras cosas en mentes mientras le explicaba su problema a su buen camarada.

-¡Joroscho! ¡Deberías habérmelo dicho antes! ¿Es que no recuerdas que ahora trabajo en el Subdepartamento de Distribución de Artículos Lúdicos para la Infancia?

-¡Es verdad! ¿Podrías hacer algo por mí?

-Claro, yo no sería un buen camarada si no. Cuenta con ello.

Iván, sintiéndose mucho más animado, cambió de tema de conversación:

-¿Y qué tal es la película que has visto?

-Bueno, no está mal. Trata sobre agentes trotskistas a sueldo de Estados Unidos. Se infiltran en el avión del Presidente de la URSS para asesinarle pero ya te puedes imaginar el resto...

-Ajá. Escucha, ¿no tendrán hambre tus hijos? -Y señaló la entrada de un Marxburger delante de ellos.

-Jajaja, ¡no será que eres tú quien tiene hambre!

Entraron. El establecimiento estaba lleno a rebosar pero era una tarde especial. Iván cogió un formulario modelo MB-9-1 del mostrador para rellenarlo. Eligió dos menús Happy-Soviets para los pequeños con sus correspondientes Lenincolas. Los adultos prefirieron dos Marxiburgers estándar y dos vodkas, además de patatas fritas con sus sobres de salsa proletaria.

Entregó el formulario a la joven funcionaria de la ventanilla y un rato después saciaron su hambre. Al salir ya era casi de noche y había todavía más gente.

-¿Sabes? Viendo a toda esa gente gastando sus cupones de remuneración pienso si no olvidamos el verdadero sentido de estas fiestas.

-Es cierto. A saber cómo viviríamos si no fuera por el comunismo. Ves todos esos boletines informativos sobre norteamericanos intentando atravesar la frontera de México, el PRI no sabe qué hacer con ellos, y te estremeces. No entiendo cómo puede haber jóvenes que luego se digan capitalistas. Si no fuera por el comunismo... ¿Te imaginas? Sería todo tan diferente. Viviríamos explotados en fábricas por burgueses con chistera, trabajando hasta la muerte.

-Pues sí, y luego nos olvidamos del sentido de estas fiestas. ¡Feliz Glorioso Noviembre y viva la Revolución del Pueblo Unido, camarada! -exclamó Pedro, y le dio un buen apretón de manos a su amigo.

-¡Lo mismo te digo, camarada Pedro!

Se despidieron los buenos amigos y esa noche el camarada Marx dejó un uniforme de pequeña proletaria para la Sección Femenina en casa de Olga. La muñeca de Rosa Luxemburgo llegó algunos días después.

martes, 29 de septiembre de 2009

Libro recomendado: Imperio

IMPERIO


Título: Imperio (Empire, 2006)
Autor: Orson Scott Card
Género: Novela, Ficción política
Nota:8'0
Colección Nova, Cartoné
345 páginas
18€ aprox.


Aunque raramente me basta la breve sinopsis de un dorso del libro para decidirme por su adquisición y lectura, la idea de una guerra civil en los Estados Unidos hoy resultó demasiado atractiva para que pudiera resistirme. Sobre todo cuando desde el exterior se suele tener el concepto de un país muy unido internamente y que Scott Card no comparte. La idea de partida me decidió y también, claro, el nombre de un maestro de la ciencia ficción. El autor de El juego de Ender necesita poca presentación para el amante del género pero quizás éste no sepa que Scott Card es un mormón de opiniones abiertamente conservadoras. Sabiéndose objeto de muchas críticas, ha puesto toda la carne en el asador escribiendo sobre un golpe de Estado por parte de la izquierda en Estados Unidos.

El contenido político es tan evidente que protagoniza el prólogo de la edición española escrito por Miguel Barceló, quien nos recuerda que una novela donde el golpe de Estado fuera promovido por la derecha hubiera sido mejor aceptado. No le falta razón pero está claro que Scott Anderson no consigue mantener una posición centrada. En general, Imperio nos muestra a unos derechistas de mentalidad sencilla y respetuosa con la ley y el sistema frente a izquierdistas bastante más maquiavélicos y rebeldes, aunque el lector no entenderá hasta qué punto hasta concluir la novela. Ni mucho menos me atrevería a descubrir el final pero sí que es bastante interesante y confirma lo que digo...
Política aparte, se esté de acuerdo o no con el autor, no se puede calificar esta novela como panfleto y condenarla sin más. Es entretenida y, guste o no, eso es suficiente mérito para salvar cualquier libro. La trama es interesante y no deja indiferente al lector. Quizás la inclusión de elementos de ciencia ficción está un poco forzada y no era necesario después de que el autor se hubiera mostrado tan competente en un género que no es el suyo como la ficción política. También es cierto que en la última parte se pierde un poco el ritmo, si bien el final lo resuelve con una última vuelta de tuerca. Imperio no es una gran novela como lo es El juego de Ender pero en ningún momento me arrepentí de haber comenzado su lectura.

Incluso, a riesgo de parecer morboso, me hubiera gustado que la guerra civil hubiera ido un poco más lejos aun y corriera la sangre con mayor generosidad... No, no creo en la ciencia ficción como un género para la evasión. Prefiero lo políticamente incorrecto y si no comparto las ideas políticas del autor, sí aplaudo su valor para escribir una novela que es entretenida, digna de leerse, con un interesante final y que toca en fibras políticas muy sensibles. Comprendo que hay gustos para todo pero algunas críticas despiadadas que he encontrado por Internet merecían mi humilde réplica.

viernes, 25 de septiembre de 2009

El fetichismo del libro

Para variar una opinión sobre libros para reivindicar el papel de las ilustraciones, tan denostado en el mundo del libro.


