domingo, 17 de enero de 2010

Hijo del mar (¿posible novela corta?

Tenía ganas de poner algún trozo de las novelas que me gustaría terminar algún día pero aquí está. El problema es que una novela es muy distinta de un relato. Extraer un fragmento y que no quede como descolocado es difícil. Además soy consciente de que necesita muchas revisiones pero primero debe avanzarse un poco pues es inevitable que posibles cambios en la trama lo alteren todo...
En cualquier caso aquí está.


HIJO DEL MAR [comienzo de una posible novela corta]



El velo que cubre mis ojos empieza a correrse. Pronto contemplaré el rostro ilimitado de Dios y me reuniré con mis antepasados antes de regresar. Miles de reencarnaciones anteriores se fusionarán de nuevo y quizás entonces mi verdadero yo encuentre el significado de la existencia. Por ello, ya sólo temo no terminar este relato antes de que ocurra. Aunque escribo sin saber ni por qué ni tampoco para quién. El Pueblo Libre no tiene literatura. Su memoria colectiva está en los cantos porque pertenece a todos y no sólo a unos pocos privilegiados. ¿Quién me leerá entonces? Mis hermanos no pueden hacerlo y en cuanto a los otros, los que no son hijos del Océano, nos desprecian y dudo que quieran hacerlo.
Escribo porque temo por mi pueblo pero sólo pensar en ello me produce un enorme dolor. Pienso que si el Pueblo Libre desaparece un día, entonces a alguien le gustará saber cómo vivieron alguna vez los hijos del Océano. Quizás, pero me niego a aceptar que esté escribiendo un epitafio para los míos... y sin embargo continúo escribiendo.

***

Sobre mi vida hasta el momento de abandonar el Océano pesa un tupido velo que ningún esfuerzo consciente puede descubrir, un velo que, sin embargo, a veces se descubre de forma espontánea. El dulce roce del agua, un sueño, un delirio febril o una ingestión de sagrado goabán pueden devolverme una imagen, un vago recuerdo. Ahora que soy viejo ocurre con una frecuencia cada vez mayor.
Como ocurre con cualquiera de los nacidos libres, entre mis sueños hay uno que se repite con insistencia. Es una experiencia íntima y a la vez colectiva, una añoranza compartida de la vida anterior. En ese sueño me dejo llevar por las corrientes marinas entre seres maravillosos y no escucho más sonido que el canto de las aguas, que es el eco de los espíritus de las Profundidades hasta que las abandonan para que el espíritu se haga carne de nuevo.
Mi maravilloso sueño, que es el Sueño de una raza, se interrumpe siempre del mismo modo. Atrapado por un halo invisible, lucho por primera vez por escapar a mi destino. No lo he conseguido ahora ni lo conseguí entonces. Dolor y lucha. Ser sin voluntad, suplico sin palabras a Dios que no me abandone pero los designios de Él son inescrutables para los mortales.

***

Uno de los pescadores exclamó una nota muy aguda: había un niño entre las redes. Varias manos se apresuraron a desenredar a la criatura con rapidez y palparon su piel entre verdosa y marrón para buscar alguna herida. La muerte de un niño es un suceso funesto, peor incluso que el asesinato de un adulto. Los espíritus de los antepasados que pueblan las Profundidades se lamentaban con el mismísimo Océano de la muerte de uno solo de sus hijos. Cuando ocurre y un niño muere por accidente entre las redes o herido por un anzuelo o un arpón, todos los miembros de la embarcación permanecen en oración y el ayuno durante días y suplican perdón al Océano y a los antepasados por su pecado y su culpa, grandísima culpa.
Afortunadamente el niño estaba vivo e intacto. Es más, parecía muy crecido. Dispuestos a devolverlo al mar, advirtieron que respiraba.
-¡Mirad, respira! ¡Quiere acompañarnos en nuestro viaje! -exclamó uno de los pescadores, y todos entonaron compases de alegría compartida. De temer la muerte de un hijo habían pasado a la euforia de descubrir a un nuevo y pequeño compañero. Nunca les había ocurrido.
El niño daba sus primeras bocanadas, con dificultad y terriblemente asustado, eso sí. El agua entraba por si sola mientras que aspirar el aire le costaba un desconocido esfuerzo. Incapaz de andar, la criatura se arrastraba trabajosamente por la cubierta ayudándose con los brazos, más que con las apenas desarrolladas piernas, que hasta entonces sólo habían sido el timón de su cuerpo.
Aunque asustado, las cuidadosas caricias y la melodía suave y repetitiva de los pescadores le calmaron. Sobre todo la melodía. Mucho más tarde, ya adulto, pensaría que sólo por la música valía la pena vivir. La música era el lamento y también la alegría del propio Océano por todos sus hijos.

