martes, 29 de septiembre de 2009

Libro recomendado: Imperio

IMPERIO


Título: Imperio (Empire, 2006)
Autor: Orson Scott Card
Género: Novela, Ficción política
Nota:8'0
Colección Nova, Cartoné
345 páginas
18€ aprox.


Aunque raramente me basta la breve sinopsis de un dorso del libro para decidirme por su adquisición y lectura, la idea de una guerra civil en los Estados Unidos hoy resultó demasiado atractiva para que pudiera resistirme. Sobre todo cuando desde el exterior se suele tener el concepto de un país muy unido internamente y que Scott Card no comparte. La idea de partida me decidió y también, claro, el nombre de un maestro de la ciencia ficción. El autor de El juego de Ender necesita poca presentación para el amante del género pero quizás éste no sepa que Scott Card es un mormón de opiniones abiertamente conservadoras. Sabiéndose objeto de muchas críticas, ha puesto toda la carne en el asador escribiendo sobre un golpe de Estado por parte de la izquierda en Estados Unidos.

El contenido político es tan evidente que protagoniza el prólogo de la edición española escrito por Miguel Barceló, quien nos recuerda que una novela donde el golpe de Estado fuera promovido por la derecha hubiera sido mejor aceptado. No le falta razón pero está claro que Scott Anderson no consigue mantener una posición centrada. En general, Imperio nos muestra a unos derechistas de mentalidad sencilla y respetuosa con la ley y el sistema frente a izquierdistas bastante más maquiavélicos y rebeldes, aunque el lector no entenderá hasta qué punto hasta concluir la novela. Ni mucho menos me atrevería a descubrir el final pero sí que es bastante interesante y confirma lo que digo...
Política aparte, se esté de acuerdo o no con el autor, no se puede calificar esta novela como panfleto y condenarla sin más. Es entretenida y, guste o no, eso es suficiente mérito para salvar cualquier libro. La trama es interesante y no deja indiferente al lector. Quizás la inclusión de elementos de ciencia ficción está un poco forzada y no era necesario después de que el autor se hubiera mostrado tan competente en un género que no es el suyo como la ficción política. También es cierto que en la última parte se pierde un poco el ritmo, si bien el final lo resuelve con una última vuelta de tuerca. Imperio no es una gran novela como lo es El juego de Ender pero en ningún momento me arrepentí de haber comenzado su lectura.

Incluso, a riesgo de parecer morboso, me hubiera gustado que la guerra civil hubiera ido un poco más lejos aun y corriera la sangre con mayor generosidad... No, no creo en la ciencia ficción como un género para la evasión. Prefiero lo políticamente incorrecto y si no comparto las ideas políticas del autor, sí aplaudo su valor para escribir una novela que es entretenida, digna de leerse, con un interesante final y que toca en fibras políticas muy sensibles. Comprendo que hay gustos para todo pero algunas críticas despiadadas que he encontrado por Internet merecían mi humilde réplica.

viernes, 25 de septiembre de 2009

El fetichismo del libro

Para variar una opinión sobre libros para reivindicar el papel de las ilustraciones, tan denostado en el mundo del libro.


EL FETICHISMO DEL LIBRO

-Alicia, ¿aprendiste ya la lección?

-¡Pero este libro no tiene dibujos!

-¡Qué tontería! ¡Los mejores libros de este mundo no tienen dibujos!

Del inicio de la película Alicia en el país de las maravillas


Que la belleza está en el interior no por ser un tópico viejo y manido deja de ser cierto. Más incluso cuando hablamos de literatura, el arte más conceptual e intelectual por excelencia. Pero no por aceptar el tópico muchos amantes de los libros carecemos de sensibilidad hacia los libros como objetos físicos. Creo que es algo más que una manía aunque me guste llamarlo “fetichismo” del libro por lo divertido, y adecuado a mi entender, del término. Nos gusta el libro en sí mismo. Nos gusta tocarlo, acariciarlo, olerlo y -desde luego- nos gusta verlo.

Si el lector entiende, y comparte, este fetichismo entenderá mi sorpresa cuando, ojeando en una librería (afición que nos encanta a todos los fetichistas literarios del mismo modo que otros prefieren contemplar la ropa de los escaparates), descubrí la nueva edición de El hobbit de Espasa Calpe y no encontré al somnoliento dragón Snaug de la edición habitual. Allí no había ni dragones ni hobbits ni relucientes tesoros que descubrir, ninguna imagen alrededor del título, enmarcado en ese sobrio formato espartano que es marca de la casa de los libros de bolsillo de Espasa.

No voy a cuestionar la importancia de dicha editorial porque Espasa introdujo el libro bolsillo en España (¡casi nada!), poniendo las novelas de Baroja o La rebelión de las masas de Ortega y Gasset al alcance de los bolsillos de las propias masas. Es mi obligación comentar semejante aportación para evitar malentendidos. Pero aun así me sorprende tanta sobriedad y, si bien el caso de las ediciones de Espasa de bolsillo son el caso más extremo, en general los libros en España son bastante “discretos”. Quien no me crea puede buscar las portadas de las ediciones extranjeras de muchos libros y comparar para comprobar por sí mismo lo que le digo. También reconozco que a veces se producen excesos como las portadas de colores brillantes y horteras de algunas colecciones de novelas baratas que he visto alguna vez. Quizás un libro no deba tener la misma portada de un videojuego. Sí, es posible. Pero me disgusta que se prejuzgue a un libro por su apariencia y me parece que las causas y las consecuencias van más allá de lo anecdótico y del fetichismo personal por la belleza de un libro.