EL FETICHISMO DEL LIBRO

-Alicia, ¿aprendiste ya la lección?

-¡Pero este libro no tiene dibujos!

-¡Qué tontería! ¡Los mejores libros de este mundo no tienen dibujos!

Del inicio de la película Alicia en el país de las maravillas


Que la belleza está en el interior no por ser un tópico viejo y manido deja de ser cierto. Más incluso cuando hablamos de literatura, el arte más conceptual e intelectual por excelencia. Pero no por aceptar el tópico muchos amantes de los libros carecemos de sensibilidad hacia los libros como objetos físicos. Creo que es algo más que una manía aunque me guste llamarlo “fetichismo” del libro por lo divertido, y adecuado a mi entender, del término. Nos gusta el libro en sí mismo. Nos gusta tocarlo, acariciarlo, olerlo y -desde luego- nos gusta verlo.

Si el lector entiende, y comparte, este fetichismo entenderá mi sorpresa cuando, ojeando en una librería (afición que nos encanta a todos los fetichistas literarios del mismo modo que otros prefieren contemplar la ropa de los escaparates), descubrí la nueva edición de El hobbit de Espasa Calpe y no encontré al somnoliento dragón Snaug de la edición habitual. Allí no había ni dragones ni hobbits ni relucientes tesoros que descubrir, ninguna imagen alrededor del título, enmarcado en ese sobrio formato espartano que es marca de la casa de los libros de bolsillo de Espasa.

No voy a cuestionar la importancia de dicha editorial porque Espasa introdujo el libro bolsillo en España (¡casi nada!), poniendo las novelas de Baroja o La rebelión de las masas de Ortega y Gasset al alcance de los bolsillos de las propias masas. Es mi obligación comentar semejante aportación para evitar malentendidos. Pero aun así me sorprende tanta sobriedad y, si bien el caso de las ediciones de Espasa de bolsillo son el caso más extremo, en general los libros en España son bastante “discretos”. Quien no me crea puede buscar las portadas de las ediciones extranjeras de muchos libros y comparar para comprobar por sí mismo lo que le digo. También reconozco que a veces se producen excesos como las portadas de colores brillantes y horteras de algunas colecciones de novelas baratas que he visto alguna vez. Quizás un libro no deba tener la misma portada de un videojuego. Sí, es posible. Pero me disgusta que se prejuzgue a un libro por su apariencia y me parece que las causas y las consecuencias van más allá de lo anecdótico y del fetichismo personal por la belleza de un libro.

Lo que realmente me inquieta es que esta nueva edición de bolsillo de El hobbit atraerá a muchos lectores que rehuirían incluso el simple contacto del libro al ver la inquietante presencia de un dragón en la portada. Disfruto imaginando a un señor mayor con buen nivel educativo (un señor respetable para entendernos) pensando algo como: “Tolkien. Mmm... ¿éste no es señor ese de historias de fantasía”, hojeándolo luego con interés, porque si una editorial tan respetable como Espasa ha editado ese libro, entonces puede que tenga verdadero valor literario. Habrá que darle una oportunidad.

Me alegro de que ese tipo de lectores comprueben por sí mismos que el libro tiene “valor literario” y que Tolkien no sólo escribía para niños y adultos pueriles, pero al mismo tiempo me apena de que se juzgue a un libro por su imagen. Igualmente lamento que se desprecie el placer estético. Los mejores libros de este mundo no son los que no tienen dibujos. Lo que ocurre es que se nos ha enseñado que las ilustraciones son cosa de niños. Desde pequeños hemos aprendido de los mayores y en la escuela que la imagen es algo infantil que debe ser superado. La imagen contra la palabra. La “simple” apariencia contra el concepto puro e ideal que hay por debajo.

Ah, es cierto que al mismo tiempo nos bombardean con imágenes desde la televisión y descubrimos la belleza del cine, pero la distinción entre la imagen (lo visual, lo estético) y la palabra (el concepto, la idea, lo trascendente) persiste. De aquí procede el rechazo de muchos intelectuales por la imagen, personas serias que menosprecian el placer frívolo e intrascendente de lo visual. El libro, como registro de la cultura humana, es algo demasiado serio para distraernos con tonterías como una ilustración de portada. ¡No digamos ya el interior! Los libros serios, los mejores libros, -nos han repetido tantas veces como la institutriz de Alicia- no contienen ilustraciones. Rebuscando en ideas ciertamente anticuadas podríamos decir que un libro respetable es como una mujer respetable: viste con discreción, no se exhibe...

Quizás parezca que con el ejemplo anterior llevo demasiado lejos mis razonamientos pero no lo creo así. Intuyo que esta disyuntiva entre lo visual y lo conceptual tiene raíces muy profundas en lo que ha sido nuestra cultura occidental en los últimos siglos. Tal análisis me excede pero quede clara mi idea de que aquí pesa mucho ese rechazo de lo aparente y de lo físico, del cuerpo perecedero frente al alma, tiene mucho que ver con el cristianismo. Tampoco olvido el famoso “mundo de las ideas” de Platón, si bien el propio filósofo era un gran admirador de la belleza.