Ese niño era yo y, desde luego, no puedo recordar estos detalles, que mucho más tarde me contaron. También supe mucho dispués que mi nombre fue motivo de muchas discusiones. Hasta que finalmente eligieron el más adecuado y fui llamado Gamní o “Bien pescado”. Aquella indefensa criatura que fui no podía decir su propio nombre porque carecía de la cavidad craneal que permite a los adultos comunicarse. Le maravillaba como los pescadores aspiraban el aire con los dos orificios inferiores y luego lo expulsaban por los seis orificios superiores convertido en música, que para un amfyr es lo mismo que el lenguaje. No por natural, dejo de maravillarme por el don que Dios concedió a toda nuestra raza.
Cuando no están pescando o remando -y el tiempo de ocio es generoso para un pescador-, el pasatiempo preferido de los Nacidos Libres es el canto. Cantaban para mí melodías sencillas de notas suaves y tiernas, melodías hechas para los niños del Océano, y aunque no podía imitarles, aprendí a sentir el ritmo y la diferencia que hay entre una nota y otra. También cantaban poemas de amor y gratitud al Océano y a sus criaturas.
De alguna forma recuerdo todos esos cantos y también aquellos que narraban las hazañas de los navegantes míticos y sus viajes, que en mi juventud eran mis preferidos. Entre ellos mi favorito no era Hujirt-Yah, que había hundido su arpón en el lomo de la gigantesca serpiente marina de piel de roca llamada Dar-i-Gyurh. Tampoco Yurt-oo-noz, que había engañado al hechicero del sur, que vive en los confines del mundo, allí donde el agua está helada y forma rocas de color blanco y tacto enfermizo. No, mi favorito era Ga-dor, el pescador solitario. ¡Qué terrible debía haber sido navegar solo después de la muerte de todos sus camaradas! Y sin embargo navegó hasta circunvalar el mundo y descubrir que éste era esférico y no cóncavo para retener las aguas como un vaso, tal y como se creía antes de su hazaña. ¡Qué idea tan fabulosa para el pequeño Gamní!
-Si el mundo es esférico -pregunté-, ¿cómo puede ser que el océano retenga las aguas y no se vuelquen en el vacío, viejo Oldar?
Oldar sonrió al responderme:
-Nadie lo sabe, pero es así. No podría ser de otro modo cuando tantos de los nuestros han circunvalado nuestro mundo desde Gador. Aquel que navegue siempre en la misma dirección desde un punto acabará regresando al origen.
Y lo que el veterano pescador decía tenía que ser verdad. Había vivido y navegado más que ningún otro tripulante. Demasiado viejo para tirar de las redes o remar, era aceptado con gratitud y placer porque había enseñado su oficio a casi todos los pescadores. Ahora ocupaba la mayor parte de su tiempo cuidando de mí, y aunque no hay otro verdadero padre que el Océano, Oldar fue mi mentor (1) en mi segunda vida.
Entonces creía que Ga-amní podía responder cualquier pregunta. Un día le pregunté:
-Viejo, ¿de dónde venimos? A menudo habláis de cómo me encontrasteis como si fuera algo excepcional.
-Así es, pues aunque todos venimos del Océano, nosotros lo abandonamos un día para alcanzar la costa y vivimos luego en tierra firme antes de dejarla por amor al mar. Tú, sin embargo, no abandonaste el mar sino que te encontramos y no conoces otra vida... Eres un privilegiado, pequeño.
El dolor y la felicidad luchan en mi interior cuando recuerdo a mi viejo Oldar. Me fue en aquellos días más querido que ninguno, y no porque no amase a todos mis compañeros. Recuerdo a cada uno ellos.

