I
Viejos, muy viejos son los países del Sur, pues mientras el Norte invernaba aún el profundo sueño glaciar y cubríanse la mitad de esas tierras de hielos permanentes, los reyes levantaban imperios y ciudades allá en el Sur y se hacían recordar por las generaciones venideras erigiendo tumbas y templos tan enormes como colinas.
Ya entonces el gran río Alnyr, que da nombre a la nación de Alnyria, descendía por entre las praderas hasta el océano y los alnyrios edificaban muchas ciudades en sus riberas. Era el anyrio un pueblo civilizado e industrioso, que había sabido aprovechar el agua para tornar los secanos en regadíos y arrebatarles así los pastos a los pastores de la estepa.
Mas tuvieron su oportunidad los rudos esteparios y montañeses de vengarse de sus vecinos más prósperos. A menudo cayeron en hordas sobre ellos, y no se conformaron con llevarse su grano y sus mujeres sino que acabaron gobernándolos como sus reyes. Porque en este mundo prima la ley de la fuerza y lo que el débil consigue con su paciencia y trabajo mañana no ha de ser más que botín para el más fuerte.
Hacía mucho que el pueblo alnyrio era gobernado por linajes extranjeros. Desde el mítico reinado de Amnoasar, más de veinte mil años atrás, un pueblo u otro, siempre extranjero, había invadido el país y entronizado a su caudillo. Entonces comenzaba una nueva dinastía que, a medida que los reyes y sus notables se ablandaban, recostados sobre mullidos cojines y alfombras y oyendo el tañido del laúd y los cantos de las concubinas, decaía hasta que era sustituida finalmente.
En el momento de esta historia reinaba sobre Alnyria el rey Khardam, y no se trataba, en absoluto, de uno de esos reyes débiles y pusilánimes que se refugian en la tranquilidad del palacio, evitando las preocupaciones de la política y las amarguras de la guerra. Muy al contrario, se trataba de un hombre astuto y enérgico, quizás demasiado enérgico para muchos, y los cronistas le citaron luego como Khardam el Grande pero sus súbditos le habían llamado desde el principio Khardam el Sanguinario.
Demasiado largo sería relatar, siquiera describir, los hechos de este notable monarca, que han quedado además registrados en las crónicas para quien quisiera consultarlas. Mejor abreviaremos y empezaremos diciendo que su madre había sido una bruja de la estepa, una muchacha que sabía invocar a los demonios y que estaba destinada a permanecer siempre virgen. Pero fue capturada y sedujo al rey Khortah por su belleza, que no por la voluntad de ella de convertirse en su concubina. Precisamente le excitó al rey este rechazo. Forzarla fue un gran placer para él.
No volvieron a yacer juntos, y Khortah la olvidó en algún rincón del harén, como a tantas otras. Pero fue suficiente una vez para depositar el germen de su propia destrucción en el vientre de la muchacha. El consuelo y la venganza de Ebylysa, así se llamaba, ella lo encontraría en su hijo Khardam. Supo despertar en él el fuego de la ambición, y cuando el muchacho abandonó el harén se sentía muy seguro de hasta dónde quería llegar.
De lo que ocurrió hasta que se sentó en el trono del padre al que asesinó diremos tan sólo que antes hubo de conspirar hasta que cuatro de sus hermanastros, sus más próximos rivales por el trono, estuvieran muertos. Luego regresó al harén, ahora como dueño y señor, y acabó con el resto de los hermanastros, no importaba cuán jóvenes fueran. Tampoco perdonó a las madres que pudieran guardarle rencor, ni siquiera a las embarazadas, y únicamente conservó a las jóvenes cuyos vientres no habían concebido todavía. En cuanto a su madre, le concedió todos los honores y se convirtió en una mujer poderosa que habría podido someter a un hijo más débil de carácter.
Pero no bastaba a Khardam con ser rey de la próspera Alnyria. Hasta su muerte, luchó por expandirse y hasta al mismo Norte llegó su sombra. Alnyria nunca fue tan poderosa, ni tan oprimida, como durante su reinado, y no habría de volver a serlo.
Al noreste del río Alnyr, en la costa, se encontraba el pequeño reino de la ciudad estado de Ehdar. Prosperaban sus habitantes cultivando las viñas y los campos de cereal, pescando en el mar y, sobre todo, comerciando con los pueblos del norte. Nuestra historia empieza realmente cuando un buen día, malo para los habitantes de Ehdar, el ejército del rey Khardam fue avistado desde sus murallas.
***
La superioridad del ejército invasor resultaba evidente hasta para el más fervoroso de los patriotas de Ehdar. La infantería de las levas alnyrias formaba el cuerpo más numeroso del enemigo pero las tropas de mercenarios eran algo más que cuerpos auxiliares: Khardam sabía que esos eficaces guerreros le otorgaban una aplastante ventaja.
