La comunidad entera cuidaba de la anciana como su más preciado tesoro, y yo era su tesorero, el elegido como principal responsable de ese cuidado. Yo debía conservar su salud y desde el principio sentí hacia ella una responsabilidad y una preocupación que no había concedido a ningún otro de mis pacientes, y creo que no soy un profesional negligente o poco atento, pero es que me abrumaba lo que significaba para todos aquella buena mujer. Mi relación con ella a lo largo de casi diez años sólo hizo crecer ese sentimiento de responsabilidad.
Pero ahora, por mucho que me desvelara y sintiera la presión sobre mí, yo no podía hacer apenas nada, porque la vejez es una enfermedad crónica que sólo acaba con la muerte. Su salud se deterioraba con rapidez. Muy pronto nos dejaría y un trozo de Historia moriría con ella, la última de los Fundadores, los hombres y mujeres que habían nacido en un mundo anterior que ahora nosotros llamamos antiguo. ¿Dónde estaba ese mundo? Sólo ella lo sabía y moriría con su secreto, comprometida por el juramento más estricto.
Hasta no hacía mucho, acaso algunos meses atrás, los niños olvidaban sus juegos para escuchar a la anciana hablar de un mundo lejano y perdido que en nada se parecía a nuestro planeta Iseria o a los que más tarde hemos colonizado. También los adultos nos dejábamos atrapar por esas historias ya oídas en la infancia. Yo mismo la escuchaba fascinado y con el mismo interés que los niños.
Aquel mundo había sido un paraíso que sus habitantes no supieron valorar hasta el final, cuando empezaba a arruinarse y estaba todo perdido. Entonces el Mal se había apoderado irremediablemente de él y algunos de sus habitantes lo abandonaron. Era el eterno mito del paraíso perdido, que había conocido en mis lecturas sobre el mundo antiguo. El Edén,
Pero la anciana no contaba un mito. Era real y por ello mucho más poderosa la historia de los exiliados que abandonaran su mundo para escapar a las estrellas. Ella era la última de esos exiliados y apenas recordaba ese mundo que había dejado con seis años de edad. No importaba: las leyendas ganan autoridad y saben mejor en la boca de los ancianos, y ella era además una de las heroínas del mito.
¡Qué triste final era ése! Aquel mundo era un paraíso real y el lugar mejor que los hombres siempre añoran en sus corazones aunque sólo lo hayan soñado y no visto. Yo mismo lo he añorado sin conocerlo. ¿Puede existir algo más hermoso que un cielo celeste y luminoso y pasear bajo él, confiado y sin temor a las radiaciones, una atmósfera venenosa o las terribles tempestades? El clima era suave y la vida afloraba hasta en las regiones relativamente hostiles. El agua abundaba, llegando a acumularse en enormes masas llamadas océanos, y a poco que hubiera algo de humedad la tierra se cubría de un verdor espontáneo. ¡Qué maravilloso debía ser!, pensaba.
Los humanos se hicieron muy numerosos y se expandieron por toda la tierra, creando grandes ciudades o diminutas aldeas, aunque con los años hubo menos espacio para todos. Esta forma de desparramarse por el planeta no era la única ni la más caprichosa de sus costumbres porque la vida era despreocupada y excéntrica entonces. Sus gentes vivían en la abundancia y no sabían apreciarlo como debieran.
Era tan maravilloso que no podría imaginarse ni creerse sin toda la documentación que habíamos conservado. Quedan los vídeos y los libros, e incluso así no acabamos de poder imaginarlo los más incrédulos.
¿Cómo pudieron perderlo? De qué se trataba ese misterioso e inquietante Mal, así, en mayúsculas, sólo la anciana podía saberlo. Había pensado en ello muchas veces. Quizás se tratara de una mala gestión de los recursos o, más probablemente, de una catástrofe, como el impacto de un meteorito.
Nunca tendría respuesta porque pertenecía a la anciana y había jurado no revelarlo. Mi ciencia era la de la medicina y lo que sí puedo saber es cuándo nada me queda por hacer.
- Háblame con franqueza – me pidió la anciana.
- Quedan meses... más probablemente días – le respondí. No me gusta ser duro pero con la experiencia he aprendido que los enfermos prefieren la cruda sinceridad a la delicada mentira. Además percibía que ella se había resignado ya a dejarnos. Sabiduría de anciana.
-Seré la última entonces –dijo, y la dejé dormir.
También yo me decidí a darme un descanso, pero no podía conciliar el sueño con la misma facilidad. Quería saber lo que ella sabía. Era un deseo pueril e irrespetuoso pero quería arrebatarle su secreto y saber qué era el Mal y dónde estaba su mundo.