Después de varios años mi pequeño cráneo no estaba aún desarrollado y seguía siendo desproporcionadamente grande respecto a mi cuerpo y muy frágil. No podía entonar la mayoría de las notas de un adulto y menos alcanzar su volumen pero sí hacerme entender con mis compañeros de viaje y repetir algunos de los cantos especialmente compuestos para los niños. Tardaría doce años en alcanzar la plenitud física y mental aunque no he dejado de aprender cosas nuevas hasta hoy.
En esos doce años aprendí también las artes de la pesca y de la navegación. La parte más importante, y la más difícil, era aprender las diferentes constelaciones y su lugar en el cielo, pues las estrellas, el Sol y las cuatro lunas son las guías del navegante. Aprendí cada constelación del firmamento y hasta el nombre de las estrellas más brillantes, esas luces que Dios elevó en honor de los grandes navegantes para que guíen a las generaciones futuras. No era tarea fácil y me sorprendí mucho cuando supe que en el otro hemisferio, la otra mitad del mundo esférico, las constelaciones eran distintas.
La travesía entre una isla y otra era larga pero podíamos aguantar sin dificultad. El Océano provee de agua y aire a todos sus hijos. También de alimento para el pescador. Tan sólo necesitábamos arribar a tierra firme para hacer las reparaciones de la nave y conseguir nuevos aparejos y algunos bienes... Por supuesto no todos tenían este estilo de vida. La mayor parte de los Hijos Libres poblaban las islas pero su modo de vida está tan ligado al Océano como el de los Navegantes. Además de practicar la pesca de bajura y marisquear en la costa, elaboraban naves y aparejos para los pescadores y también otros bienes necesarios como sal y licor de pescado. La sal era especialmente apreciada: se transportaba en vasijas de barro para sazonar el pescado que se quería conservar.

Pienso en si todas estas explicaciones son ociosas de tan comunes y cotidianas entre los nacidos libres, incluidos aquellos que habitan en tierra firme pero me agrada tanto recordarlas y me duele tanto pensar que algún día todo pudiera ser olvidado que necesito hablar de ello.
Aquí termina el apacible relato de mis primeros años. Resulta perturbadora la brevedad con que pueden contarse los períodos felices y tranquilos de nuestra vida y cómo cuando tenemos que hablar de las adversidades y períodos difíciles las palabras brotan abundantes...

3 comentarios:

Xuan dijo...

Escribir una novela no es tan fácil. Exige bastante planificación.
Tu principio, como dices, necesita algunas correcciones, pero tiene buena pinta.
Si no te ves capaz de escribirla ahora, deja que la idea se vaya formando en tu cabeza. Mientras vete escribiendo otra cosa. Creo que lo mejor es no escribir de las cosas de una en una, sino varias al mismo tiempo, durante distinas fases e ir corrigiéndolas.

Por cierto, el enlace que has dejado en la firma de Ocio Zero no funciona. Tiene un http:// de más.

Alex [Solharis] dijo...

Me imagino que eres LCS por la foto de tu perfil, verdad. Gracias por avisarme del error en el enlace y sobre todo por acercarte y comentarme. Me pasaré igualmente por tu blog.
Sí, me supongo que el texto necesita una revisión pero tengo la impresión de que en una novela no se trata tanto de ir puliendo poco a poco sino de escribir mucho y dejar las revisiones para después. Realmente tengo algunas cosas más entre manos.

Un saludo.

Miguel Angel dijo...

No es fácil lo que haz hecho...pero es muy bueno :) saludos!

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