Semejante disyuntiva ha sido tan injusta como empobrecedora. Para la literatura y también para las otras artes, porque aquí hago cierto llamamiento a la solidaridad entre espíritus creativos. El ilustrador no frivoliza el libro. Sus ilustraciones no son -recuperando los símiles retrógrados- como maquillajes que hacen a una mujer parecer deshonesta. Su trabajo, además de meritorio, embellece al libro y añade el placer visual al contenido del libro en sí, que no por más inaprensible y conceptual es más puro o superior en forma alguna.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Ucronía: Mil años de paz

Siendo la novela histórica y la ciencia ficción dos de mis géneros favoritos, y los que leo con mayor frecuencia e interés, era inevitable que intentase unirlos en ese subgénero que es la ucronía o historia virtual. El tema de esta primera ucronía (guardo más en el tintero) no es muy original, aunque en mi relato no llega a ocurrir la Segunda Guerra Mundial que conocemos sino que se cumple el peor temor de Stalin y estalla una guerra entre el Reich y sus aliados y la URSS. Me parece superfluo decir que no tengo simpatías por el nazismo. Sólo he tratado de imaginar la "utopía" que concebieron Hitler y compañía para Alemania.




MIL AÑOS DE PAZ


Dadme cinco años de guerra y yo os daré mil años de paz
Adolf Hitler



Con motivo del sexagésimo aniversario de la victoria, Volk, la revista mensual de actualidad les ofrece el testimonio del ex oficial Klaus Tuchen, uno de los poquísimos supervivientes que conocieron la victoria gloriosa. A pesar de su avanzada edad, Klaus habla con absoluta lucidez y nos impresiona con el vigor de sus palabras.

El día más triste de mi vida fue el día en que murió nuestro Führer. Lloré como un niño, como no había llorado desde la muerte de mi propia madre, pero eso había sido muchos años atrás, antes de que fuera yo un adulto y soldado veterano. ¡Nuestro Führer muerto apenas cuatro años después de la victoria contra los bolcheviques! ¡Él, que nos había prometido mil años de paz, apenas pudo ver el comienzo de la reconstrucción gloriosa que comenzaba para Alemania! De hecho, el alzheimer le había reducido a un estado indigno, especialmente los últimos dos años. En el último discurso de Año Nuevo a duras apenas había podido articular las frases que le habían escrito. Ese Hitler enfermo no hacía honor al hombre que más ha hecho por Alemania desde los tiempos de Federico el Grande. No creo en Dios porque siempre he sido un nacionalsocialista progresista y moderno, pero tamaña injusticia me hubiera disuadido de ello.
Aquel día emitieron música de su apreciado Wagner por la radio y a todas horas. Yo puse una vela delante de la fotografía del Führer y por una vez preferí el áspero vodka a la cerveza para animarme. Recordé a mis hijos -para que nunca lo olviden- que la granja, las tierras, los siervos, todo cuanto tenemos era gracias a Él.
Porque yo fui de los que confiaron en su palabra desde el principio, aunque luego muchos han presumido de sus raí­ces nacionalsocialistas. Voté por él en 1934 para que nos librara de la corrupta y degenerada República de Weimar y lluego luche por él y por Alemania en la guerra!
La guerra contra el enemigo bolchevique me sorprendió mientras me encontraba de servicio en España, en una guerra atascada por la incompetencia de ese Franco y el apoyo cada vez más decidido de Stalin a los rojos. Después del desastre del Ebro había enviado a su cuñado a Berlín para solicitar de ayuda y nuestro Führer fue lo bastante generoso para conceder una última prueba de buena voluntad. Cinco mil patriotas alemanes formamos partimos en el último refuerzo de la Legión Cóndor. Confiaba en ganar la guerra -como todos- pero nunca debimos mezclarnos en los asuntos de las razas latinas. No exagero si digo que españoles, italianos, etc. son pueblos demasiado diferentes, indisciplinados y atrasados. Sin duda algo tiene que ver en ello su sangre intoxicada con residuos semíticos. Aunque los españoles al menos saben luchar y sólo les falta disciplina. Los italianos son unos cantamañanas sin remedio, empezando por su Duce, que nos metió en aquella guerra para distraernos de los problemas realmente importantes.
Sí, conozco los embustes de los revisionistas actuales, que afirman que Stalin y Hitler habían acercado posturas antes de la guerra. ¡Nada menos! ¡Llevan sus mentiras contra toda evidencia hasta el extremo de hablar de una paz secreta entre ambos!

Todo eso no es más que un intento por desprestigiar al Nacionalsocialismo. Pero yo les diría a todos esos presuntos demócratas de Occidente, y que no son más que que liberales judíos, que su democracia se la deben al Reich de Adolf Hitler. Los alemanes dimos nuestra sangre por contener a las hordas marxistas y sin nosotros el bolchevismo se extendería hoy por toda Europa.
Como decía, el principio de la guerra me halló en tierra extranjera. Desde que el ejército bolchevique invadiera Polonia a nadie importó ya lo de España. Nuestro corazón estaba en Alemania. Brindamos con vino cuando nuestra flota destrozó a la rusa en el Báltico y sufrimos cuando los bolcheviques comenzaron la invasión. ¡El ejército rojo se abría paso por Polonia para invadir nuestra tierra! Tampoco podía evitar sentirme inquieto por mi familia en Berlín. Supe además que mi hermano Johann había sido movilizado.
Por fin volvimos a Alemania. Detrás dejábamos a España a merced del enemigo pero quizás sea bueno que todo hombre conozca alguna vez el fracaso. Tampoco era nuestra guerra. Cuando el bolchevismo llamaba a las puertas del Reich para pedir un duelo a muerte poco importaba la suerte de un país debilitado por el judaísmo y el catolicismo decadente.

