jueves, 31 de julio de 2008

Rey Khardam IV

Mucho, demasiado, he tardado en continuar esta serie. ¡Y ahora he conseguido escribir un capítulo de un tirón! Confieso que me quedé atascado pero he conseguido encontrarle un final que, en dos o tres capítulos, llegará. Pido disculpas por el retraso.

Como siempre, agradeceré y responderé vuestros comentarios.

ÍNDICE

Capítulo VI (próximamente)
Epílogo (próximamente)


REY KHARDAM

IV


Y así ocurrió que Volgrod, el aventurero venido del lejano Norte, acabó envuelto en las intrigas que mantenía el clero de Emmesu contra los invasores de Alnyria. Acompañado de una devota bailarina de tentadoras curvas y a la que deseaba (si es que eso no lo ha adivinado aún el lector); de un oficial khárdita al que había arrebatado el puesto y ahora era su compañero; y de un astuto sacerdote al que hubiera deseado no conocer jamás, osó Volgrod penetrar en el lugar más sagrado de los alnyrios.

Se decía que el altar del dios Emmesu, protector de Alnyiria y levantado por los antiguos reyes, lucía más esplendoroso que el salón de audiencias del rey Khardam, pero eso no pudo juzgarlo Volgrod porque no accedieron al altar. En vez de eso se internaron en una siniestra galería de piedra. Los relieves de las paredes apenas se vislumbraban a la triste luz de las antorchas y caminaban auténticos tramos de penumbra. Como la oscuridad nunca fue una buena aliada de la confianza, Volgrod procuraba no perder de vista al sacerdote que aún no les había entregado la recompensa prometida. Advirtió que descendían. La galería, estrecha y no muy alta, tan silenciosa que se escuchaba el sonido de cada pisada, agobiaba el ánimo de los tres compañeros. Sólo Andiasat, el sacerdote alnyrio, parecía tranquilo mientras comenzaba sus explicaciones:

-Admírate, extranjero, del magnífico templo del dios Emmesu, construido incontables siglos antes de que tu miserable país tuviera siquiera un nombre. Cuando tus ancestros dormían en chozas, los alnyrios rezaban a sus dioses en templos maravillosos y quemaban incienso en pebeteros de oro para la gloria de su dios... Decenas de millares de hombres levantaron este templo para Él y el dios les bendijo y les prometió que podrían servirle incluso después de su muerte. Así se hizo, pues los cuerpos de aquellos hombres cimientan este sagrado edificio.

Volgrod sintió horror y asco de aquel hombre que tan bien sabía hacerse odiar a propósito.

-Muy interesante esta visita turística -repuso Volgrod, burlón, sin dejarse intimidar-, pero de este lugar sólo me sorprende su sordidez. Me es indiferente a quién rindáis culto mientras se nos pague la recompensa prometida.

-No esperaba que comprendieras, pagano extranjero. Para ti este lugar no debe ser más sagrado que el suelo cubierto de vómitos de alguna taberna de tu país. Pero reconozco que no has visto, ni verás jamás, el altar con sus columnas de alabastro ni el ídolo de Emmesu, envuelto entre nubes de incienso...

-Yo lo que sé es que este lugar me cansa y llevamos mucho rato descendiendo. No hay nada digno de verse aquí.

-¡No esperarías que dos extranjeros profanaseis el sagrado altar! Ya he concedido mucho acogiéndote en el templo. Pero no te preocupes, que pronto tendrás tu recompensa. En los sótanos se encuentra la tesorería del templo.

Claro que se preocupaba Volgrod, y para mayor precaución tenía la mano derecha sobre la empuñadura del sable. No confiaba en aquel sacerdote que tanto odiaba a los extranjeros...

¿Había oído algo? El sacerdote estaba murmurando palabras incomprensibles en voz baja pero no tanto como para no comprender que no era una oración.

-¿Qué estás murmurando...?

No consiguió respuesta. Volgrod dio un traspié y a punto estuvo de caerse. Tuvo la sensación de que el suelo se había levantado, como si alguien tratase de arrancar las losas del suelo.

-¡¿Qué está ocurriendo aquí...?! -exclamó Nerdkem.

-¿No os lo dije antes, extranjeros? Emmesu tiene buenos servidores en su templo...

Ahora sí que Volgrod perdió el equilibrio y se dio de bruces contra el suelo. Oyendo cómo se desplomaba también el cuerpo del oficial khárdita, intentó levantarse. No pudo hacerlo. El vello de la pierna se le erizó cuando vio los dedos de una esquelética mano alrededor de su tobillo, y detrás de la mano asomaba un brazo entero sin carne. Algo había levantado la losa e intentaba salir. Volgrod cortó la huesuda muñeca de un sablazo y buscó al traicionero sacerdote.

