REY KHARDAM
V
El dulce descanso de la noche fue breve, demasiado breve, para Volgrod y Erminyeh. Las horas del día siguiente -aunque resultaba difícil precisar cuándo era de día en aquella celda sin ventanas- parecieron eternas a los tres. Primero estudiaron inútilmente los recovecos de la celda. Luego se sentaron y mataron el tiempo con charlas igualmente inútiles.
-Nunca debimos confiar en ese sacerdote -se lamentó Volgrod. En cambio no se lamentó de haber llegado a aquel país cuando sintió los ojos de Erminyeh. ¡Con qué facilidad el deseo contenido se transforma en algo más que la curiosidad de la carne!
-¡Y yo nunca debí acompañaros! -añadió Nerdkhem con amargura-. Pero no comprendo la tacañería de esta gente. ¡Vosotros habéis visto como yo las increíbles riquezas que guarda este lugar! ¡Por los dioses que podrían hacerle un préstamo al mismo Khardam!
-Pero sólo el sumo sacerdote decide sobre esas riquezas -objetó Volgrod.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que la reacción del sumo sacerdote me pareció extraña, como si él mismo no supiera quiénes éramos. Lo vi en su mirada y creo que sé juzgar bien a los hombres.
-No tiene sentido. ¿Quieres decir que el sumo sacerdote no conocía vuestra misión? ¿Que ese maldito sacerdote, Andiasat, pretendía apoderarse del cáliz de Emmesu y no disponía de riquezas para pagarnos?
-¡Sí, eso es! -exclamó Erminyeh, aliviada de poder pensar que no era todo el clero de Emmesu el que estaba corrompido-. ¡Andiasat ha engañado a su superior y a sus compañeros para hacerse con la reliquia!
Volgrod se sentó en el suelo. Pensó un poco antes de hablar.
-Podría ser. Podría ser pero mi instinto dice que hay algo que no encaja...
Pero no continuó. Se calló e intentó dormitar un poco.
Nada digno de relatarse ocurrió antes de la más indeseada de las visitas, la del sacerdote Andiasat. Los tres se levantaron del suelo y le miraron de tal forma que el sacerdote no tenía dudas sobre lo que hubieran querido hacerle de no mediar unos gruesos barrotes entre él y ellos. Pero, como siempre, sonrió desagradablemente, dueño de la situación en todo momento, antes de hablar:
-¡Vaya, adivino que mi visita no es agradable! Pero el destino ha querido que, a mi pesar, debamos negociar de nuevo...
-Olvídalo.
-Creo que no estáis en situación de rechazar cualquier propuesta. Lo cierto es que vuestro cautiverio me alegra tan poco como a vosotros. No en vano intenté evitarlo.
Erminyeh, alterada, agarró los barrotes con ambas manos.
-¡Claro que intentaste evitarlo, sabandija asquerosa! ¡Intentando matarnos!
-Veo que estos bárbaros te han corrompido, Erminyeh. Antes eras una buena devota y ahora hablas a un sacerdote de sabandija asquerosa...
-¡Deja de mentir, cínico! ¡El sumo sacerdote no sabe nada! ¡Pretendes apoderarte de la reliquia de Emmesu!
-No eráis tan tontos como creía yo. Pero tampoco sois tan listos como pensáis... Nunca habéis tenido el verdadero cáliz de Emmesu. Khardam puede ser un bárbaro pero no es tan estúpido como para jugar con un objeto con tan grandes poderes. Aunque sólo sea porque su madre era una bruja sabe que una reliquia no es un juguete.
Volgrod intervino:
-¡Todo encaja ahora! El robo resultó demasiado sencillo. ¡Era extraña tan poca protección para el divino cáliz! Tu plan era hacer que pareciese un robo.
-Eso es, bárbaro. Mañana el falso cáliz aparecerá y todo el pueblo de Emmesu recuperará la confianza y se levantará contra Khardam.
-Más cuando en la capital apenas permanece la guardia real y una pequeña guarnición. El resto del ejército de la capital marchó en una expedición al norte.
-Bueno, eso no es del todo exacto. Esa expedición hace poco dio media vuelta y se dirige aquí. Estarán de regreso en un par de días.