Los dos primeros años de la guerra fueron muy difíciles. Rechazamos a su ejército pero la invasión del territorio bolchevique no era tarea nada sencilla. La Historia no recordaba un reto semejante desde que Alejandro Magno conquistara el Imperio Persa. El país de los bolcheviques era inmenso y gélido. Las estepas y los bosques sin límite se extendían ante nosotros. En primavera caudalosos ríos dificultaban nuestro avance por caminos embarrados y que apenas merecían tal nombre. En invierno olvidábamos lo que significaba el calor.
Por mi experiencia con los españoles me nombraron oficial en el mando conjunto de la División Azul, formada por exiliados de ese país. Ya fuera porque habían sido expulsados por los rojos o por el vestigio ario de su lejana herencia visigoda, lucharon bien y entramos en Leningrado. La ciudad era algo más que la llave del Báltico. Era la ciudad dedicada al líder de los bolcheviques y que ahora -gracias al Reich- el mundo conoce como Hitlerburgo.
No estuve en la captura de Stalingrado pero sí en la toma de Moscú, que había abandonado poco antes el cobarde de Stalin para refugiarse en la Siberia central. Fueron tiempos muy duros y, a pesar de nuestros sufrimientos, a menudo pensaba en los padecimientos de los míos y de todo el pueblo alemán.
¿Dónde estaba cuándo terminó la guerra? El día que terminó la guerra me hallaba perdido en un lugar al este de Finlandia y con un nombre impronunciable. Brindamos con agua de nieve derretida y con los dedos agarrotados por el frío pero, con todo, recuerdo aquel día como una de esas contadas ocasiones en que nos sentimos realmente felices en la vida.
La fiesta no había abandonado Alemania cuando regresé pero mi novia sí me había abandonado a mí después de tantos años de ausencia. No me esperó: había preferido casarse con un funcionario de obras públicas y tampoco la culpo por ello aunque en ese momento me sentí tan decepcionado que me planteé permanecer en el ejército. Mi camarada Jorg me disuadió de ello. Ah, era un patriota, un oficial de las SS... Toda esa leyenda negra alrededor de las SS es una gran mentira. ¿Acaso había otra forma de limpiar nuestras tierras recién conquistadas de judíos, gitanos, bolcheviques y demás escoria? Extirpar ese cáncer de la enferma Rusia no era tarea fácil pero, por primera vez en nuestra historia, Alemania tenía la oportunidad de expandir su prosperidad más allá del Vístula. No fue por regalo divino que nuestras fronteras llegaron de pronto hasta apenas doscientos kilómetros de distancia a Moscú y si queríamos conservar esa enorme conquista tendríamos que inyectar sangre alemana a los nuevos territorios. Así fue que me decidí a participar con mi camarada Jorg en el programa de repoblación de la antigua Ucrania, rebautizada como Nueva Baviera.
Confieso, no obstante, que me sentí desolado cuando llegamos a esta tierra. Había pasado la guerra en el frío norte, así que esperaba una tierra más acogedora en el sur. Pero al llegar aquí me sentí tan desolado como la estepa que se abría ante nosotros hasta el horizonte. La población de siervos que no que nos habían asignado no era más que un puñado de chozas, miserables antes aun de la guerra y de los gulags, y una veintena de eslavos harapientos nos miraban con miedo.
En mi memoria está grabado ese momento. Notando mi desánimo, Jorg se agachó entonces y recogió algo del suelo. Luego abrió el puño ante mis ojos. No era más que tierra...
-¿Ves esto? Es la tierra negra de Ucrania, la tierra más fértil del mundo. Nuestro Führer lo supo en cuanto la vio. Supo que esta tierra sólo necesita trabajo y organización. Todo el pueblo alemán le debemos gratitud por ello. Nuestros camaradas han regado con su sangre este suelo y es el momento de que nosotros la sembremos. Es la ocasión de mostrarnos tan patriotas en la paz como en la guerra.
¡Cuánta voluntad y convencimiento había en su voz! Me contagió su entusiasmo. Una tierra tan extraordinaria sólo necesitaba trabajo. No soy antropólogo pero es un hecho que los eslavos son europeos a medias, arios contaminados con la sangre de los invasores tártaros. De ahí su naturaleza salvaje e indolente a un tiempo, tan característica de los pueblos asiáticos. El eslavo carece de iniciativa y requiere ser disciplinado y dirigido.
Nos asignaron un lote de treinta eslavos a cada uno. Todos esos que hablan de colonialismo brutal tendrían que haber visto estas tierras antes de que los alemanes las convirtiéramos en el granero de Europa. Acostumbrados esos desdichados a la brutalidad salvaje de los comisarios comunistas nuestro dominio racional supuso una verdadera liberación para ellos. Aplicábamos los castigos corporales sólo en su justa medida.