Había entre ellos jinetes de la estepa, rápidos con el sable; duros y primitivos montañeses; arqueros venidos desde las selvas del sur, con las orejas perforadas por grandes anillos de oros; lanceros de piel de ébano altos y semidesnudos… Incluso se decía que Khardam quería incorporar semihumanos a su ejército. También había mercenarios del Norte, pero éstos eran muy minoritarios…
No se plantearon la rendición, sin embargo, las gentes de Ehdar, y eligieron prepararse para un largo sitio. Como la ciudad se encontraba en una península, con fuertes murallas rodeando el único lado accesible por tierra, pensaron que podrían derrotar al rey alnyrio por puro aburrimiento. Se equivocaron: Khardam sabía esperar y esperó, si bien cada día que se vio obligado a permanecer en su tienda su ira crecía y se prometía a sí mismo una venganza más sanguinaria para con la desdichada Ehdar.
Khardam ganó el pulso y un día los hambrientos y desesperados habitantes de Ehdar no aguantaron por más tiempo y salieron dispuestos a luchar hasta la muerte. Sabían que la rendición no era una alternativa porque su enemigo no respetaría ningún tratado que luego le perjudicase cumplir. No podían confiar en la palabra de un rey traidor y canalla.
Así pues, las puertas de la ciudad se abrieron y por ellas salieron los guerreros de Ehdar. No tenían caballos, se los habían comido a todos en la desesperación del hambre, así que combatían a pie y mal armados. Sus enemigos les sobrepasaban ampliamente en número y estaban frescos después de la forzosa y larga ociosidad.
Khardam dispuso rápidamente a sus hombres para el combate, satisfecho por la fácil carnicería que le aguardaba. Alineó a sus tropas de forma que envolvieran a los hombres de Ehdar por ambos flancos mientras destrozaban su centro, para que no les quedase ninguna huída posible ni esperanza. Luego cargaron contra aquel ejército mal organizado.
Al principio los valerosos hombres de Ehdar elearon como animales salvajes y acorralados hasta la muerte. Pero luego, poco a poco, empezaron a ceder terreno, retrocediendo con las murallas de su ciudad a sus espaldas. Nubes de flechas llovían sobre la retaguardia y los más adelantados caían acribillados por las lanzas de los mercenarios y de los soldados alnyrios.
Khardam y sus cachorros disfrutaron con la matanza. Montados en sus carros de ejes dorados, los príncipes se abrían paso y los espolones con cuchillas de las ruedas segaban las piernas de los desdichados defensores de Ehdar mientras ellos no dejaban de arrojarles sus jabalinas. Pero bien pudo costar aquella batalla ganada de antemano un pequeño disgusto para Khardam, tampoco excesivo, porque su primogénito, el príncipe Hardkem, demostró ser el menor en cordura y se adentró demasiado entre las filas enemigas. Eufórico por la sangre, despreció al enemigo hasta el punto de dejarse envolver por ellos. Él los llamaba perros entre risas antes de lancearlos, hasta que uno de esos “perros” subió al carro con un ágil salto y acuchilló al conductor. El príncipe desenvainó la espada corta y se la clavó hasta la empuñadura, echando del carro los cadáveres del conductor y de su enemigo a patadas. Quiso recoger las bridas pero los enemigos sujetaron los caballos. Uno de los guerreros subió entonces al carro, dispuesto a matar a aquel arrogante.
No pudo hacerlo después de que una espada se clavara entre sus omóplatos y se desplomara muerto. El príncipe Hardkem vio que otro hombre había subido al carro. Pero el llegado tenía el cabello rojo y las espaldas anchas como los hombres del Norte. No dijo nada el recién llegado y se dispuso a hacer frente a los desesperados que les rodeaban para evitar que escapasen. Hardkem se sobrepuso y le ayudó con su espada, pero aquel guerrero se valía muy bien para que nadie más subiera al carro. Aquí y allá, los valientes de Ehdar se acercaban al carro buscando venganza. Pero aquí y allá el guerrero rubio los rechazaba con su espada. Un rostro febril y feroz pretendía subir pero el filo del acero le abrió la sien de un tajo. El mismo acero atravesó el pecho de otro y cortó un brazo que trataba de agarrarse. El guerrero del Norte ordenó entonces a Hardkem que cogiera las bridas y condujese el carro lejos de allí. No era usual que un soldado diera órdenes a un príncipe pero con su imponente voz se diría que era él el príncipe y Hardkem su conductor. Estaba acostumbrado a hacerse obedecer por otros.
Los hombres de Ehdar fueron masacrados. Cada uno de ellos se enfrentaba a tres enemigos antes de morir. Luego las tropas de asalto echaron sus escalas y garfios sobre las murallas de la ciudad y las tomaron con facilidad; apenas quedaban guerreros para defenderlas. Pronto las puertas de la ciudad se abrieron para que los saqueadores entraran y pudieran arrasarla a conciencia y violar a sus mujeres, que fueron muertas o vendidas como esclavas. Años después, Ehdar recuperaría su prosperidad pero apenas sí conservaría para entonces a algunos de sus antiguos habitantes.
