Todas las niñas la querían. Todas se paraban en la calle para contemplar su más preciado deseo detrás de un escaparate. La muñeca de Rosa Luxemburgo, el juguete de moda que no podía faltar en la casa de ninguna pequeña proletaria. Reproducción fiel de la heroína popular, con cinco uniformes diferentes, hacía que a las pequeñas proletarias les brillasen los ojos, pero era al hablar cuando hacía que éstas no pudieran contener más las ganas de pedírsela a sus papas. La muñeca podía hacer feliz a cualquier niña diciendo algo como:
-¡Adelante, camaradas proletarias! ¡Luchad con la sección femenina por los derechos de la mujer y del pueblo trabajador!
Ah, y por supuesto incluía en su repertorio la celebérrima frase de la heroína de las niñas:
-¡Más vale morir de pie que vivir de rodillas!
Aquello había sido demasiado para la pequeña Olga, que veía con atención el boletín informativo para la infancia en su televisor. Emocionada, había ido enseguida a tirarle del pantalón a su papá:
-¡Solicítala y rellena el formulario, batiushka [papá]! ¡Yo también quiero ser una buena camarada como mi amiga Raquel, que la tiene!
-Cielo, no hace tanto te compré la muñeca de la Pasionaria…
-¡Pero esa sólo sabe decir que los fascistas deben ser exterminados! ¡Yo quiero ser una buena proletaria! ¡Cómprala, papá, por favor!
-Bueno, quizás el camarada Marx te la traiga este Noviembre si te portas bien…
La niña suspiraba y callaba, confiando en que el camarada Marx la recompensase el Cinco de Noviembre con su deseo. La noche de la jornada gloriosa, la del aniversario del triunfo de la Revolución Bolchevique sobre el zarismo capitalista-judeo-fascista Marx visitaba las casas de los pequeños para recompensar con regalos a los que habían sido buenos camaradas…
Desgraciadamente el padre de Olga no era tan previsor como lo había sido el filósofo alemán. Todos los años se hacía el mismo propósito de enmendarse y hacer las cosas con tiempo pero todos los años se encontraba con que el Cinco de Noviembre estaba a la vuelta de la esquina y no tenía aún los regalos porque no había cumplimentado dentro de plazo los correspondientes formularios. Ahora no le quedaba más alternativa que divagar de un Centro de Almacenamiento y Distribución a otro para que los funcionarios negasen siempre con la cabeza y le dijesen que la ansiada muñeca estaba agotada.
Sí, su labor de funcionario ejecutivo en el departamento de maquinaría agrícola pesada le tenía siempre ocupado, o ésa era la disculpa que se daba a sí mismo. Pero no menos cierto era que un buen camarada debía ser tan buen trabajador como padre.
En fin, ya no tenía remedio el problema. Estaba tan desolado que no hacía más que mirar al brillante suelo del Centro de Almacenamiento y Distribución. Un desconocido le cogió del brazo y le dijo de pronto:
-¡¿Es que no me reconoces, camarada Iván?!
Iván levantó la vista y sonrió:
-¡Privet, camarada Pedro! ¿Qué haces aquí?
-Pues nada, estoy con mis hijos mientras mi mujer se reúne con sus camaradas de sección femenina. Hemos ido a ver una película y estos pequeños camaradas quieren pedirle algo a Marx...
-¡Venga, papá! ¡No está bien hacer esperar al camarada Marx!
Los cuatro -Iván, su amigo Pedro y los dos hijos de éste- siguieron caminando por el centro. Por fin encontraron la cola de niños que aguardaban para pedir su premio. Un individuo disfrazado de Marx, con su barba postiza, puro y su elegante traje negro, escuchaba los deseos de los chavales.
El primer niño de la cola se adelantó unos pasos y alzó el puño mientras le decía, algo intimidado:
-¡Saludos, camarada Marx!
-¡Saludos, pequeño camarada! ¿Has sido bueno este año?