Lo que realmente me inquieta es que esta nueva edición de bolsillo de El hobbit atraerá a muchos lectores que rehuirían incluso el simple contacto del libro al ver la inquietante presencia de un dragón en la portada. Disfruto imaginando a un señor mayor con buen nivel educativo (un señor respetable para entendernos) pensando algo como: “Tolkien. Mmm... ¿éste no es señor ese de historias de fantasía”, hojeándolo luego con interés, porque si una editorial tan respetable como Espasa ha editado ese libro, entonces puede que tenga verdadero valor literario. Habrá que darle una oportunidad.

Me alegro de que ese tipo de lectores comprueben por sí mismos que el libro tiene “valor literario” y que Tolkien no sólo escribía para niños y adultos pueriles, pero al mismo tiempo me apena de que se juzgue a un libro por su imagen. Igualmente lamento que se desprecie el placer estético. Los mejores libros de este mundo no son los que no tienen dibujos. Lo que ocurre es que se nos ha enseñado que las ilustraciones son cosa de niños. Desde pequeños hemos aprendido de los mayores y en la escuela que la imagen es algo infantil que debe ser superado. La imagen contra la palabra. La “simple” apariencia contra el concepto puro e ideal que hay por debajo.

Ah, es cierto que al mismo tiempo nos bombardean con imágenes desde la televisión y descubrimos la belleza del cine, pero la distinción entre la imagen (lo visual, lo estético) y la palabra (el concepto, la idea, lo trascendente) persiste. De aquí procede el rechazo de muchos intelectuales por la imagen, personas serias que menosprecian el placer frívolo e intrascendente de lo visual. El libro, como registro de la cultura humana, es algo demasiado serio para distraernos con tonterías como una ilustración de portada. ¡No digamos ya el interior! Los libros serios, los mejores libros, -nos han repetido tantas veces como la institutriz de Alicia- no contienen ilustraciones. Rebuscando en ideas ciertamente anticuadas podríamos decir que un libro respetable es como una mujer respetable: viste con discreción, no se exhibe...

Quizás parezca que con el ejemplo anterior llevo demasiado lejos mis razonamientos pero no lo creo así. Intuyo que esta disyuntiva entre lo visual y lo conceptual tiene raíces muy profundas en lo que ha sido nuestra cultura occidental en los últimos siglos. Tal análisis me excede pero quede clara mi idea de que aquí pesa mucho ese rechazo de lo aparente y de lo físico, del cuerpo perecedero frente al alma, tiene mucho que ver con el cristianismo. Tampoco olvido el famoso “mundo de las ideas” de Platón, si bien el propio filósofo era un gran admirador de la belleza.

Semejante disyuntiva ha sido tan injusta como empobrecedora. Para la literatura y también para las otras artes, porque aquí hago cierto llamamiento a la solidaridad entre espíritus creativos. El ilustrador no frivoliza el libro. Sus ilustraciones no son -recuperando los símiles retrógrados- como maquillajes que hacen a una mujer parecer deshonesta. Su trabajo, además de meritorio, embellece al libro y añade el placer visual al contenido del libro en sí, que no por más inaprensible y conceptual es más puro o superior en forma alguna.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Ucronía: Mil años de paz

Siendo la novela histórica y la ciencia ficción dos de mis géneros favoritos, y los que leo con mayor frecuencia e interés, era inevitable que intentase unirlos en ese subgénero que es la ucronía o historia virtual. El tema de esta primera ucronía (guardo más en el tintero) no es muy original, aunque en mi relato no llega a ocurrir la Segunda Guerra Mundial que conocemos sino que se cumple el peor temor de Stalin y estalla una guerra entre el Reich y sus aliados y la URSS. Me parece superfluo decir que no tengo simpatías por el nazismo. Sólo he tratado de imaginar la "utopía" que concebieron Hitler y compañía para Alemania.




MIL AÑOS DE PAZ


Dadme cinco años de guerra y yo os daré mil años de paz
Adolf Hitler



Con motivo del sexagésimo aniversario de la victoria, Volk, la revista mensual de actualidad les ofrece el testimonio del ex oficial Klaus Tuchen, uno de los poquísimos supervivientes que conocieron la victoria gloriosa. A pesar de su avanzada edad, Klaus habla con absoluta lucidez y nos impresiona con el vigor de sus palabras.