Al día siguiente me sentí irritado y con sueño mientras le hacía otro análisis. Ella dormía y yo la miraba ansioso, sin prestar apenas atención a la sangre extraída en la jeringuilla. Despertó y encontró mis ojos serios sobre ella.
-¿Por qué me miras así? ¿Qué ocurre, hijo?
-Quiero saber... –le dije muy vacilante.
-¿Qué quieres saber?
-Todo. Quiero saber por qué ya no vivimos en ese mundo tan maravilloso y qué fue de él. Me lo he preguntado tanto... –Le hablaba casi suplicando.
Su rostro normalmente dulce se crispó.
-Eso no puedes saberlo. Jamás me lo preguntes.
-¡Pero yo quiero saberlo! ¡Todos deberíamos conocer la verdad! –dije furioso. Aún me avergüenzo de ese arrebato de mal genio. Luego me volví e iba a marcharme. Ella me detuvo.
-¿Realmente quieres saberlo tanto como dices? Podría no gustarte todo lo que te diga. Vosotros no sabéis cómo era realmente ese mundo.
Se interrumpió para meditar unos segundos. Luego siguió hablando como si estuviera sola, sin mirarme.
- ¿Y si te dijera que ese paraíso no existió jamás? Recordamos los tiempos pasados y seleccionamos las cosas buenas para que nos parezcan mejores de lo que realmente fueron. Todos los libros y vídeos que hemos conservado no hablan más que de lo bueno que hubo en ese mundo... y fueron muchas más las cosas malas.
>> Algo recuerdo de ese mundo, no mucho, pero te diré que no era tan fabuloso. Recuerdo... Recuerdo ciudades interminables, calles atestadas de gente, los mayores callándonos siempre a los niños para oír noticias de guerras y racionamientos... Conflicto y caos: así era el mundo. Los hombres vivían locos e infelices y sólo se les ocurría entregarse a fantasías colectivas o a intereses particulares y mezquinos. Y no es fácil decir quiénes eran peores por qué siempre buscaban la ocasión de discutir y luchar entre ellos.
>>¿Qué sabéis vosotros de la historia? Yo no aprendí mucho pero te diré que ese mundo tan verde que adoras fue regado con sangre. Los unos esclavizaban a los otros si es que no preferían masacrarlos. Cada cuál trataba de tener sus privilegios sobre los demás y todos eran diferentes en ese mundo injusto. Sólo creían que serían felices estando por encima de los otros...
>>Vivían para su presente y no para el futuro de sus hijos, y envenenaron y arruinaron la tierra hasta dejarla irreconocible. Sí, me miras con sorpresa y piensas en los vídeos y fotos de hermosos paisajes y luminosos océanos, pero yo nunca vi nada de eso porque todo había sido filmado hacía mucho, en los siglos XX o XXI.
>>La humanidad, al menos los que queda de ella, sólo ha sido feliz y libre aquí. Estuvimos unidos mientras colonizábamos el planeta y te diré que esos años fueron muchos más felices que mi triste infancia en el antiguo mundo. Había solidaridad entre todos y orden. Hemos creado una sociedad justa y que se administra con prudencia. Tardamos muy poco en olvidar nuestras penas y nos pareció tan horrible el mundo abandonado que destruimos todo lo que podía recordar sus males, porque no hubo un Mal sino muchos, y ya no se aprendió más la verdadera Historia: la de las guerras y los tiranos.
>>Jamás volváis allí. No sé si continuará habitado pero es un mundo podrido. Dejadlo y haced uno mejor...
La mujer había hablado con ansia, como queriendo contar un secreto muy reprimido y guardado. Ahora lloraba ligeramente por el recuerdo y por traicionar su juramento. Me sentí conmovido. Ella miraba a la pared y no pudo ver cómo yo también dejaba resbalar una lágrima. Finalmente el paraíso no había existido jamás.
La dejé y fui al laboratorio. Estaba allí una de las pocas ventanas del hospital y contemplé el sempiterno cielo negro con tristeza. Nunca había salido al exterior. Sin oxígeno y a cincuenta o setenta grados bajo cero no puede apetecer a nadie. Miré las estrellas. ¿Cuál de ellas sería el misterioso Sol? El mundo antiguo seguiría girando a su alrededor.
¿Había sido un mundo infeliz? Sí, habíamos hecho mucho, y seguramente habíamos conseguido un nuevo mundo mejor que el antiguo. Pero, aun así, pensé que un cielo azul tiene que ser algo demasiado maravilloso para no añorarlo...
1 comentario:
Muy bonito, como todos los tuyos, aunque este relato tiene un fondo poético que me ha encantado.
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