La sonrisa del sacerdote se ensanchó. Le gustaba sorprender, tener siempre la última palabra, como la mayoría de los sacerdotes. Disfrutaba explicándoles sus retorcidos planes. Volgrod supo que le había juzgado bien y apenas demostró sorpresa. Erminyeh le miraba aterrada, con los ojos abiertos.
-Miserable... has condenado al pueblo de Alnyria a una gran matanza. Pensé que querías apoderarte de la reliquia pero no eres más que un lacayo de Khardam.
Pero Andiasat pareció serio por primera vez, incluso ofendido.
-¡Estúpida! ¡Yo siempre he servido a Emmesu! Pero es hora de que el clero deje de oponerse al invasor. ¡Tantas rebeliones fueron inútiles! ¡Los extranjeros nos gobiernan desde hace milenios y es momento de aceptarlo! Después de la represión yo salvaré a Alnyria y pactaré con Khardam. Entonces él devolverá la reliquia y comenzará una nueva era de entendimiento entre el trono y la iglesia. Odio a Khardam pero no podemos vencerle, hay que negociar.
¡Sí, había que negociar! ¡Aunque costara un derramamiento de sangre como no se recordaba en siglos! ¡Aunque supusiera apuñalar por la espalda a todos sus compañeros del clero! Pero Volgrod sabía que poco ganarían hablando de moral con aquel cínico clérigo.
-Bien, pero necesitas que el sumo sacerdote no conozca nuestra misión.
-Sí, sería una lamentable contrariedad. Por eso escaparéis dentro de un par de horas, antes de que el sumo sacerdote pueda hablar con vosotros. El carcelero vendrá con vuestra comida y vosotros le aturdiréis y le quitaréis las llaves. Está a mis órdenes y es lo que hará, pero como tengo dudas de su capacidad para mentir, le mataréis para que sea más convincente. Luego seguiréis aquel pasillo y buscaréis hasta encontrar otro pasadizo. ¡Ni el sumo sacerdote conoce tan bien los entresijos de este lugar como yo!
Volgrod reprimió el asco antes de preguntar:
-¿Y quién nos garantiza que no nos espera la muerte en ese pasadizo? No confiamos en ti.
-Nadie os garantiza nada. Pero si no lo hacéis, entonces me encargaré de que aparezcáis muertos en esta celda antes de que os interroguen. No me gustaría hacerlo porque resultaría sospechoso pero en fin...
Nerdkhem volvió atrás la mirada, sintiendo un escalofrío al ver los muros del templo.
-¡Juro que no volveré a entrar en ningún templo, esté dedicado al dios que sea! Pero no estaremos realmente seguros hasta que salgamos de esta ciudad.
-Yo no pienso abandonar Simram.
Erminyeh hablaba, como era habitual en ella, muy decidida.
-¡Entonces estás loca! ¡¿Todavía no has comprendido que esta ciudad está condenada?! ¡Cuando estalle la rebelión será tarde para escapar!
-He tomado una decisión.
-¡Volgrod, tú eres más sensato!
Pero Volgrod no intervino en favor del khárdita. Un día antes le habría dado la razón y se hubiera marchado con él sin perder un momento. La política de Alnyria le asqueaba. Pero ahora no podía separarse de Erminyeh. Su lugar estaba con ella, en cualquier parte... incluso en una ciudad condenada a un baño de sangre.
-Comprendo -suspiró Nerdkhem, al entender la expresión de Volgrod-, ella te une ahora a esta ciudad como no lo consiguió ese maldito sacerdote. Creo que es un error y siento de veras que no os marchéis conmigo. También siento que nuestra relación no fuera más cordial desde el principio. ¡Un hombre que se deja arrastrar al infierno como tú por una mujer está loco! Pero también eres un hombre valiente.
Con un fuerte apretón de manos olvidaron cualquier rencilla anterior entre ellos. Luego el khárdita se marchó
-¿Y ahora qué haremos? Creo que nuestro amigo hizo lo más sensato.
-Es posible pero yo debo salvar a mi familia. Aunque no sé dónde viven y hace años que no hablo con ellos, desde que...
No terminó la frase pero Vogrod imaginó unos padres a los que no gustaba nada el camino que había tomado su hija. Volgrod había conocido a muchas mujeres que habían tomado ese camino por motivos diferentes, casi siempre un camino de corrupción que enrudecía sus almas. En la alnyria, sin embargo, advertía buenos sentimientos, un deseo de tomar otra senda.