El día más triste de mi vida fue el día en que murió nuestro Führer. Lloré como un niño, como no había llorado desde la muerte de mi propia madre, pero eso había sido muchos años atrás, antes de que fuera yo un adulto y soldado veterano. ¡Nuestro Führer muerto apenas cuatro años después de la victoria contra los bolcheviques! ¡Él, que nos había prometido mil años de paz, apenas pudo ver el comienzo de la reconstrucción gloriosa que comenzaba para Alemania! De hecho, el alzheimer le había reducido a un estado indigno, especialmente los últimos dos años. En el último discurso de Año Nuevo a duras apenas había podido articular las frases que le habían escrito. Ese Hitler enfermo no hacía honor al hombre que más ha hecho por Alemania desde los tiempos de Federico el Grande. No creo en Dios porque siempre he sido un nacionalsocialista progresista y moderno, pero tamaña injusticia me hubiera disuadido de ello.
Aquel día emitieron música de su apreciado Wagner por la radio y a todas horas. Yo puse una vela delante de la fotografía del Führer y por una vez preferí el áspero vodka a la cerveza para animarme. Recordé a mis hijos -para que nunca lo olviden- que la granja, las tierras, los siervos, todo cuanto tenemos era gracias a Él.
Porque yo fui de los que confiaron en su palabra desde el principio, aunque luego muchos han presumido de sus raí­ces nacionalsocialistas. Voté por él en 1934 para que nos librara de la corrupta y degenerada República de Weimar y lluego luche por él y por Alemania en la guerra!
La guerra contra el enemigo bolchevique me sorprendió mientras me encontraba de servicio en España, en una guerra atascada por la incompetencia de ese Franco y el apoyo cada vez más decidido de Stalin a los rojos. Después del desastre del Ebro había enviado a su cuñado a Berlín para solicitar de ayuda y nuestro Führer fue lo bastante generoso para conceder una última prueba de buena voluntad. Cinco mil patriotas alemanes formamos partimos en el último refuerzo de la Legión Cóndor. Confiaba en ganar la guerra -como todos- pero nunca debimos mezclarnos en los asuntos de las razas latinas. No exagero si digo que españoles, italianos, etc. son pueblos demasiado diferentes, indisciplinados y atrasados. Sin duda algo tiene que ver en ello su sangre intoxicada con residuos semíticos. Aunque los españoles al menos saben luchar y sólo les falta disciplina. Los italianos son unos cantamañanas sin remedio, empezando por su Duce, que nos metió en aquella guerra para distraernos de los problemas realmente importantes.
Sí, conozco los embustes de los revisionistas actuales, que afirman que Stalin y Hitler habían acercado posturas antes de la guerra. ¡Nada menos! ¡Llevan sus mentiras contra toda evidencia hasta el extremo de hablar de una paz secreta entre ambos!

Todo eso no es más que un intento por desprestigiar al Nacionalsocialismo. Pero yo les diría a todos esos presuntos demócratas de Occidente, y que no son más que que liberales judíos, que su democracia se la deben al Reich de Adolf Hitler. Los alemanes dimos nuestra sangre por contener a las hordas marxistas y sin nosotros el bolchevismo se extendería hoy por toda Europa.
Como decía, el principio de la guerra me halló en tierra extranjera. Desde que el ejército bolchevique invadiera Polonia a nadie importó ya lo de España. Nuestro corazón estaba en Alemania. Brindamos con vino cuando nuestra flota destrozó a la rusa en el Báltico y sufrimos cuando los bolcheviques comenzaron la invasión. ¡El ejército rojo se abría paso por Polonia para invadir nuestra tierra! Tampoco podía evitar sentirme inquieto por mi familia en Berlín. Supe además que mi hermano Johann había sido movilizado.
Por fin volvimos a Alemania. Detrás dejábamos a España a merced del enemigo pero quizás sea bueno que todo hombre conozca alguna vez el fracaso. Tampoco era nuestra guerra. Cuando el bolchevismo llamaba a las puertas del Reich para pedir un duelo a muerte poco importaba la suerte de un país debilitado por el judaísmo y el catolicismo decadente.