También rebautizamos la población como Brunhild, la walkiria enamorada de Sigfrid en el anillo de los nibelungos... ¡Ah, las mujeres! Pese a los inmensos progresos y del trabajo que me ocupaba todo el tiempo, no conseguía olvidar el desengaño amoroso y la falta de una mujer... Fue precisamente entonces que el Consejo Supremo del Reich dio el visto bueno al Programa de Arianización. Expertos de las SS examinaban a las jóvenes eslavas para buscar aquellas en las que podían encontrarse una mayor proporción de herencia aria frente a las influencias tártaras que habían degenerado a toda su raza. Naturalmente era entre las más hermosas entre las que se encontraban los ejemplares más aptos pero sólo después de un concienzudo examen y la aprobación de un experto se les concedía una ciudadanía limitada para contraer matrimonio con un colono alemán.
El programa se aprobó por el plazo de diez años, pese a las muchas reticencias de algunos miembros del Consejo del Reich, y sólo porque los colonos alemanes eran insuficientes para colonizar las vastas tierras de nuestras nuevas provincias. Yo mismo me resistí a la idea pero sabía que si no contraía matrimonio en el plazo de cinco años perdería la propiedad de mis tierras e incluso me arriesgaba a ser sospechoso de tendencias viciosas, lo que era infinitamente peor. ¡Yo, buen patriota alemán y ciudadano ario, sospechoso de ser un inmundo sodomita! Ahorraría semejante vergüenza a mi familia y recuperaría el contacto con el bello sexo.
En cuanto lo solicité, me ofrecieron hasta una veintena de muchachas. Todas ellas eran atractivas pero no me fiaba de esto. Por alguna perversa razón su herencia tártara ha hecho a las mujeres eslavas bastante bellas en general. Pero me aseguraron que Helen, mi esposa hasta el día de hoy, tenía una importante herencia aria. Los que denuncian el racismo alemán (preservación y mejoramiento de la raza aria lo llamo yo) ignoran hasta qué punto aquel programa ha hermanado a dos pueblos, uniendo con lazos de sangre a lo mejor del pueblo eslavo y separando felizmente a los herederos de aquellos aventureros arios que llegaron desde Escandinavia para crear esta nación del estigma mongólico que la ha mantenido en el atraso respecto a Europa.
Y hemos sido felices hasta el día de hoy. Mis hijos son orgullosos ciudadanos alemanes y no han tenido que vivir los penosos sacrificios de la generación anterior. Pero precisamente por eso nunca he dejado de recordarles el generoso sacrificio del pueblo alemán y de su Führer. La historia de cómo un pequeño grupo de idealistas levantó a una nación desde la decadencia y la derrota hasta un imperio nunca debe ser olvidada.

Los ojos de Bruno brillan. Todo él desprende una fortaleza asombrosa pese a la edad. Al llegar a este punto, sin embargo, se muestra intranquilo y hasta apesadumbrado.


Sin embargo me siento enormemente preocupado por la opinión pública. No me preocupa lo que digan esos liberales extranjeros y mucho menos los embustes de los judíos o de los soviéticos. Lo que me llena de pesar es que todas esas mentiras han arraigado en parte de la juventud. No aquí, desde luego. En las provincias conquistadas no hay el menor atisbo de duda y lealtad. Es imposible olvidar la misión con que llegamos para llevar la civilización y depuración a unas tierras degeneradas. Pero toda esa juventud de Berlín que no aprecia el legado de sus padres y habla de democracia...
¡Democracia! Hablan de los millones de siervos eslavos oprimidos y digo yo: ¿no es la democracia el gobierno del pueblo? ¡¿Y acaso no es el Reich el gobierno del pueblo alemán por y para alemanes?! No necesitamos que nos gobiernen los eslavos, que jamás fueron capaces de gobernarse a sí mismos y que gozan de bienestar como bajo la dirección de Alemania, o los judíos de Washington y de Hollywood, corruptores de la juventud.
Mire, yo nunca he sido político pero no concibo un mundo sin nacionalsocialismo y mucho menos el regreso a la miseria de Weimar. Los alemanes hemos sido atacados repetidamente por las potencias extranjeras y no podemos dejar que ideologías judías nos corrompan. El pueblo alemán ha creado un nuevo régimen, nuestro régimen.
El legado del Führer jamás morirá. ¡Heil Hitler!

Nos despedimos conmocionados por la fe del viejo vetano. Confiamos en que el sacrificio de las generaciones pasadas sirva de ejemplo para las presentes y venideras.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Espanyols

Llevaba mucho tiempo este breve relato en el disco extraíble, sin encontrar la ocasión para mostrarlo. Hoy es una buena fecha por motivos obvios. Es un relato bastante "sentido" por mi parte y he optado por la emotividad y no por el sarcasmo sutil, como prefiero quizá demasiado a menudo. Al menos ésa era mi intención.
El tema que inspiró este relato fue el último toro de Osborne en El Bruc, Cataluña.




ESPANYOLS

"El animal que canta, que llora y puede echar raíces rememoró sus garras",
del poema Canción primera de Miguel Hernández.



Llegaron por la noche, tratando de ocultar su cobardía y su miseria entre las sombras pero los vio venir de lejos. Centinela sin sueño, su majestuosa figura presidía el horizonte desde que los dorados dedos de la aurora acariciaban su negro perfil hasta que se fundía con la misma noche. Su sola presenciaba daba seguridad al viajero y confortaba al español de paso que, lejos de su casa, recordaba que aquel lugar, toda España era en cierta forma también su hogar, un hogar para convivencia de todos y nunca extraño. A los venidos del otro lado de la frontera daba igualmente la bienvenida

¡Tantos años de leal servicio y habían venido para asesinarle! ¡Tantos años en vela, apostado como sus hermanos de raza, guardando cada uno de ellos un rincón de España, desde las verdes y rocosas montañas hasta los cerros cubiertos por el sempiterno olivar, pasando por los campos de trigo y también allí donde la tierra seca se tostaba desnuda al Sol! ¿Quién vigilaría después de él aquella mediterránea esquina de la piel de toro?