Le vio correr por el camino de vuelta con energías insospechadas para un hombre tan poco vigoroso pero no pudo seguirlo. Una losa había salido de su sitio y asomaba el cráneo de un muerto viviente, uno de tantos obreros que seguían sirviendo a Emmesu más allá de la muerte, como había dicho el sacerdote Andiasat.

Sin tiempo para meditar sobre la miseria moral del clero de Emmesu, advirtió que el muerto, aunque carecía de mano izquierda, aferraba una espada oxidada con la derecha. Antes de que consiguiera salir del todo le sesgó el cráneo de un mandoble.

Pero había muchos más. Hasta una veintena de losas no estaban ya en su sitio. Los esqueletos vivientes atacaban con sus espadas cortas y se defendían con rodelas. No parecían muy ágiles ni muy fuertes pero tenían el número a su favor y, lo que era peor, no ofrecían carne que pinchar o cortar. De nuevo Volgrod se vio luchando con Nerdkem espalda contra espalda. Entre ambos Erminyeh se defendía, demostrando con su daga la misma agilidad con la que había bailado ante el lujurioso Khardam.

-¡Malditos sean los sacerdotes de Alnyria y sus dioses! -blasfemaba Nerdkem.

-¡Ya deja de hablar, alnyrio, y lucha! -le gritó Erminyeh, que no soportaba las blasfemias contra su fe ni siquiera en esos momentos.

-¡Debo estar en el mismísimo infierno de Emmesu! -blasfemó Nerdkem otra vez, pero no se arriesgo a comprobar si aquello era el infierno y se encontraba muerto ya cuando uno de los muertos vivientes arremetió contra él. Esquivándole, consiguió segar su tibia con el sable. El esqueleto se desplomó pero, arrastrándose por el suelo, seguía aferrando la espada...

No se agotaban. Volgrod o Nerdkem esquivaban o paraban sus golpes para contraatacar pero comprobaron que aquellos montones de huesos jamás dejaban de luchar.

-¡Nunca les mataremos así! ¡Seguidme! -ordenó Volgrod.

Primero corrió Volgrod en la misma dirección en la que había escapado Andiasat pero luego cambió de opinión.

-¿¿Se puede saber por qué nos internamos más aún en esta maldita galería?? -preguntó Nerdkem.

-Porque no creo que ese canalla fuera tan iluso como para dejar el camino libre. Si intentamos seguirle hallaremos alguna trampa o artimaña. Creo que será mejor que continuemos descendiendo.

Así lo hicieron pero la galería se bifurcaba en otras galerías y, al cabo de un buen rato, no parecía haber ninguna salida. Volgrod golpeaba con la empuñadura de la espada los muros y el techo.

-¿Qué estás haciendo ahora?

-No es la primera vez que visito un templo y no creo que sean muy diferentes los sacerdotes de todos los lugares del mundo.

Volgrod ignoró la mirada hostil de Erminyeh. A pesar de saberse traicionada por un sacerdote no podía renunciar a la fe por la que había arriesgado su vida. Claro que no todos los servidores del dios eran dignos, pero incluso así...

-¡Ajá! ¡¿Qué os decía?! -exclamó el mercenario del Norte cuando el pomo de su espada produjo un sonido sutilmente distinto contra el techo. Para él fue mucho más agradable que el sonido rítmico, y cada vez más cercano, de decenas de esqueletos vivientes siguiendo sus pasos.

Con toda la calma que pudo, tanteó el techo hasta que sus dedos se escurrieron por entre las rendijas de una losa. Luego tiró hacía sí y la losa cayó, partiéndose en el suelo con gran estrépito. La losa ocultaba un pasillo vertical con una escalerilla de mano muy bien dispuesta.

Volgrod sonrió de oreja a oreja:

-Sí, los sacerdotes no son muy diferentes. ¡Pero subamos!

Nerdkem empezó a subir el primero. Tras él fue Erminyeh y Volgrod, a pesar de la tensión, no dejó de fijarse en las piernas bien torneadas de ella. La capa en la que se envolvía le dejaba ver ahora todo su cuerpo. Era una verdadera lástima que no hubiera más luz y que una mujer tan hermosa fuera una fanática. Reconoció que la deseaba pero sabía que ella nunca le respondería. Para él no era más que otro bárbaro, como Nerdkem, aunque había algo diferente en la mirada de ella.


Debieron ascender entre quince y veinte metros. No podrían decirlo porque la oscuridad era total arriba. Otra losa les bloqueaba el final del camino pero el khárdita logró quitarla sin demasiado esfuerzo. De pronto una luz estuvo a punto de cegarles. Se escucharon gritos y Volgrod supo que se había cumplido el peor de sus temores. Cuando salió, nada menos que treinta guardianes del templo rodeaban en circúlo la salida del pasadizo. Era inútil luchar. Detrás de los guardianes armados había multitud de sacerdotes.