Los dos primeros años de la guerra fueron muy difíciles. Rechazamos a su ejército pero la invasión del territorio bolchevique no era tarea nada sencilla. La Historia no recordaba un reto semejante desde que Alejandro Magno conquistara el Imperio Persa. El país de los bolcheviques era inmenso y gélido. Las estepas y los bosques sin límite se extendían ante nosotros. En primavera caudalosos ríos dificultaban nuestro avance por caminos embarrados y que apenas merecían tal nombre. En invierno olvidábamos lo que significaba el calor.
Por mi experiencia con los españoles me nombraron oficial en el mando conjunto de la División Azul, formada por exiliados de ese país. Ya fuera porque habían sido expulsados por los rojos o por el vestigio ario de su lejana herencia visigoda, lucharon bien y entramos en Leningrado. La ciudad era algo más que la llave del Báltico. Era la ciudad dedicada al líder de los bolcheviques y que ahora -gracias al Reich- el mundo conoce como Hitlerburgo.
No estuve en la captura de Stalingrado pero sí en la toma de Moscú, que había abandonado poco antes el cobarde de Stalin para refugiarse en la Siberia central. Fueron tiempos muy duros y, a pesar de nuestros sufrimientos, a menudo pensaba en los padecimientos de los míos y de todo el pueblo alemán.
¿Dónde estaba cuándo terminó la guerra? El día que terminó la guerra me hallaba perdido en un lugar al este de Finlandia y con un nombre impronunciable. Brindamos con agua de nieve derretida y con los dedos agarrotados por el frío pero, con todo, recuerdo aquel día como una de esas contadas ocasiones en que nos sentimos realmente felices en la vida.
La fiesta no había abandonado Alemania cuando regresé pero mi novia sí me había abandonado a mí después de tantos años de ausencia. No me esperó: había preferido casarse con un funcionario de obras públicas y tampoco la culpo por ello aunque en ese momento me sentí tan decepcionado que me planteé permanecer en el ejército. Mi camarada Jorg me disuadió de ello. Ah, era un patriota, un oficial de las SS... Toda esa leyenda negra alrededor de las SS es una gran mentira. ¿Acaso había otra forma de limpiar nuestras tierras recién conquistadas de judíos, gitanos, bolcheviques y demás escoria? Extirpar ese cáncer de la enferma Rusia no era tarea fácil pero, por primera vez en nuestra historia, Alemania tenía la oportunidad de expandir su prosperidad más allá del Vístula. No fue por regalo divino que nuestras fronteras llegaron de pronto hasta apenas doscientos kilómetros de distancia a Moscú y si queríamos conservar esa enorme conquista tendríamos que inyectar sangre alemana a los nuevos territorios. Así fue que me decidí a participar con mi camarada Jorg en el programa de repoblación de la antigua Ucrania, rebautizada como Nueva Baviera.
Confieso, no obstante, que me sentí desolado cuando llegamos a esta tierra. Había pasado la guerra en el frío norte, así que esperaba una tierra más acogedora en el sur. Pero al llegar aquí me sentí tan desolado como la estepa que se abría ante nosotros hasta el horizonte. La población de siervos que no que nos habían asignado no era más que un puñado de chozas, miserables antes aun de la guerra y de los gulags, y una veintena de eslavos harapientos nos miraban con miedo.
En mi memoria está grabado ese momento. Notando mi desánimo, Jorg se agachó entonces y recogió algo del suelo. Luego abrió el puño ante mis ojos. No era más que tierra...
-¿Ves esto? Es la tierra negra de Ucrania, la tierra más fértil del mundo. Nuestro Führer lo supo en cuanto la vio. Supo que esta tierra sólo necesita trabajo y organización. Todo el pueblo alemán le debemos gratitud por ello. Nuestros camaradas han regado con su sangre este suelo y es el momento de que nosotros la sembremos. Es la ocasión de mostrarnos tan patriotas en la paz como en la guerra.
¡Cuánta voluntad y convencimiento había en su voz! Me contagió su entusiasmo. Una tierra tan extraordinaria sólo necesitaba trabajo. No soy antropólogo pero es un hecho que los eslavos son europeos a medias, arios contaminados con la sangre de los invasores tártaros. De ahí su naturaleza salvaje e indolente a un tiempo, tan característica de los pueblos asiáticos. El eslavo carece de iniciativa y requiere ser disciplinado y dirigido.
Nos asignaron un lote de treinta eslavos a cada uno. Todos esos que hablan de colonialismo brutal tendrían que haber visto estas tierras antes de que los alemanes las convirtiéramos en el granero de Europa. Acostumbrados esos desdichados a la brutalidad salvaje de los comisarios comunistas nuestro dominio racional supuso una verdadera liberación para ellos. Aplicábamos los castigos corporales sólo en su justa medida.

También rebautizamos la población como Brunhild, la walkiria enamorada de Sigfrid en el anillo de los nibelungos... ¡Ah, las mujeres! Pese a los inmensos progresos y del trabajo que me ocupaba todo el tiempo, no conseguía olvidar el desengaño amoroso y la falta de una mujer... Fue precisamente entonces que el Consejo Supremo del Reich dio el visto bueno al Programa de Arianización. Expertos de las SS examinaban a las jóvenes eslavas para buscar aquellas en las que podían encontrarse una mayor proporción de herencia aria frente a las influencias tártaras que habían degenerado a toda su raza. Naturalmente era entre las más hermosas entre las que se encontraban los ejemplares más aptos pero sólo después de un concienzudo examen y la aprobación de un experto se les concedía una ciudadanía limitada para contraer matrimonio con un colono alemán.
El programa se aprobó por el plazo de diez años, pese a las muchas reticencias de algunos miembros del Consejo del Reich, y sólo porque los colonos alemanes eran insuficientes para colonizar las vastas tierras de nuestras nuevas provincias. Yo mismo me resistí a la idea pero sabía que si no contraía matrimonio en el plazo de cinco años perdería la propiedad de mis tierras e incluso me arriesgaba a ser sospechoso de tendencias viciosas, lo que era infinitamente peor. ¡Yo, buen patriota alemán y ciudadano ario, sospechoso de ser un inmundo sodomita! Ahorraría semejante vergüenza a mi familia y recuperaría el contacto con el bello sexo.
En cuanto lo solicité, me ofrecieron hasta una veintena de muchachas. Todas ellas eran atractivas pero no me fiaba de esto. Por alguna perversa razón su herencia tártara ha hecho a las mujeres eslavas bastante bellas en general. Pero me aseguraron que Helen, mi esposa hasta el día de hoy, tenía una importante herencia aria. Los que denuncian el racismo alemán (preservación y mejoramiento de la raza aria lo llamo yo) ignoran hasta qué punto aquel programa ha hermanado a dos pueblos, uniendo con lazos de sangre a lo mejor del pueblo eslavo y separando felizmente a los herederos de aquellos aventureros arios que llegaron desde Escandinavia para crear esta nación del estigma mongólico que la ha mantenido en el atraso respecto a Europa.
Y hemos sido felices hasta el día de hoy. Mis hijos son orgullosos ciudadanos alemanes y no han tenido que vivir los penosos sacrificios de la generación anterior. Pero precisamente por eso nunca he dejado de recordarles el generoso sacrificio del pueblo alemán y de su Führer. La historia de cómo un pequeño grupo de idealistas levantó a una nación desde la decadencia y la derrota hasta un imperio nunca debe ser olvidada.

