jueves, 22 de enero de 2009

¡No digas nada!

Para ir "calentando" y quitándome la pereza que tengo últimamente al escribir, un pequeño relato sobre el amor. Y yo aquí sin planes para San Valentín todavía...


¡NO DIGAS NADA!

"Me gusta cuando callas porque estás como ausente", Pablo Neruda.


La amaba desde la distancia pequeña pero infinita del pasillo del edificio de oficinas donde trabajaban. Contemplarla era suficiente para él y no necesitaba saber más de ella. No era sólo su belleza -al fin y al cabo, hay muchas mujeres atractivas en el mundo-, es que su fisonomía era la expresión de un espíritu puro e ideal. Su sonrisa era la de los ángeles que no conciben la maldad. Su rostro resultaba atractivo pero discreto, con ojos grandes y brillantes para reflejar mejor en ellos cuanto es bueno y hermoso.

Era durante la hora de las comida del mediodía cuando mejor podía observarla. Se alejaba de sus compañeros para sentarse a comer a solas y mirarla de vez en cuando, con disimulo para que ella no lo advirtiese. Sólo una vez se sorprendió descubierto durante un segundo por ella y, terriblemente asustado, desvió la mirada.
Sabía que se comportaba como un adolescente pero no lo hacía por timidez. El miedo que él sentía era de muy distinta naturaleza. Era el miedo a que ella no fuese tal como la imaginaba en sus sueños más dichosos. Tenía miedo a ver sus delicados pómulos contraerse en un gesto agrio, a que detrás de tanto refinamiento se ocultase la vulgaridad con voz estridente y destemplada, a escuchar de su boca de fresa los chismorreos más ordinarios y las críticas más feroces.
No sabía si tenía pareja ni cuáles eran sus sueños, si le gustaban las historias de amor como a él o si había sufrido tantas decepciones...
Pero no le importaba. Mientras la amara a distancia podría ser cualquier cosa para él. No más frustraciones.

-¿Te importa que me siente contigo?

Era uno de sus compañeros de la oficina. Llevaba una bandeja con un plato combinado y no esperó permiso para sentarse.

-No está tan mal como cocinan aquí, ¿verdad? -preguntó mientras se
metía un puñado de patatas fritas en la boca.

Ni se tomó la molestia de responder a aquel intruso que llegaba para fastidiarle uno de los momentos más sagrados del día.

-Es muy guapa, ¿verdad?

-¿Qué...? ¿Quién?

-Digo la chica de allí. Me he dado cuenta de que la estabas mirando. La conozco. Si quieres, te la presento.

¡Así que la conocía! La vergüenza de saberse descubierto dio paso a la sorpresa. Sintió que el pulso se le aceleraba.

-Venga, vamos a comer con ellos y te presento a Verónica.

Verónica. Era un nombre que le gustaba, aunque no fuera el que había imaginado para ella. ¿Sería posible que hubiera amado algo más que un ideal, que lo que él había pensado que era fantasía se trataba en realidad de una secreta y cierta intuición? ¿Podía perder aquella oportunidad? La esperanza, esa voz pequeña pero zalamera y constante, se impuso a la prudencia y se levantó de la mesa.
Dio el primer paso hacia ella y otro y otro más... y ella se giró para mirarle fijamente por primera vez y le traspasó el corazón con una sonrisa…
Antes de que pudiera asimilar tanta felicidad ocurrió. Ella echó el cuello hacia atrás y empezó a temblar como en un espasmo febril. De su garganta salió un sonido difícilmente explicable, algo así como el cruce entre el cloqueo de un pavo y el rebuzno de un asno. En cualquier caso, no era un sonido enteramente humano:

-Juars... juars... juars

¡Estaba riendo! Se quedó petrificado. Él había amado un ángel y había escuchado siempre a su alrededor el trino de un mirlo o de un jilguero, no el zafio cloquear de un pavo de corral.

-Perdona, me estaba riendo de un chiste... ¿Quién es tu compañero?

-Te presento a Venancio... ¿te marchas ya?

-Sí, no puedo explicarlo pero es muy urgente.

¡Y realmente no hubiera podido explicárselo! Tampoco le importaba que nadie entendiera que su amor se había esfumado tan cruelmente entre las groseras carcajadas de ella. Su amor lo había guardado para sí y para sí guardó ahora su dolor. ¡Nadie le entendería! Y como nadie podría entender sus lágrimas, ni siquiera volvió la vista atrás mientras se escabullía entre los chismorreos y risotadas de la cafetería.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Extraño y chocante, como muchos de tus relatos... Cada vez lo haces mejor, no me extraña que quedases finalista en aquel concurso.

Lo de Venancio, ¿es un pequeño homenaje a El Nombre de la Rosa, o es sólo una coincidencia?

Andronicus dixit

Alex [Solharis] dijo...

El nombre es una coincidencia, no había pensado en ello.

Confieso que las malas experiencias en este tema me han inspirado bastante... Algo habrá que sacar de lo malo.

Gracias por tu comentario.

Luna dijo...

Muchas veces cometemos el error de idealizar al otro. Y tantas otras nos sentimos defraudados. Porque el amor es justamente lo contrario, amar con los defectos, con lo humano, con lo poco heroico.
Me ha gustado mucho. Un placer.


Besos

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