-¡Sí, Marx, he sido bueno! ¡Me dieron una estrella en aritmética y fui héroe escolar del mes en matemáticas!
El presunto Marx sonrió:
-Bien, así me gusta. ¿Y qué es lo que quieres?
-Quiero ese soldado por control remoto de las Brigadas Internacionales, y ese otro de las fuerzas especiales soviéticas de Afganistán, que tiene tanque además, y el videojuego en el que hay que destruir las ciudades capitalistas...
-Son muchas cosas, ¿no crees? Recuerda que debo premiar a todos los buenos camaradas.
Le dio un cariñoso abrazo y enseguida una niña ocupó su lugar.
Cuando por fin los hijos del camarada Pedro pudieron solicitar sus premios, dejaron el Centro de Almacenamiento y Distribución. Fuera, la madrileña Avenida de las Brigadas Internacionales estaba engalanada como siempre para celebrar el Noviembre Glorioso: estrellas doradas colgadas en ristras, iluminando las calles por doquier, tantas como banderas rojas; enormes carteles de los camaradas Marx, Lenin y Stalin; el himno de la Internacional entremezclándose con el himno de Riego y el himno Soviético. En fin, era toda la parafernalia típica del Noviembre Glorioso, que entusiasmaba a los niños pero no a Iván, que tenía otras cosas en mentes mientras le explicaba su problema a su buen camarada.
-¡Joroscho! ¡Deberías habérmelo dicho antes! ¿Es que no recuerdas que ahora trabajo en el Subdepartamento de Distribución de Artículos Lúdicos para la Infancia?
-¡Es verdad! ¿Podrías hacer algo por mí?
-Claro, yo no sería un buen camarada si no. Cuenta con ello.
Iván, sintiéndose mucho más animado, cambió de tema de conversación:
-¿Y qué tal es la película que has visto?
-Bueno, no está mal. Trata sobre agentes trotskistas a sueldo de Estados Unidos. Se infiltran en el avión del Presidente de la URSS para asesinarle pero ya te puedes imaginar el resto...
-Ajá. Escucha, ¿no tendrán hambre tus hijos? -Y señaló la entrada de un Marxburger delante de ellos.
-Jajaja, ¡no será que eres tú quien tiene hambre!
Entraron. El establecimiento estaba lleno a rebosar pero era una tarde especial. Iván cogió un formulario modelo MB-9-1 del mostrador para rellenarlo. Eligió dos menús Happy-Soviets para los pequeños con sus correspondientes Lenincolas. Los adultos prefirieron dos Marxiburgers estándar y dos vodkas, además de patatas fritas con sus sobres de salsa proletaria.
Entregó el formulario a la joven funcionaria de la ventanilla y un rato después saciaron su hambre. Al salir ya era casi de noche y había todavía más gente.
-¿Sabes? Viendo a toda esa gente gastando sus cupones de remuneración pienso si no olvidamos el verdadero sentido de estas fiestas.
-Es cierto. A saber cómo viviríamos si no fuera por el comunismo. Ves todos esos boletines informativos sobre norteamericanos intentando atravesar la frontera de México, el PRI no sabe qué hacer con ellos, y te estremeces. No entiendo cómo puede haber jóvenes que luego se digan capitalistas. Si no fuera por el comunismo... ¿Te imaginas? Sería todo tan diferente. Viviríamos explotados en fábricas por burgueses con chistera, trabajando hasta la muerte.
-Pues sí, y luego nos olvidamos del sentido de estas fiestas. ¡Feliz Glorioso Noviembre y viva la Revolución del Pueblo Unido, camarada! -exclamó Pedro, y le dio un buen apretón de manos a su amigo.
-¡Lo mismo te digo, camarada Pedro!
Se despidieron los buenos amigos y esa noche el camarada Marx dejó un uniforme de pequeña proletaria para la Sección Femenina en casa de Olga. La muñeca de Rosa Luxemburgo llegó algunos días después.
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