Los ojos de Bruno brillan. Todo él desprende una fortaleza asombrosa pese a la edad. Al llegar a este punto, sin embargo, se muestra intranquilo y hasta apesadumbrado.


Sin embargo me siento enormemente preocupado por la opinión pública. No me preocupa lo que digan esos liberales extranjeros y mucho menos los embustes de los judíos o de los soviéticos. Lo que me llena de pesar es que todas esas mentiras han arraigado en parte de la juventud. No aquí, desde luego. En las provincias conquistadas no hay el menor atisbo de duda y lealtad. Es imposible olvidar la misión con que llegamos para llevar la civilización y depuración a unas tierras degeneradas. Pero toda esa juventud de Berlín que no aprecia el legado de sus padres y habla de democracia...
¡Democracia! Hablan de los millones de siervos eslavos oprimidos y digo yo: ¿no es la democracia el gobierno del pueblo? ¡¿Y acaso no es el Reich el gobierno del pueblo alemán por y para alemanes?! No necesitamos que nos gobiernen los eslavos, que jamás fueron capaces de gobernarse a sí mismos y que gozan de bienestar como bajo la dirección de Alemania, o los judíos de Washington y de Hollywood, corruptores de la juventud.
Mire, yo nunca he sido político pero no concibo un mundo sin nacionalsocialismo y mucho menos el regreso a la miseria de Weimar. Los alemanes hemos sido atacados repetidamente por las potencias extranjeras y no podemos dejar que ideologías judías nos corrompan. El pueblo alemán ha creado un nuevo régimen, nuestro régimen.
El legado del Führer jamás morirá. ¡Heil Hitler!

Nos despedimos conmocionados por la fe del viejo vetano. Confiamos en que el sacrificio de las generaciones pasadas sirva de ejemplo para las presentes y venideras.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Espanyols

Llevaba mucho tiempo este breve relato en el disco extraíble, sin encontrar la ocasión para mostrarlo. Hoy es una buena fecha por motivos obvios. Es un relato bastante "sentido" por mi parte y he optado por la emotividad y no por el sarcasmo sutil, como prefiero quizá demasiado a menudo. Al menos ésa era mi intención.
El tema que inspiró este relato fue el último toro de Osborne en El Bruc, Cataluña.




ESPANYOLS

"El animal que canta, que llora y puede echar raíces rememoró sus garras",
del poema Canción primera de Miguel Hernández.



Llegaron por la noche, tratando de ocultar su cobardía y su miseria entre las sombras pero los vio venir de lejos. Centinela sin sueño, su majestuosa figura presidía el horizonte desde que los dorados dedos de la aurora acariciaban su negro perfil hasta que se fundía con la misma noche. Su sola presenciaba daba seguridad al viajero y confortaba al español de paso que, lejos de su casa, recordaba que aquel lugar, toda España era en cierta forma también su hogar, un hogar para convivencia de todos y nunca extraño. A los venidos del otro lado de la frontera daba igualmente la bienvenida

¡Tantos años de leal servicio y habían venido para asesinarle! ¡Tantos años en vela, apostado como sus hermanos de raza, guardando cada uno de ellos un rincón de España, desde las verdes y rocosas montañas hasta los cerros cubiertos por el sempiterno olivar, pasando por los campos de trigo y también allí donde la tierra seca se tostaba desnuda al Sol! ¿Quién vigilaría después de él aquella mediterránea esquina de la piel de toro?

Sintió una tristeza nunca conocida y apuró el negro cáliz de hiel porque el enemigo había llegado y no se traba esta vez de un invasor llegado de tierra extranjera, no. Los enemigos eran compatriotas suyos, hijos que se revolvían contra sus padres y los padres de sus padres y sus ancestros y cuanto amaban. Hijos ignorantes que en su rebeldía analfabeta y sin causa se habían dejado convencer para destruir los símbolos de la misma tierra que los había visto nacer y en cierta forma destruirse a sí mismos.