Pero Volgrod no podía prestarles atención porque estaba maravillado, a pesar de lo difícil de su situación. ¡Realmente el altar de Emmesu era magnífico, el sueño de cualquier saqueador! Oro, plata, diamantes... los alnyrios no habían ahorrado a la hora de construir el templo de su dios y llenarlo de alhajas para celebrar sus ritos. El gigantesco ídolo de Emmesu, al fondo de la instancia, medía doce metros de alto y era todo de oro. Su cuerpo humano tenía la cabeza de una grulla, el animal sagrado que anunciaba las crecidas del río Alnyr, que regaba los campos de Alnyria.

-¡Sacrílegos! ¡¿Cómo os atrevéis a profanar el templo de Emmesu?!

El que así hablaba no podía ser otro que el sumo sacerdote. Tendría unos ochenta años y no podía disimular el temblor senil de sus mandíbulas pero, aparte de su mitra orlada de esmeraldas, la firmeza de su voz delataba su condición. A su lado no estaba otro que Andiasat.

-¡Escuchadme, sumo sacerdote! ¡Sólo venimos por la recompensa que nos fue prometida…! –intentó parlamentar Volgrod.

-¡Sacrílegos! ¡Ladrones es lo que sois! ¡No, espías de Khardam!

Los sacerdotes habían olvidado que era un lugar sagrado y les increpaban con sus peores insultos. Todos menos Andiasat, que permanecía en silencio, y el sumo sacerdote, que parecía pensativo.

-Oh, mi señor -se dirigió Andiasat a su superior con voz zalamera-, no hagáis caso de las invenciones de estos espías. Sin duda no son simples saqueadores sino que algo trama Khardam contra nosotros.

-¡Que sean encarcelados entonces!

No hubo lucha. Volgrod se dejó conducir con Erminyeh y Nerdkem a la celda. No permitió que la furia o la desesperación le ofuscaran el juicio. Creía comprender algo de lo que estaba pasando y, sentado en un rincón de la celda, observó a su alrededor para encontrar un medio de fuga. El khárdita maldecía en su rincón. Erminyeh no decía nada. Miraba el suelo de la celda de una forma que conmovió a Volgrod. Hubiera querido acercarse a ella...

Se había dormido. Tenía la espalda dolorida de apoyarla contra la pared cuando fue ella la que se acercó a él para despertarle.

-¿Qué...? -quiso hablar pero ella le cerró la boca con la mano y le besó la cara. Él simplemente abrió los brazos y dejó que buscara refugio en su pecho y se entregara a un extranjero con el deseo que ella misma no habría aceptado antes de que se derrumbase su fe y necesitara algo más fuerte para apoyarse como los abdominales de un mercenario... Luego fue él quien buscó acomodo en ella cuando la cubrió contra el suelo. Echó un vistazo al otro lado de la celda pero Nerdkem se había dado la vuelta para dormir mirando a la pared de forma muy oportuna. Luego olvidó por un momento la celda, Alnyria, el templo de Emmesu y cuanto podía existir más allá del cuerpo de la bailarina y del movimiento dulce de sus caderas...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Alex, Hoy en una tediosa tarde veraniega me ha dado por entrar en tu blog a través del enlace en tu firma del foro de ociojoven, y he estado leyendo tu ciclo del Rey Khardam y me ha gustado mucho la historia, enhorabuena, leeré más relatos de tu blog que tiene buena pinta. Sigue así que ya estoy esperando la siguiente entrega de tu saga fantástica. Un saludo.

Alex [Solharis] dijo...

Hola, Adri. No te recuerdo de OJ. ¿Utilizas otro nick por allí? Realmente agradezco mucho tu comentario, que en verano está esto mucho más parado.
Espero últimar la próxima entrega esta misma semana.

Anónimo dijo...

Buenas, en efecto, mi nick en OJ es God of Thunder y coincidimos en el foro de política. No solemos ser de la misma opinión ya te aviso, jeje pero para eso están los foros, para debatir y enfrentarse a distintas posturas.

Un saludo muy grande y estaré pendiente de esa nueva entrega.

Anónimo dijo...

Pecaré de impaciente, pero espero que me aclares por qué la bailarina de repente se ha mostrado tan abierta.

Por lo demás, bueno, esperaba algo más largo, más esclarecedor. No doy muy amigo de las novelas por fascículos, precisamente por mi impaciencia. Por esto mismo ahora me cuesta creer en el giro que han dado algunos acontecimientos.

Andronicus dixit

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