Encontrarlos no sería fácil pero tenía que hacerlo por ella antes de que llegase la catástrofe.
La catástrofe comenzó apenas dos días después. El rumor de que la reliquia de Emmesu había sido recuperada se extendió por toda la ciudad. Primero hubo euforia, luego la euforia se convirtió en confianza y de ésta nació el deseo de venganza.
-¡Deberíamos echar a todos esos malditos khárditas! -bramaba el informador de Volgrod, muy animado después de que éste le invitara a cerveza-. ¿Cuándo habrá un mejor momento que éste? ¡Apenas si hay soldados khárditas en la ciudad! Te digo, extranjero, que muy pronto llegará la hora de que Alnyria se sacuda el yugo del invasor.
El patriota cogió la moneda que Volgrod le había ofrecido y dejó a éste muy pensativo. El tiempo se acababa. Erminyeh entró en la taberna. Parecía muy alterada y no sólo por los rumores que se extendían ya por toda la ciudad de Simram.
-¡Sé dónde viven, Volgrod! Pero quiero que me acompañes... Quizá necesite tu ayuda.
Volgrod se puso en pie.
El nuevo hogar de los padres de Erminyeh era tan humilde como el que había abandonado cuando era una muchacha. Se encontraba también en el lado oriental del río Alnyr -que dividía la ciudad en dos-, el más pobre. Un edificio de adobe de tres plantas en el que se hacinaban varias familias. Un par de niños se sentaban en la entrada y miraron con mucha curiosidad los cabellos rojos de Khardam.
Algunas mujeres hablaban en el patio interior. Una de ellas reconoció a Erminyeh, su madre. Se quedó de piedra.
-Madre, soy yo... -dijo Erminyeh, sin ocurrírsele otra cosa.
-¿Por qué has venido?
-Os cambiastéis de casa pero necesito que me escuchéis. Hay un gran peligro sobre esta ciudad... Padre y tú debéis confiar en mí.
-Tu padre murió y también mi hija Erminyeh. No tengo nada que escuchar.
Volgrod esperaba una acogida tan fría pero no quiso intervenir. Su presencia no ayudaría a Erminyeh entre gentes tan xenófobas.
-Madre, escucha. Esta ciudad va a vivir un desastre.
-Sí, va a haber un desastre. Tus amigos khárditas van a ser por fin expulsados. ¿Crees que no sé que te has ofrecido a cualquier extranjero? Cuando nos enviaste aquel dinero tu padre y yo preferimos donarlo al templo sabiendo de dónde venía. ¡Ah, veo que estás perfumada y que llevas una linda túnica! ¿Y quién es este hombre de rojos cabellos?
-Es Volgrod, un hombre del Norte, un buen hombre que nos protegerá...
-Yo no quiero la protección de ningún sucio extranjero. Sólo quiero que me marches y no me pongas evidencia delante de mis amigas.
Erminyeh echó a correr. Antes de perseguirla, Volgrod se encaró a aquella señora:
-Los khárditas son crueles y despóticos pero me pregunto si vosotros sois mejores que ellos.
Al atardecer de aquel mismo día estalló la revuelta cuando una patrulla de khárditas fue acosada primero por una muchedumbre. Acostumbrados a hacerse obedecer fácilmente, intentaron dispersar a la multitud a voces pero notaron su error en las caras furiosas. Fueron muertos a golpes. Los líderes de la revuelta, que custodiaban la reliquia de Emmesu y contaban con el apoyo de muchos sacerdotes aunque no el de su líder, proclamaron el final de Khardam.
-Erminyeh, debemos marcharnos ahora -le decía con voz suave Volgrod-. Luego será tarde. No podemos ayudar a los tuyos.
Pero ella parecía no oír nada. Se había sumido en la tristeza y todo parecía darle igual. Volgrod suspiró.
-Por favor, vámonos. Mañana será tarde y nosotros podemos empezar una vida lejos de aquí...
Estas últimas palabras la hicieron reaccionar.
-¿En serio no me abandonarás?