Después de la victoria, no tardó mucho Khardam en abandonar el lugar y volver a Alnyria. Las demás ciudades de la costa se ofrecieron a negociar la paz bajo condiciones muy favorables y no tentaron la suerte. Además, la peste había aparecido en Ehdar durante el asedio y en medio y podía convertir su victoria en desastre.
Antes, sin embargo, quiso el rey alnyrio recompensar a aquellos que se habían distinguido en la campaña. No olvidó llamar al guerrero norteño que había salvado a su descerebrado primogénito. Cuando fue llevado a su tienda quedó muy satisfecho porque le pareció un hombre valioso.
-He sabido que salvaste al príncipe Hardkem… No estoy muy seguro de que salvar al estúpido de mi primogénito valiera realmente la pena tu esfuerzo pero quiero recompensarte por ello. Dime tu nombre y de dónde eres.
-Mi nombre es Volgrod, Majestad, y mi país es Zarisk, allá en el Norte. Os estoy muy agradecido.
No añadió más el ceñudo guerrero llamado Volgrod pero le pareció a Khardam un hombre silencioso, más capaz de expresarse con aquella mirada imponente que con las palabras. El cabello era corto y rojizo, como su barba. Los ojos eran de un color gris desconocido para los habitantes del Sur, que jamás habían visto los cielos tristes y nubosos del Norte. Además de formidable guerrero, saltaba a la vista que era un hombre inteligente a pesar de su corpulencia y sus oficiales no habían olvidado destacar la habilidad del mercenario con la espada. Tenía la mirada digna y hablaba lo justo, sin ser impertinente pero tampoco servil.
Mientras Khardam le observaba, y sólo un hombre con una notable vista para juzgar a sus subordinados podría haber llegado hasta donde estaba, aquel mercenario también se hizo una idea sobre el rey al que servía. Khardam podía parecer un hombre vulgar y poco interesante a primera vista. Tumbado en un diván, sus ademanes eran vulgares y su apariencia tosca. Las espesas cejas casi se tocaban entre sí, tan negras como la tupida barba. Nunca le abandonaba una sonrisita desagradable y estúpida. A sus pies yacía su tan preciado escudo, redondo y de color rojizo, en el que se destacaba el que era su emblema, un escorpión verde, el dios escorpión al que adoraban los khárditas. Pero Sverod prestó más atención a aquellos ojillos negros que brillaban astutos e intuyó que no estaba, en absoluto, ante un hombre vulgar. Sostuvo la mirada.
-¡Sois hombre poco hablador, Vologorodk (el exótico nombre era impronunciable para Khardam)! Eso me gusta. En cambio, me disgustan aquellos que hablan demasiado, como el tonto de mi hijo. Si habéis podido proteger a ese inútil, bien podréis protegerme a mí. Te nombro capitán de la guardia de palacio. No tengo más que decirte: puedes marcharte.
Volgrod inclinó levemente la cabeza y salió de la tienda.
4 comentarios:
Hola Solharis,
Después de leer este relato no me resisto a felicitarte. ¡Me a gustado mucho! Tiene muchísima fuerza y me encanta el estilo que usas, es "contundente" y hermoso a la vez.
Hay párrafos que deberías revisar, se repiten algunas palabras, pero en general, el resto son excelentes.
Los personajes están muy logrados ¿los has inventado tú o están basados en otros textos?
Un saludo.
Hola, Susana. Me alegro de que te parezca un estilo contundente porque es lo que intento. Repasaré las repeticiones. En cuanto a los personajes, reconozco que mi Khardam está basado en Saddam Hussein y Volgrod en el protagonista de un relato que escribí.
Gracias por tu comentario. Veo que tienes un blog, así que haré una pausa en las votaciones de TDL para echarle un vistazo.
Un saludo.
Me recuerda a algún realto que he leído por ahí sobre el mundo de Conan, que por lo visto conoces.
¿Qué más puedo decir que no haya dicho o bien Susana o bien yo mismo en otros comentarios? Poco más que afirmar que tu estilo rezuma fuerza, belleza y sencillez. Incluso en este relato, donde has querio "arcaizar" tu estilo, no caes en la floritura pomposa que demasiadas veces leo en la fantasía épica. Bien hecho.
Andronicus dixit
Sí, Conan es una referencia inevitable para este subgénero de "espada y brujería" en el que quiero escribir mi serie.
Cualquier comentario es bienvenido y sí, los imitadores de Conan suelen abusar un poco de las florituras.
La segunda parte ya ha aparecido en el blog, por cierto.
Un saludo, Andronicus.
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