Sintió una tristeza nunca conocida y apuró el negro cáliz de hiel porque el enemigo había llegado y no se traba esta vez de un invasor llegado de tierra extranjera, no. Los enemigos eran compatriotas suyos, hijos que se revolvían contra sus padres y los padres de sus padres y sus ancestros y cuanto amaban. Hijos ignorantes que en su rebeldía analfabeta y sin causa se habían dejado convencer para destruir los símbolos de la misma tierra que los había visto nacer y en cierta forma destruirse a sí mismos.

Sintió, repito, tristeza, que no rencor. La bestia era demasiado noble para ello, una bestia con sangre de aceituna, de vino, de sudor y también -¡ay!- de sangre española, demasiada sangre. Algunos le habían calumniado, intentando hacerle símbolo de una de las dos Españas que habían combatido entre sí. ¡No habían entendido o no querían entender! Lo cierto es que su padre había sido uno de los perdedores, un comunista que había diseñado un logotipo para la bodega de unos británicos que había arraigado en España hasta hacer de ella su hogar. Y el creador había dado algo más que forma -me atrevo a llamarlo espíritu- a su obra como sólo puede conseguir un auténtico creador. El toro de Osborne dejó de vender más que vinos y vendió la esencia de todo un país, si es que es eso posible. Pero nada de eso importaba en la hora más amarga. Le dolía la juventud de sus asesinos, jóvenes atetados con nacionalismo de porro y litrona que vociferaban como una ruidosa jauría al servicio de intereses bastardos. Sintió cada una de sus injurias antes que las patadas y los golpes con que le derribaron. ¡Parecía tan sólido que parecía mantenerse en pie por algún extraño poder y no había más que una estructura de metal!

Crujió la madera como el sollozo de una bestia herida cuando la muchachada bailoteó sobre él, recreándose con el odio histérico que les ahogaba. Rieron con la agonía de la bestia y celebraron aquella “épica” victoria quizá imaginándose almogávares que habían tomado Constantinopla y no como villanos sin valor ni honor que disfrutan con la vejación de un supuesto enemigo que jamás les había deseado ni hecho mal alguno. Olvidaron las gestas -las verdaderas- de sus ancestros para regodearse con crueldad cobarde y victoria que sabía a miseria para ellos y vergüenza para sus padres y compatriotas, especialmente de los nacidos en aquella esquina de España.

-¡Espanyol! -le gritaban entre patadones, haciendo del honor un insulto, y aquello dolió sobremanera a la inanimada bestia y a todos los que nos sobrecoge la mayestática serenidad de su perfil y sentimos la bestia como nuestra.

¿Español? ¡Sí, español desde la tierra que lo sostenía hasta el hálito de sus cuernos de madera, y lo peor es que ellos, ¡ay!, ellos también eran españoles!



domingo, 6 de septiembre de 2009

Rey de reyes

El rey de reyes era el título para los antiguos emperadores de Persia. He aquí un relato que confieso que me dejó bastante satisfecho. Las imprecisiones históricas como confundir al célebre Leónidas con el también rey de Esparta, su suegro Cleomenes están calculadas para que parezca una crónica manipulada...


REY DE REYES

Y ocurrió que en el año trigésimo, según se cuenta desde el ascenso de Darío al trono de los Aqueménidas, el Gran Rey resolvió enviar una embajada al otro lado del mar de los griegos para exigir obediencia de las ciudades que permanecían insumisas. Dos embajadores partieron, pues, a aquel confín del Imperio, ambos ricamente enjoyados, mostrando apenas una pizca del poder del Rey de Reyes a aquellos que seguían ciegos a la luz de Ahura Mazda.

Pero he aquí que de la embajada sólo un esclavo fenicio, conocedor de la lengua de los griegos, regresó para contar su triste historia, y sus ropajes de seda estaban raídos y polvorientos por el largo viaje cuando se postró ante el Rey de Reyes y, tembloroso e inclinando la cabeza hasta tocar el suelo con la frente, se dirigió a Él con los títulos que merece el elegido de Ahura Mazda:

-¡Oh, he aquí el más humilde de tus esclavos, Gran Rey Darío, Rey de Reyes, señor de los arios; hijo del linaje de los Aqueménidas, que son arios; rey de Persia y de Media; rey de Babilonia, de Asiria, de la Bactria y del Indo; faraón de Egipto...


El Gran Rey alzó ligeramente la mano y sólo entonces se interrumpió el esclavo y alzó el rostro lo suficiente para hablar con voz alta y clara, pero sin atreverse a mirar a los ojos del que ha visto la luz de Ahura Mazda. Tal como narró el embajador su relato ha sido escrito aquí por voluntad del Rey de Reyes:

-¡Oh, Gran Rey, este esclavo tuyo viene a darte testimonio de la desventura de nuestra embajada! Comenzaré diciendo que no hubo problema alguno mientras viajamos a través de las tierras que ilumina el Dios verdadero. Sin incidentes viajamos por los caminos de piedra del Imperio hasta la ciudad de Sardes y luego hasta las ciudades de los griegos de la orilla oriental de su mar, que ahora están sometidas a tu gran poder. Desde el camino admiramos la grandeza de tus ciudades y de las provincias bien gobernadas.