-Por supuesto que no -le dijo, acariciándole el cabello azabache-. El mundo es grande, mucho más de lo que crees, y encontraremos un hogar en un lugar más feliz que éste.
Volgrod pagó al tabernero por la habitación y se fueron.
Evitaron las calles principales. Afortunadamente los enfurecidos rebeldes se reunían en los alrededores del recinto amurallado del palacio. Los líderes de la revuelta ya estaban reuniendo armas y escalas para el asalto. Volgrod y Erminyeh confiaban en escapar por uno de los accesos secundarios. A pesar de todo, Volgrod sentía la misma compasión que Erminyeh por aquellas gentes. ¡Si supieran que un ejército estaba esperando para asaltar la ciudad! Justo antes de que la rebelión pudiera propagarse a otras ciudades alnyrias Khardam les enseñaría el precio de alzarse contra él, el mismo castigo que había aplicado en Ehdar.
Erminyeh llevaba una amplia capa para llamar menos la atención. Más difícil lo tenía Volgrod con sus cabellos rojos como el fuego y sus ojos grises. El corpulento extranjero llamó la atención de un grupo de exaltados.
-¡Eh, yo he visto a ese hombre!
Volgrod siguió caminando, como si no lo hubiera oído.
-¡No huyas, cobarde extranjero! ¡Yo te vi en el desfile triunfal de Khardam! Tú eras el extranjero de cabellos rojos al que honró como capitán de la guardia real. Lo sé porque yo serví en aquella campaña. ¡Como podría no haberlo hecho si los míos hubieran sido apresados de negarme!
Ahora Volgrod tuvo que volverse. A su alrededor empezaba a reunirse la multitud. El que hablaba era un hombre joven. Volgrod no le conocía pero sabía que era lo peor que podría haberles ocurrido. Era uno de tantos alnyrios reclutados a la fuerza que habían participado en la campaña de Ehdar y recordaban la crueldad de Khardam. ¡Maldita fuera la hora en que había salvado al bastardo de Khardam y éste le había nombrado capitán!
-Escucha, yo no soy khárdita ni quiero servir más a Khardam. Dejadnos pasar.
Desenvainó el sable pero confiaba más en su confianza y en sus ojos, que a tantos hombres habían amilanado antes. Debía evitar la lucha.
-¡Y está huyendo con su amante! -bramó otro alnyrio-. Sin duda es su amante khárdita.
No pudo contenerse la alnyria:
-¡No soy ninguna khárdita! ¡Soy tan alnyria como vosotros pero quiero marcharme! ¡Locos, tú que estuviste en Ehdar sabes cuál será el castigo que caerá sobre esta ciudad!
Volgrod apretó los dientes. No debería haber dicho eso. Los alnyrios se enfurecieron de veras.
-¡No eres una khárdita! ¡Eres una de sus putas!
-¡Furcia!
-¡Zorra!
Ella quiso encararse contra ellos pero Volgrod no se lo permitió. La agarró con fuerza del brazo.
-Por favor, no lo hagas -le susurró, y ella se contuvo. La multitud se abrió ante la mirada amenazadora de Volgrod. Pero la fatalidad tomó la forma de un niño, un muchacho poco reflexivo que lanzó la primera piedra.
Volgrod sintió que el cuerpo de ella se desplomaba. Se le heló la sangre cuando vio la sangre manar de su cabeza y la recogió gravemente herida del suelo.
-¿Por qué tanta crueldad? Te quiero... -le susurró ella.
Nadie pudo escuchar lo que él le dijo al oído pero todos se dispersaron enseguida cuando él les devolvió una mirada gélida. Hubiera querido volverse contra ellos y matar a cuantos pudiese pero no podía. La sostuvo en sus brazos durante sus últimos minutos de vida.
2 comentarios:
Esa historia de amor me resulta demasiado forzada, pero por lo demás me gusta mucho el giro de los acontecimientos.
Por otro lado, sigo sin entender por qué Volgrod salvó la vida de Khardam al principio del relato.
Enhorabuena, es un buen capítulo.
Gracias como siempre por tus comentarios, Andrónicus.
Que la historia de amor resulte forzada es mala cosa porque está es decisiva para el final... Me cuesta hablar de relaciones amorosas. Quizás mi propia experiencia me pese.
Me alegro de que te guste porque se acerca el final.
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