Sintió, repito, tristeza, que no rencor. La bestia era demasiado noble para ello, una bestia con sangre de aceituna, de vino, de sudor y también -¡ay!- de sangre española, demasiada sangre. Algunos le habían calumniado, intentando hacerle símbolo de una de las dos Españas que habían combatido entre sí. ¡No habían entendido o no querían entender! Lo cierto es que su padre había sido uno de los perdedores, un comunista que había diseñado un logotipo para la bodega de unos británicos que había arraigado en España hasta hacer de ella su hogar. Y el creador había dado algo más que forma -me atrevo a llamarlo espíritu- a su obra como sólo puede conseguir un auténtico creador. El toro de Osborne dejó de vender más que vinos y vendió la esencia de todo un país, si es que es eso posible. Pero nada de eso importaba en la hora más amarga. Le dolía la juventud de sus asesinos, jóvenes atetados con nacionalismo de porro y litrona que vociferaban como una ruidosa jauría al servicio de intereses bastardos. Sintió cada una de sus injurias antes que las patadas y los golpes con que le derribaron. ¡Parecía tan sólido que parecía mantenerse en pie por algún extraño poder y no había más que una estructura de metal!

Crujió la madera como el sollozo de una bestia herida cuando la muchachada bailoteó sobre él, recreándose con el odio histérico que les ahogaba. Rieron con la agonía de la bestia y celebraron aquella “épica” victoria quizá imaginándose almogávares que habían tomado Constantinopla y no como villanos sin valor ni honor que disfrutan con la vejación de un supuesto enemigo que jamás les había deseado ni hecho mal alguno. Olvidaron las gestas -las verdaderas- de sus ancestros para regodearse con crueldad cobarde y victoria que sabía a miseria para ellos y vergüenza para sus padres y compatriotas, especialmente de los nacidos en aquella esquina de España.

-¡Espanyol! -le gritaban entre patadones, haciendo del honor un insulto, y aquello dolió sobremanera a la inanimada bestia y a todos los que nos sobrecoge la mayestática serenidad de su perfil y sentimos la bestia como nuestra.

¿Español? ¡Sí, español desde la tierra que lo sostenía hasta el hálito de sus cuernos de madera, y lo peor es que ellos, ¡ay!, ellos también eran españoles!



domingo, 6 de septiembre de 2009

Rey de reyes

El rey de reyes era el título para los antiguos emperadores de Persia. He aquí un relato que confieso que me dejó bastante satisfecho. Las imprecisiones históricas como confundir al célebre Leónidas con el también rey de Esparta, su suegro Cleomenes están calculadas para que parezca una crónica manipulada...


REY DE REYES

Y ocurrió que en el año trigésimo, según se cuenta desde el ascenso de Darío al trono de los Aqueménidas, el Gran Rey resolvió enviar una embajada al otro lado del mar de los griegos para exigir obediencia de las ciudades que permanecían insumisas. Dos embajadores partieron, pues, a aquel confín del Imperio, ambos ricamente enjoyados, mostrando apenas una pizca del poder del Rey de Reyes a aquellos que seguían ciegos a la luz de Ahura Mazda.

Pero he aquí que de la embajada sólo un esclavo fenicio, conocedor de la lengua de los griegos, regresó para contar su triste historia, y sus ropajes de seda estaban raídos y polvorientos por el largo viaje cuando se postró ante el Rey de Reyes y, tembloroso e inclinando la cabeza hasta tocar el suelo con la frente, se dirigió a Él con los títulos que merece el elegido de Ahura Mazda:

-¡Oh, he aquí el más humilde de tus esclavos, Gran Rey Darío, Rey de Reyes, señor de los arios; hijo del linaje de los Aqueménidas, que son arios; rey de Persia y de Media; rey de Babilonia, de Asiria, de la Bactria y del Indo; faraón de Egipto...


El Gran Rey alzó ligeramente la mano y sólo entonces se interrumpió el esclavo y alzó el rostro lo suficiente para hablar con voz alta y clara, pero sin atreverse a mirar a los ojos del que ha visto la luz de Ahura Mazda. Tal como narró el embajador su relato ha sido escrito aquí por voluntad del Rey de Reyes:

-¡Oh, Gran Rey, este esclavo tuyo viene a darte testimonio de la desventura de nuestra embajada! Comenzaré diciendo que no hubo problema alguno mientras viajamos a través de las tierras que ilumina el Dios verdadero. Sin incidentes viajamos por los caminos de piedra del Imperio hasta la ciudad de Sardes y luego hasta las ciudades de los griegos de la orilla oriental de su mar, que ahora están sometidas a tu gran poder. Desde el camino admiramos la grandeza de tus ciudades y de las provincias bien gobernadas.

>> Pero en cuanto hubimos atravesado el estrecho que los griegos llaman los Dardánelos no hallamos más que miseria, pues aquel estrecho separa los dominios de Su Majestad de la barbarie. Nada hay allí que pueda añadir esplendor a los dominios de los Aqueménidas. La ciudad de Atenas, que es la principal entre los griegos, cabría diez y veinte veces entre los muros de Susa o Persépolis. Los templos en los que guardan las imágenes de sus falsos dioses y de los que tanto se jactan cabrían dentro los sagrados recintos del Dios Ahura Mazda.

>> Tampoco vale gran cosa esa tierra difícil, de costas tortuosas y áridas colinas donde sólo crecen olivos de retorcidos troncos. Apenas hay comunicaciones entre unas ciudades y otras, ni comercio ni intercambio de conocimiento.