>> Pero en cuanto hubimos atravesado el estrecho que los griegos llaman los Dardánelos no hallamos más que miseria, pues aquel estrecho separa los dominios de Su Majestad de la barbarie. Nada hay allí que pueda añadir esplendor a los dominios de los Aqueménidas. La ciudad de Atenas, que es la principal entre los griegos, cabría diez y veinte veces entre los muros de Susa o Persépolis. Los templos en los que guardan las imágenes de sus falsos dioses y de los que tanto se jactan cabrían dentro los sagrados recintos del Dios Ahura Mazda.

>> Tampoco vale gran cosa esa tierra difícil, de costas tortuosas y áridas colinas donde sólo crecen olivos de retorcidos troncos. Apenas hay comunicaciones entre unas ciudades y otras, ni comercio ni intercambio de conocimiento.

>> Menos valen aun sus habitantes, vanos y jactanciosos, soberbios y necios. Siempre en discordia entre sí, su entretenimiento es la conspiración. Los persas enseñamos a nuestros jóvenes a decir la verdad por encima de todas las cosas pero los nobles entre los griegos confían la educación de sus jóvenes a algunos que llaman sofistas y que no son más que charlatanes para los que la sabiduría no es sino demostrar cualquier argumento mediante engaños y retórica vacía.

>> Al dejar Atenas y atravesar la ciudad de Corinto, que es la puerta de la mitad meridional de la Hélade que ellos llaman el Peloponeso, llegamos a la ciudad de Esparta.

El Gran Rey, que no había sabido hasta entonces de aquella insignificante y remota ciudad, exigió saber en detalle sobre tal sitio:

>> Sabe, Gran Rey, que esa Esparta merece más el nombre de aldea que de ciudad y que es más pobre que la menos rica de las capitales de provincia del Imperio. No hay palacios ni grandes templos que la señalen. Ni siquiera la rodean murallas porque los fatuos espartanos alardean de que sus escudos son sus murallas.

>> Sabe, Gran Rey, que si sus edificios son toscos y burdos, más lo son sus habitantes, pues no hay pueblo más estúpido, bárbaro y arrogante que el de los espartanos. A diferencia de los demás griegos, tan aficionados a la intriga y la retórica, los espartanos no saben más que luchar como animales y tienen merecida fama de hoscos y silenciosos. Crían a sus hijos como bestias, sin enseñarles sino a pelearse entre sí. Son obtusos y groseros, y desprecian el menor refinamiento. Dejan que los cabellos les cuelguen largos y se afeitan el bigote pero llevan sin cuidado sus barbas. Son musculosos pero no hermosos, pues muestran las infinitas magulladuras y cicatrices con orgullo. La higiene es desconocida entre ellos.

>> Los espartanos odian a todos los extranjeros y no disimularon su desprecio cuando nos llevaron ante su líder, un tal Leonidas. Nada había en aquel individuo propio de un rey, ataviado con una burda túnica de lana sin adornos como los demás, y como los demás olía a queso rancio, a ovejas y a aceitunas agrias. Olía a griego. Los espartanos lo llaman rey –o diarca, pues tienen dos reyes- pero por su rostro vulgar y sus zafios ademanes se confundiría con un labriego cualquiera.

>> Como los espartanos no construyen palacios, parlamentamos en una de sus plazas sin empedrar. A nuestro alrededor se congregaban espartanos ociosos, envueltos en sus capas rojas, mirándonos con el odio marcado en sus rostros vulgares mientras masticaban algún mendrugo de pan duro o simplemente se espantaban las moscas.

>> -Escucha, Leonidas, rey de los espartanos –habló el principal de tus embajadores con voz clara-, venimos enviados por el Gran Rey para llevar su voluntad hasta el último confín de la tierra.

>> -¿Quién es ese gran rey? -preguntó el tal Leonidas con necedad, y tus embajadores creyeron que podrían mostrarle la luz.

>> -El Gran Rey es el Rey de Reyes, el soberano de la tierra, el que sólo responde ante Ahura Mazda. Los dominios del Gran Rey se extienden hasta los confines del mundo y ahora exige un gesto de buena voluntad de tu ciudad: un puñado de tierra y un poco de agua.

>> -Sabe entonces que los espartanos tenemos nuestros propios reyes y que no obedecemos sino nuestra propia ley.

>> Comprendiendo que hablaban a un necio, intentaron los servidores de Su Majestad ablandarle con la prosperidad de sus dominios. Le hablaron de las largas calzadas que parten de Susa y Persépolis hasta los confines del Caucaso y del Indo; de la grandeza de Babilonia, Ectabana y Nínive, en cuyos mercados se venden y compran mercaderías de todos los países del mundo; de los inmensos beneficios de la paz del Gran Rey y de cómo hasta la última de las provincias del Imperio florece bajo la soberanía de los herederos de Ciro como las mieses brotan del limo del Nilo.

>> Inútil fue su empeño, pues aquel asno no era sino como todos sus embrutecidos compatriotas, orgulloso de su propia miseria. Oh, Gran Rey, os aseguro que nunca pueblo alguno despreció el comercio, el oro y cuanto es bueno y hermoso como el de los espartanos. Antes civilizaréis a los etíopes que, desnudos, cazan elefantes con sus arcos o a los escitas que huelen como los caballos con que cabalgan por la estepa.

>> Entonces las palabras de tus embajadores fueron más duras, comprendiendo que aquellos bárbaros eran como bestias, que no entienden otro argumento que la fuerza. Con estas palabras hablaron al reyezuelo de Esparta:

>> -Sabe, pues, que el Rey de Reyes tiene más soldados en sus ejércitos que hombres y mujeres en todas sus ciudades juntas los griegos de ambas orillas. Soldados de todas las naciones del mundo combaten para el Gran Rey, también griegos que han comprendido el poderío de los Aqueménidas. Pero, por encima de todos, están los soldados que acompañan siempre al Gran Rey, los diez mil elegidos de su guardia personal. Los que luchan para el Gran Rey comparten su generosidad y prosperan a la luz del Aqueménida. Los que osan luchar contra Él no encuentran más que la muerte y después de la muerte los sufrimientos que Ariman les reserva en los infiernos.