>> Menos valen aun sus habitantes, vanos y jactanciosos, soberbios y necios. Siempre en discordia entre sí, su entretenimiento es la conspiración. Los persas enseñamos a nuestros jóvenes a decir la verdad por encima de todas las cosas pero los nobles entre los griegos confían la educación de sus jóvenes a algunos que llaman sofistas y que no son más que charlatanes para los que la sabiduría no es sino demostrar cualquier argumento mediante engaños y retórica vacía.

>> Al dejar Atenas y atravesar la ciudad de Corinto, que es la puerta de la mitad meridional de la Hélade que ellos llaman el Peloponeso, llegamos a la ciudad de Esparta.

El Gran Rey, que no había sabido hasta entonces de aquella insignificante y remota ciudad, exigió saber en detalle sobre tal sitio:

>> Sabe, Gran Rey, que esa Esparta merece más el nombre de aldea que de ciudad y que es más pobre que la menos rica de las capitales de provincia del Imperio. No hay palacios ni grandes templos que la señalen. Ni siquiera la rodean murallas porque los fatuos espartanos alardean de que sus escudos son sus murallas.

>> Sabe, Gran Rey, que si sus edificios son toscos y burdos, más lo son sus habitantes, pues no hay pueblo más estúpido, bárbaro y arrogante que el de los espartanos. A diferencia de los demás griegos, tan aficionados a la intriga y la retórica, los espartanos no saben más que luchar como animales y tienen merecida fama de hoscos y silenciosos. Crían a sus hijos como bestias, sin enseñarles sino a pelearse entre sí. Son obtusos y groseros, y desprecian el menor refinamiento. Dejan que los cabellos les cuelguen largos y se afeitan el bigote pero llevan sin cuidado sus barbas. Son musculosos pero no hermosos, pues muestran las infinitas magulladuras y cicatrices con orgullo. La higiene es desconocida entre ellos.

>> Los espartanos odian a todos los extranjeros y no disimularon su desprecio cuando nos llevaron ante su líder, un tal Leonidas. Nada había en aquel individuo propio de un rey, ataviado con una burda túnica de lana sin adornos como los demás, y como los demás olía a queso rancio, a ovejas y a aceitunas agrias. Olía a griego. Los espartanos lo llaman rey –o diarca, pues tienen dos reyes- pero por su rostro vulgar y sus zafios ademanes se confundiría con un labriego cualquiera.

>> Como los espartanos no construyen palacios, parlamentamos en una de sus plazas sin empedrar. A nuestro alrededor se congregaban espartanos ociosos, envueltos en sus capas rojas, mirándonos con el odio marcado en sus rostros vulgares mientras masticaban algún mendrugo de pan duro o simplemente se espantaban las moscas.

>> -Escucha, Leonidas, rey de los espartanos –habló el principal de tus embajadores con voz clara-, venimos enviados por el Gran Rey para llevar su voluntad hasta el último confín de la tierra.

>> -¿Quién es ese gran rey? -preguntó el tal Leonidas con necedad, y tus embajadores creyeron que podrían mostrarle la luz.

>> -El Gran Rey es el Rey de Reyes, el soberano de la tierra, el que sólo responde ante Ahura Mazda. Los dominios del Gran Rey se extienden hasta los confines del mundo y ahora exige un gesto de buena voluntad de tu ciudad: un puñado de tierra y un poco de agua.

>> -Sabe entonces que los espartanos tenemos nuestros propios reyes y que no obedecemos sino nuestra propia ley.

>> Comprendiendo que hablaban a un necio, intentaron los servidores de Su Majestad ablandarle con la prosperidad de sus dominios. Le hablaron de las largas calzadas que parten de Susa y Persépolis hasta los confines del Caucaso y del Indo; de la grandeza de Babilonia, Ectabana y Nínive, en cuyos mercados se venden y compran mercaderías de todos los países del mundo; de los inmensos beneficios de la paz del Gran Rey y de cómo hasta la última de las provincias del Imperio florece bajo la soberanía de los herederos de Ciro como las mieses brotan del limo del Nilo.

>> Inútil fue su empeño, pues aquel asno no era sino como todos sus embrutecidos compatriotas, orgulloso de su propia miseria. Oh, Gran Rey, os aseguro que nunca pueblo alguno despreció el comercio, el oro y cuanto es bueno y hermoso como el de los espartanos. Antes civilizaréis a los etíopes que, desnudos, cazan elefantes con sus arcos o a los escitas que huelen como los caballos con que cabalgan por la estepa.

>> Entonces las palabras de tus embajadores fueron más duras, comprendiendo que aquellos bárbaros eran como bestias, que no entienden otro argumento que la fuerza. Con estas palabras hablaron al reyezuelo de Esparta:

>> -Sabe, pues, que el Rey de Reyes tiene más soldados en sus ejércitos que hombres y mujeres en todas sus ciudades juntas los griegos de ambas orillas. Soldados de todas las naciones del mundo combaten para el Gran Rey, también griegos que han comprendido el poderío de los Aqueménidas. Pero, por encima de todos, están los soldados que acompañan siempre al Gran Rey, los diez mil elegidos de su guardia personal. Los que luchan para el Gran Rey comparten su generosidad y prosperan a la luz del Aqueménida. Los que osan luchar contra Él no encuentran más que la muerte y después de la muerte los sufrimientos que Ariman les reserva en los infiernos.

>> Tampoco se dejó convencer por estos argumentos. Es más, sólo prestaba atención a medias pues al mismo tiempo acariciaba a su hija, una niña llamada Gorgo. He hablado de los hombres de Esparta pero sepa Su Majestad que esos hombres no son engendrados por mujeres mejores que ellos. Son delgadas y nervudas como varones e insolentes como ellos. Ni siquiera tienen el recato de las otras griegas y sostienen la mirada a los demás hombres y hablan en presencia de sus maridos. Cubren sus cuerpos con negligencia y son impúdicas como burras en celo. Aquella criatura, pues, nos miraba con el fuego de un demonio en sus ojos, abrazando las piernas de su padre como una serpiente que se enrosca en una vid. Su padre le acariciaba los cabellos despeinados con sus manazas de uñas negras.

>> -Papá, ¿cómo permites que un sucio extranjero te hable así?

>> Leonidas sonrió a su serpiente con una torva mueca. Ambos embajadores se sintieron justamente ofendidos porque una muchacha descarada osara hablar así en presencia de los enviados de Su Majestad. El embajador Artaxaxes, mi amo, no se contuvo por más tiempo:

>> -Sabe, rey Leonidas, que no hay mejores arqueros en el mundo que los persas y que los escudos de los griegos no pueden defenderlos. Porque las flechas de los arqueros persas caen tan juntas y apretadas que oscurecen la misma luz del Sol...

>> Entonces se adelantó un espartano, un asno llamado Dienekes:

>> -¡Mejor, entonces lucharemos a la sombra!

>> Todos rieron la broma. Tal es el humor de los espartanos, que no saben reír más que del dolor y la muerte. Sólo cesaron las risas cuando su reyezuelo tomó la palabra.

>> -¿Queréis agua y tierra? ¡Pues la tendréis!

Interrumpió en este punto su relato el embajador. El rostro del Gran Rey era imperturbable cuando prosiguió el esclavo.

-Entonces agarró a uno de los embajadores de Su Majestad y lo levantó en vilo. Su compañero protestaba pero a nuestro alrededor no había sino lanzas y espadas, amenazándonos, sin el respeto que les es debido a los enviados del Gran Rey. Horrorizado, fui testigo de cómo ese miserable llevaba a mis amos hasta la boca del pozo y los arrojaba a su interior con estas palabras:

>> -¡Ahí tenéis toda el agua que gustéis! ¡La tierra la encontraréis al fondo!

>> Sus brutales carcajadas casi no dejaban escuchar los horrorizados gritos de los enviados de Su Majestad. Algunos de los espartanos reían tan violentamente que se revolcaban en el suelo como puercos. El propio Leonidas se apretaba los brazos contra el pecho para contenerse.

>> Temí por mi propia vida pero, en vez de arrojarme al pozo con mis amos, el rey de Esparta me despidió con estas indignas palabras:

>> -¡Ahora ve tú hasta ese gran rey tuyo y dile cuál es la respuesta de los espartanos!

>> He aquí cuánto ha visto y oído este servidor de Su Majestad para dar testimonio de la verdad.

Terminado su relato, el embajador gateó hacia atrás besando el suelo que había pisado el Gran Rey hasta salir de su presencia.

El rostro del Aqueménida permanecía imperturbable como el de una estatua tallada en granito cuando dictó sentencia.

-¡Esto haré, Yo, Darío, el Gran Rey, señor de los persas y de los medos y de todos los pueblos que viven hasta los confines del mundo! ¡Ejércitos como nunca se vieron sobre la tierra llevarán el poder de Ahura Mazda hasta el otro lado del mar y darán ejemplo a quienes osaran burlarse de la palabra de los Aqueménidas! Es la voluntad de Ahura Mazda y mía.

Pero tiempo después, antes de que se hubieran congregado los ejércitos que darían justo escarmiento a los espartanos, dos de aquellos bárbaros osaron venir hasta la misma Persépolis. Se presentaron ante el Gran Rey sin el menor arrepentimiento, renuentes a postrarse ante el trono de los Aqueménidas, y con este arrogante mensaje:

-Venimos desde Esparta para reparar nuestro error. Que el rey de Persia obtenga justicia en nuestras personas y haga ejecutarnos como sea su gusto para reparar la muerte de sus embajadores.

Pero el Rey de Reyes no quiso escuchar más indignidades. Sin dejarse alterar por semejante proposición, respondió el que es justo a los embajadores de Esparta.

-Los Aqueménidas no conseguimos justicia por el asesinato ni intercambiamos unas vidas por otras. Marchaos, pues, a Esparta y decid a vuestros compatriotas que la sangre no se limpia con sangre y que el señor de los arios no aceptará más disculpa que la sumisión al Gran Trono. Tal es la voluntad de Ahura Mazda y mía.

Avergonzados, sin decir una sola palabra más, marcharon los embajadores de Esparta para dar noticia a sus habitantes del terrible castigo que, como rayo que cae en la tempestad, llevaría el Rey de Reyes a cualquiera que se le opusiera hasta en el último rincón de la tierra.



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