>> Tampoco se dejó convencer por estos argumentos. Es más, sólo prestaba atención a medias pues al mismo tiempo acariciaba a su hija, una niña llamada Gorgo. He hablado de los hombres de Esparta pero sepa Su Majestad que esos hombres no son engendrados por mujeres mejores que ellos. Son delgadas y nervudas como varones e insolentes como ellos. Ni siquiera tienen el recato de las otras griegas y sostienen la mirada a los demás hombres y hablan en presencia de sus maridos. Cubren sus cuerpos con negligencia y son impúdicas como burras en celo. Aquella criatura, pues, nos miraba con el fuego de un demonio en sus ojos, abrazando las piernas de su padre como una serpiente que se enrosca en una vid. Su padre le acariciaba los cabellos despeinados con sus manazas de uñas negras.

>> -Papá, ¿cómo permites que un sucio extranjero te hable así?

>> Leonidas sonrió a su serpiente con una torva mueca. Ambos embajadores se sintieron justamente ofendidos porque una muchacha descarada osara hablar así en presencia de los enviados de Su Majestad. El embajador Artaxaxes, mi amo, no se contuvo por más tiempo:

>> -Sabe, rey Leonidas, que no hay mejores arqueros en el mundo que los persas y que los escudos de los griegos no pueden defenderlos. Porque las flechas de los arqueros persas caen tan juntas y apretadas que oscurecen la misma luz del Sol...

>> Entonces se adelantó un espartano, un asno llamado Dienekes:

>> -¡Mejor, entonces lucharemos a la sombra!

>> Todos rieron la broma. Tal es el humor de los espartanos, que no saben reír más que del dolor y la muerte. Sólo cesaron las risas cuando su reyezuelo tomó la palabra.

>> -¿Queréis agua y tierra? ¡Pues la tendréis!

Interrumpió en este punto su relato el embajador. El rostro del Gran Rey era imperturbable cuando prosiguió el esclavo.

-Entonces agarró a uno de los embajadores de Su Majestad y lo levantó en vilo. Su compañero protestaba pero a nuestro alrededor no había sino lanzas y espadas, amenazándonos, sin el respeto que les es debido a los enviados del Gran Rey. Horrorizado, fui testigo de cómo ese miserable llevaba a mis amos hasta la boca del pozo y los arrojaba a su interior con estas palabras:

>> -¡Ahí tenéis toda el agua que gustéis! ¡La tierra la encontraréis al fondo!

>> Sus brutales carcajadas casi no dejaban escuchar los horrorizados gritos de los enviados de Su Majestad. Algunos de los espartanos reían tan violentamente que se revolcaban en el suelo como puercos. El propio Leonidas se apretaba los brazos contra el pecho para contenerse.

>> Temí por mi propia vida pero, en vez de arrojarme al pozo con mis amos, el rey de Esparta me despidió con estas indignas palabras:

>> -¡Ahora ve tú hasta ese gran rey tuyo y dile cuál es la respuesta de los espartanos!

>> He aquí cuánto ha visto y oído este servidor de Su Majestad para dar testimonio de la verdad.

Terminado su relato, el embajador gateó hacia atrás besando el suelo que había pisado el Gran Rey hasta salir de su presencia.

El rostro del Aqueménida permanecía imperturbable como el de una estatua tallada en granito cuando dictó sentencia.

-¡Esto haré, Yo, Darío, el Gran Rey, señor de los persas y de los medos y de todos los pueblos que viven hasta los confines del mundo! ¡Ejércitos como nunca se vieron sobre la tierra llevarán el poder de Ahura Mazda hasta el otro lado del mar y darán ejemplo a quienes osaran burlarse de la palabra de los Aqueménidas! Es la voluntad de Ahura Mazda y mía.

Pero tiempo después, antes de que se hubieran congregado los ejércitos que darían justo escarmiento a los espartanos, dos de aquellos bárbaros osaron venir hasta la misma Persépolis. Se presentaron ante el Gran Rey sin el menor arrepentimiento, renuentes a postrarse ante el trono de los Aqueménidas, y con este arrogante mensaje:

-Venimos desde Esparta para reparar nuestro error. Que el rey de Persia obtenga justicia en nuestras personas y haga ejecutarnos como sea su gusto para reparar la muerte de sus embajadores.

Pero el Rey de Reyes no quiso escuchar más indignidades. Sin dejarse alterar por semejante proposición, respondió el que es justo a los embajadores de Esparta.

-Los Aqueménidas no conseguimos justicia por el asesinato ni intercambiamos unas vidas por otras. Marchaos, pues, a Esparta y decid a vuestros compatriotas que la sangre no se limpia con sangre y que el señor de los arios no aceptará más disculpa que la sumisión al Gran Trono. Tal es la voluntad de Ahura Mazda y mía.

Avergonzados, sin decir una sola palabra más, marcharon los embajadores de Esparta para dar noticia a sus habitantes del terrible castigo que, como rayo que cae en la tempestad, llevaría el Rey de Reyes a cualquiera que se le opusiera hasta en el último rincón de la tierra.



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